Prólogo

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Adara miraba todo borroso a causa de las lágrimas que inundaban su pálido rostro, preguntándose el porqué de lo que sucedía. No entendía nada, y estaba asustada por el extraño comportamiento de su padre.

—¡Sueltame, no dejaré que le hagas eso a mi hija!
—gritó Amelia, madre de Adara, golpeando el hombro del hombre que la tenía agarrada por el antebrazo para tratar de alejarla.

—Querida Amelia, yo hago lo que yo quiera cuando yo quiera.—sus ojos brillaron en un particular carmesí—Ella me pertenece, ella es de mi propiedad.—respondió el albino, tomando por el cuello a su amante.

Sin duda alguna, aquel espectral sujeto estaba decidido a eliminarla.

—E... Ella no es un objeto, Tougo, ella es mi hija...
—tartamudeó la mujer, casi sin aliento; moviendo su cuerpo que, de un momento a otro, estaba en el aire gracias al agarre del hombre. Trataba de soltarse clavándo las uñas en la mano del Sakamaki para poder enviar oxígeno a sus pulmones, pero simplemente un humano no podía hacer frente a un vampiro.

—También es mía, y la nesecito para el trabajo por el cual hemos estado desarrollando estos últimos años.
—El albino lanzó con fuerza a Amelia hacia un lado, sin medir todo el daño que causó al cuerpo de la fémina.

Un humano no podía competir contra un monstruo.

Amelia trató de reincorporarse, cayendo de nuevo al suelo. Varios de sus huesos seguramente se encontraban rotos, y el simple hecho de que aún pudiera respirar era un milagro que Karl no pasó por alto. La fuerza de voluntad y el amor de esa mujer eran una de las cosas más fuertes y grandes que cualquiera pudiera conocer, tanto, que parecía ignorar a consiencia el dolor que la abrazaba por tratar de detener a alguien que no se inmutaba con el mínimo golpe que ella pudiera propinarle.

—P... Papá, n-no le hagas más daño, por favor.
—balbuceó la pequeña albina, que miraba horrorizada la escena. Una escena que parecía marcar con fuego el alma de aquella inocente.

—Adara... —murmuró Amelia, captando la atención de la pequeña niña que se encontraba mas pálida de lo normal. Trataba de llegar a ella, lo daría todo por su única hija.—Adara, cariño... corre. Hazlo, ¡corre! Haré lo posible para retenerlo.—su voz parecía el más efímero sonido que pudiera existir en el aire.

—P-pero mamá, estás... estás herida. No te dejaré atrás.
—susurró la albina, abrazando con fuerza el pequeño conejito de peluche que tenía entre sus brazos. Al parecer, aquel objeto era lo único que parecía mantenerla cuerda en medio de todo ese infierno que se desataba dentro de su hogar y de sí misma.

—Pequeña Adara, ven, vamos. Ven con papá.
—dijo el rey vampiro, extendiendo los brazos con una descarada sonrisa que curvaba sus labios.

Los pequeños ojos de Adara se inyectaron de sangre, el color plateado que generalmente tenían sus ojos, se transformaron en rubíes que brillaban más que cualquier otra piedra preciosa, haciendo que su semblante asustado cambiara drásticamente a uno totalmente serio, obligando a que ella camine a paso lento hacia su padre. Parecía una muñeca de trapo, una que estaba siendo controlada por el más inservible ser que pudo haber caminado por el mundo.

—Adara... —susurró Amelia, arrastrándose para llegar hacia la pequeña. Un rastro de sangre pintaba el suelo.—Adara, detente, escuchame cariño.

Adara detuvo su paso, volteandose hacia su madre casi mecánicamente. Su pequeña princesa había cambiado.

—Adara, asesinala.
—ordenó Tougo, observando cómo su pequeña hija parecía obedecer aquella orden.

La menor comenzó a caminar, involuntariamente, hasta estar frente de Amelia, mirándola con una sonrisa malévola que su madre nunca se imagino que podría tener su hija. Sus ojos, su rostro, todo en ella había cambiado. Su pequeña hija había sucumbido ante las órdenes de su malicioso padre.

Hermana menor: Experimento [D.L] (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora