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CAPÍTULO
TRECE

A partir de entonces, sus encuentros en el bosque se hicieron frecuentes. ¿Por qué se tenían que sentir tan malditamente bien cuando estaban juntos? Estaba mal. Muy mal. Aunque francamente, no les importaba. Solo eran ellos dos, huyendo de todos y viéndose a escondidas.

Aún así, no había demasiado que hacer con Sora. Ella era la prometida de Tobirama y la Uzumaki... bueno, solo la metiche del futuro. Nada más. No obstante, para él, ella se estaba volviendo alguien especial.

La rubia hacía de su existencia algo menos pesado. Era tan dulce, divertida y genuina. Toda una cabeza hueca. Pero le gustaba. Ni la primavera que iniciaba era tan cálida como lo era ella. Y sí, estaba mal el solo hecho de encariñarse. Pero, ¿a quién le importaba? A la mierda con el jodido tiempo. Por primera vez en su vida se olvidaría de las reglas y sus obligaciones y se enfocaría en él. ¿Qué tenía de malo eso? ¿Qué tenía de malo dejar a un lado su lúgubre pasado y ser genuinamente feliz?

Aquel día, Mito asistió a una reunión con el Segundo Hokage y los miembros del Consejo. El tema principal eran los nuevos ingresos de la Academia y las futuras remodelaciones de ésta para más espacio conforme aumentara la matricula estudiantil. La Academia recién comenzaba, así que aun estaba en proceso de formación.

— El número de estudiantes va aumentando considerablemente —comentó la pelirroja Uzumaki, mientras salía de la oficina junto a su cuñado—. Debes sentirte orgulloso.

Tobirama asintió.

— En efecto, lo estoy. Sin embargo, no hubiera podido lograrlo sin mi hermano mayor y sin ti, Mito. Estoy muy agradecido.

— Te lo dije ya, la educación es primordial para el futuro. Estamos juntos en esto. Te apoyaré hasta el final de mis días.

— Muchas gracias.

— Oh, por cierto... ¿Cómo va la preparación para la ceremonia? No se te ve demasiado motivado.

— Francamente, Mito, mi motivación con respecto a ese tema se reduce a cero. Es solo un acuerdo entre familias para evitar más sangre derramada y ganar poder. Nada más.

— Comprendo. No obstante, como una hermana mayor que te aprecia y se preocupa por tu bienestar, te sugiero que... vayas adecuándote a la idea de que, ella será tu compañera para toda la vida. Te dará hijos y... —él le impidió continuar.

— No la amo, Mito —fue al grano—. ¿Crees que seré capaz de traer hijos al mundo cuando no amo a su madre? Sería una gran hipocresía de mi parte. Lo entiendo, entiendo que será mi compañera, pero no es a quien deseo como mi mujer.

— Entonces, ¿hay alguien más en tu vida? Alguien a quien sí desees amar, respetar, proteger. ¿Lo hay, Tobirama?

— Tengo cosas que hacer. Con permiso, Mito —sin responder a las cuestionantes de su cuñada, hizo una reverencia y se marchó. Huyó.

Tobirama no entendía muchas cosas. Ser catalogado como un genio no sirve demasiado en situaciones como en las que él se encontraba. Aun así, tenía clarísimo el hecho de que no amaba a Sora Kawahashi y jamás lo haría. Ni porque tal cosa significara la paz mundial o que lograran traer de la muerte a sus seres queridos. ¡Jamás!

Caminar por la aldea era algo que le relajaba. Al menos podía pensar sin ser fastidiado por las preguntas de Mito y más importante: sin ser jodido por Sora. Prefería mil veces soportar a los viejos del Consejo o pasar más de una semana sin entrenar por estar encerrado en la oficina principal, que verle la cara y escuchar su irritante voz. Deseaba quedarse sordo o que la tierra lo tragara cada vez que la escuchaba. Si tan solo Sora fuera más como ella, entonces él haría un pequeño esfuerzo para siquiera apreciarle.

tempus . tobirama senjuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora