Perséfone

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  —————— ⊰ Perséfone ⊱ ——————  

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Poco a poco la conciencia de Perséfone había vuelto a ella en forma de sueños, imágenes donde vagaba libre por el campo, donde jugaba con las ninfas y recogía tantas flores como pudiese entre sus brazos, imágenes que se fueron desvaneciendo hasta que sus ojos parpadearon regresando de la bruma que les había cubierto. Lo primero que logró ver fue el techo de la enorme cama en que se encontraba, una que no era la suya y eso activó nuevamente todas sus alarmas, se removió con cuidado buscando sacar a su cuerpo del letargo, bajo ella una suavidad desconocida hormigueaba en su piel y solo fue cuestión de llevar su mirada hacia las enormes pieles que decoraban su lecho, de que las acariciara como si los animales en cuestión aún estuviesen con vida junto a ella para que su corazón se encogiera de pesar. No pudo sentirse menos asqueada y sucia de haber descansado sobre ellos, no quiso pensar que habían sido condenados para ella y se movió hasta quedar sentada al borde de la cama, miró la estancia en que se encontraba, el fuego ardiente que crepitaba desde la chimenea, pero el hormigueo en su piel aún no se marchaba, con cuidado levantó su vestido sobre sus muslos y dejó escapar un quejido de indignación al ver la marca de los dedos de ese hombre sobre su piel, no podía existir recordatorio más grande o prueba más vívida de lo que él le había hecho.


Salió de la cama lo más rápido que pudo, cubriéndose nuevamente con la tela de sus ropas. Miró a su alrededor buscando alguna especie de salida, si el lugar tenía ventanas estaban todas cubiertas por enormes cortinas, ella no quiso ver a través de ellas, en su interior sabía que no le gustaría lo que encontraría. Caminó despacio, sus pies la sacaron de la habitación y fueron a través de una enorme puerta en la que había grabados que no se dignó siquiera a mirar, avanzó con cuidado por mitad de un pasillo, todo por cuanto caminaba se hallaba iluminado por antorchas. La diosa no tenía idea si aún era de día o ya había caído la noche, ese lugar le resultaba tan oscuro que no importaba cuantas antorchas usara o a qué hora del día se encontrara, siempre le daría la misma sensación. Estaba dispuesta a girar hacia un nuevo corredor, aun sin saber a donde la llevaría, pero hasta allí llegaba la luz de las antorchas, el resto del camino estaba sumido en la oscuridad absoluta, como si aquel que le había llevado allí le dijera que era hasta donde tenía permitido ir. Sus pasos no se atrevieron a avanzar más allá de donde se hallaba, vio hacia adelante y la desesperación hizo que lágrimas aparecieran, lo único que la abstenía de echarse allí mismo a llorar era el sentir que estaba siendo observada, aunque a su alrededor no había más que el danzar de las sombras al ritmo en que el fuego ondulaba. 


Una salida, necesitaba hallarla, tenía que volver con su madre, debía regresar a su hogar y tan pronto se dio el valor suficiente para seguir por el sendero indivisible, la misma voz que le había amenazado, que la había arrancado sin piedad de su tierra, se hizo presente en el lugar. Aún de espaldas a él, Perséfone elevó una de sus manos y con el dorso limpió las lágrimas que empañaban sus ojos, no solo las palabras que llegaban a ella le llenaban de ira, era la misma cadencia tranquila de esa voz lo que le molestaba, como si sus acciones fueran normales y justificadas, como si el hecho de haber sido llevada allí fuera algo que tenía que pasar. -¿Quién eres?- Por fin puedo preguntar, se giró de modo que pudiese enfrentarle, pero el verlo acercarse la hizo retroceder.


No pudo ir demasiado lejos, solo había dado algunos pasos cuando su espalda sintió la dureza de una pared, volteó hacia ambos lados en cuanto él lo mencionó, pero ella estaba buscando alguna salida, alguna ayuda, inocentemente creía que aún había posibilidades de escapar. 


Dedos helados le obligaron a sostener la mirada de ese hombre y le conmocionó la manera en que sentía su piel arder bajo ellos a pesar de ser tan fríos, no fue hasta ese instante que Perséfone por fin pudo ver a su captor. En toda su vida jamás había vislumbrado una piel tan pálida, en ella no había un solo indicio de haber recibido nunca los rayos del sol, a sí mismo los ojos de él fueron algo que siquiera hubiese podido imaginar, la mezcla de un gris opaco y blanquecino, los ojos más claros que había visto alguna vez, pero también fue la mirada más oscura que había conectado con ella. "Hades" la respuesta llegó tan simple como la próxima declaración de ese hombre, de ese dios, de Hades. Una respiración, luego otra, parpadeó varias veces intentando comprender lo que había escuchado y aunque no había manera de confundirse, ella seguía buscando lógica a las palabras.


Su mirada estaba clavada en la ajena, el ámbar de sus ojos contra un gris cristalino, fuego y hielo competían uno sobre el otro sin dar tregua. Perséfone elevó una de sus manos y dejó sus dedos rodear la muñeca que aún sostenía su rostro, apretó sobre ella de tal forma que sus uñas presionaran sobre la piel, lastimándola, era la primera vez para ella, jamás había deseado herir a alguien, nunca había hecho daño a otro ser, pero el presente punzar que él había dejado en sus muslos, en su cintura, el recuerdo de como fue desterrada hizo que apretara cada vez más, tanto que la pálida piel parecía querer romperse. -Hades...- Susurró tan suavemente que el nombre viajó, onduló entre los dos, la voz de la diosa suave y melodiosa no contrastaba con su alrededor.

 -El día que anhele ser la esposa de un hombre, el día en que quiera entregarme en cuerpo y alma a quien haya conquistado mi corazón, ese día...- Perséfone se permitió bajar la mirada hasta donde el férreo agarre le permitía, ninguno de los dos había soltado al otro y cuando regresó sus ojos a los de él, solo esperó que encontrara en ellos desprecio. -Te aseguro que no será junto a ti.- Estaba asustada, se preguntó que mal había hecho para ser arrastrada junto al dios del inframundo y a medida que su pánico aumentaba, lo hacía su odio, el fuego de un sentimiento antes desconocido para ella le estaba dominando al punto de hacerle enfrentarle, de demostrarle que como él, ella también era una diosa, la primavera misma, bella y eterna, hija del rey Zeus y la diosa Deméter. Ella podía parecerlo, pero no era una niña que se pudiese manipular, si lo que había dicho el rey de los muertos era cierto, Hades no sabía que Perséfone planeaba recordarle una verdad muchas veces olvidada, que por muy hermosa que resultara una rosa, para alcanzarla primero se debía sufrir por sus espinas.


El mito de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora