El Rapto - Perséfone

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  —————— ⊰ Perséfone ⊱ ——————  

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Había llegado la mañana, la horrible sensación de la noche anterior se había marchado por completo, estaba segura que la diosa Selene había encontrado la manera de advertirla, preocupada de que fuera demasiado lejos y nada más. Se levantó de un sueño tranquilo, con la emoción de regresar a los campos, volver hasta donde había recorrido por la madrugada, se imaginaba el hermoso ramo que podría llevar a casa, lo blanco que se veía el campo por los cientos de narcisos y su corazón se emocionaba.

       

Perséfone no dio a Deméter un beso de buenos días, estaba tan ansiosa por regresar a los campos, que solo se despidió con un grito lleno de euforia. Corrió sin dar tregua hasta llegar a los pastizales, en su camino atravesó el bosque encontrándose con ninfas de la laguna, las doncellas le saludaron ya acostumbradas a ella, quien siempre solía pasear por esos lugares. A pesar de sus gestos para que la diosa se acercara a jugar, la joven siguió su camino, en su mente había una sola cosa, narcisos, un paraíso de narcisos. Se detuvo en el momento que rosas rojas atrajeron su mirada, estaba tan llena de anticipación que había olvidado admirar la belleza de las demás flores que día a día decoraban sus andares. Perséfone se agachó para tomar algunas de ellas, seguro esa tarde llevaría una gran cantidad a casa.

En el momento que llegó al mismo punto que la noche anterior, fijó la mirada al horizonte y se llevó una gran decepción, allí no había un mar de blancos y fragantes narcisos, no lograba ver las flores que solo hacía unas horas le habían robado el corazón, su conmoción fue tal que cayó de rodillas sobre el suelo, preguntándose qué había visto en ese momento, si todo fue producto de su desvelo, si fue una ilusión, cómo había manera de que todas ellas desaparecieran y fue entonces que lo sintió, tan suave como una caricia el viento la embriagó con la fragancia de lo que tanto anhelaba. Frente a ella, una única plata de narcisos florecía con libertad hacia el cielo, sus pétalos tan blancos como la pureza misma le invitaron a acercarse, el aroma que desprendía era tan atrayente que la joven olvidó por completo las flores que cargaba en sus brazos, dejándolas caer y llevando sus manos hacia el frente, se inclinó lo suficiente para sentir más de su olor y entonces rozó tan delicadamente uno de sus pétalos que se perdió a sí misma en el momento, no pudo evitar halar de los delgados tallos dispuesta a hacerlos parte de su colección, tanto que cuando reaccionó, fue demasiado tarde.
       
El mismo escalofrío aterrador que le había abstenido de acercarse a lo que pensó fue un mar de bellas flores blancas, el mismo que juró había sido una advertencia de la diosa Selene, recorrió cada fibra de su ser congelándola en el lugar, generándole un miedo tan profundo que solo el instinto fue capaz de sacarla de su estado de estupefacción. La hija de Deméter se levantó, en uno de sus puños aún se encontraban fuertemente agarrados los narcisos, no era consciente de sus acciones, lo único que sabía era que debía alejarse de ese lugar. El frío se apoderó de los campos, convirtiendo un amado lugar en algo de completo rechazo, en el momento que su cuerpo obedeció la orden de escapar, unos brazos la tomaron tan fuerte de la cintura que sus pies fueron despegados abruptamente del suelo y un grito desgarrador salió de los labios de Perséfone.
       
"Quédate quieta y no te haré daño." A pesar del miedo, a pesar de la desventaja, al escuchar esa amenaza la joven naturaleza logró moverse lo suficiente para intentar ver a su captor, le rodeaba tanta oscuridad que solo sintió repulsión y eso hizo que el miedo creciera con mayor fuerza. Si quiera había conseguido ver su rostro, no tuvo tiempo o manera, se movían tan rápido que el viento revolvía sus cabellos y no la dejaba ver nada alrededor. Se removió tanto como pudo, pataleó, gritó por ayuda y se sacudió, con sus manos cerradas en puños golpeó sus hombros, su espalda, su rostro, los narcisos convertidos en despojos sobre aquel que la dominaba, pero la única respuesta que obtuvo fueron dedos hundiéndose sin piedad sobre su piel.

El mito de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora