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La pequeña historia que leerán a continuación, es una historia corta de 4158 palabras, que he escrito dedicado a todas aquellas personas, que aparecen en nuestras vidas cuando menos lo esperamos, por alguna razón quizás incomprensible

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La pequeña historia que leerán a continuación, es una historia corta de 4158 palabras, que he escrito dedicado a todas aquellas personas, que aparecen en nuestras vidas cuando menos lo esperamos, por alguna razón quizás incomprensible. Personas que nos hacen sonreír y nos ayudan cuando más falta nos hace. Todas aquellas personas que están por la calle, y apenas las vemos, son los verdaderos ángeles, que a veces nos cuesta reconocer.

En este escrito, como en la mayoría de veces que escribo, he intentado dejar un pedazo de mí, y mi único propósito, es el poder ejercer alguna impresión ya sea de agrado, como una sonrisa, o quizás una lágrima. Cualquier reacción será algo positivo.

Les haré un pequeño avance de lo que irá la historia, y es que uno de los protagonistas tiene síndrome de Down (una enfermedad caracterizada por una alteración congénita característica porque se triplica el cromosoma 21). En mi vida, he tratado con personas que padecen síndrome de Down, tengo amistades que padecen esta enfermedad en menor o menor grado, y una de las motivaciones que me ha impulsado a escribirlo, es porque para mí las personas que padecen esta enfermedad, bajo ningún concepto deben ser menospreciadas por la sociedad, o miradas por las calles. Sino ACEPTADAS. Porque quien tiene una enfermedad, son las personas que se dedican a insultar a los demás.

He trabajado de voluntaria durante un año en una fundación sin ánimo de lucro llamada 'Prodis', para personas con algún tipo de discapacidad, en la cual he encontrado a varias personas con Síndrome de Down, y a quienes me alegro de haber podido ayudar, por poco que sea.
Y solo allí, comprendí la satisfacción que se obtiene, cuando ves que una persona llega a la fundación y por los motivos que sea, está triste, pero esto cambia rápido cuando empiezan a hacer actividades como bailar, pintar, cocinar...
Entonces, comprendes lo fácil que es entregar parte de tu tiempo, y lo mucho que vale una sonrisa. 

Como cada tarde, Eric había ido al parque al salir de la escuela

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Como cada tarde, Eric había ido al parque al salir de la escuela. Durante todo aquel día había estado esperando a que llegaran las cinco de la tarde y su madre le pudiera ir a recoger al colegio.

Había sido un día horrible para el niño de nueve años. Aquella mañana había llegado tarde al colegio y unos compañeros de él se habían reído, mientras que sus amigos le ignoraron. A la hora del recreo, le habían pasado la pelota jugando al fútbol y había perdido el balón. En consecuencia, sus amigos le habían dicho que era muy torpe y patoso, y le habían prohibido jugar más con ellos a fútbol.

No todos los ángeles tienen alasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora