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El entumecimiento dominaba sus extremidades y las ganas de vomitar iban y venían cada dos por tres. Recién despertaba y no lograba identificar nada más allá de sus manos, y ellas estaban sirviéndole de almohada, debido a la oscuridad que reinaba en el lugar. Había un olor ácido a su alrededor que a medida que recuperaba sus sentidos se hacía más penetrante y no ayudaba en nada a su estómago revuelto.

Movió sus piernas intentando salir de la posición fetal en la que se encontraba y sintió un jalón en una de ellas, parpadeó un par de veces y miró hacia sus pies, pudiendo distinguir algo por primera vez, en busca de lo que causó tal, descubriendo un grillete unido a una cadena que abrazaba fuertemente su tobillo izquierdo.

 Enfocó su mirada y pudo divisar algo más que solo oscuridad, el piso era de cemento con un acabado que daba bastante que desear y había una ventana bastante lejos de su alcance y cubierta con algún tipo de papel.

Se retorció un poco y volvió a sentir un tirón, entrecerró los ojos y miró por sobre su cabeza aún acostado, encontrando una puerta a unos tres metros de distancia. Explorando un poco más por la vacía habitación a la vez que estiraba sus brazos y sonaba sus dedos consiguió un cable colgando del techo donde, suponía, debía ir una bombilla. 

Intentó levantarse y al parecer lo hizo muy rápido pues devolvió lo poco que su estómago tenía a un lado de su más reciente descubrimiento, una colcha bastante desgastada que expelía un olor desagradable, increíblemente no era ese olor que tenía un buen rato haciendo estragos en su sistema. No tardó mucho en relacionar el olor con el retrete que estaba cerca de la puerta.

— Asqueroso —soltó luego de escupir algo de bilis y saborear el amargo sabor—. ¿Qué es este lugar? —Su voz sonaba ronca y tosió un poco para aclarar su seca garganta— ¿Hola?

Siguió explorando al no recibir respuesta alguna y no consiguió nada nuevo más que el hecho de que la cadena en su tobillo estaba pegada a la pared contraria a la puerta y alejada de la ventana. Tomó la cadena y la jaló fuertemente haciéndola sonar, tiró de ella más fuerte y recién ahí la realidad llegó a él como un balde de agua fría.

¿Por qué no estaba en casa?

¿Por qué estaba encadenado?

¿Por qué su cuerpo dolía como si hubiese estado peleando con un animal?

Recordaba estar comiendo y luego nada, todo se volvía negro, no había respuesta alguna para sus preguntas y comenzaba a irritarse. Como pudo logró levantarse, casi yendo de bruces al suelo de nueva cuenta un par de veces debido a los mareos, y caminó tambaleándose hasta casi llegar a la puerta, siendo detenido por la cadena en su tobillo. Intentó acercarse a la ventana, pero el resultado fue el mismo, sus dedos quedaban tal vez a veinte o veinticinco centímetros de distancia del cristal cubierto.

Maldijo por lo bajo y volvió a caminar hacia la puerta, estirándose todo lo que su cuerpo le permitía para intentar llegar a ella, sus dedos vagamente rozaban la roída madera por el lado de las bisagras y, en un intento por tocar el pomo, saltó hacia adelante, cayendo secamente al suelo al ser jalado por la cadena, logrando no solo dejarle una herida sangrante en el tobillo aprisionado, sino también en la mandíbula, que había sido recibida por el frío suelo.

— ¿Hola? —Pronunció en alto y el silencio fue su única contestación— ¿Hay alguien ahí? —De nuevo nada.

Suspiró y el vaho le dio de lleno en la cara, haciéndolo consciente del helado clima del lugar. Con una de las mangas de su suéter limpió la sangre que resbalaba de su barbilla y se quejó por el ardor que le produjo la suave tela. El golpe había agravado sus mareos y podía jurar que su vista comenzaba a nublarse. Tomó una gran bocanada de aire antes de volver a hablar, esta vez gritando.

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