La enfermedad desviada

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Ya la vieja lámpara de gas se había convertido en una linterna eléctrica. No podía imaginar que la vieja mansión de los Baker llevaba más de 100 años en el olvido, sin embargo,  no había perdido nada de su deslumbrante categoría. Se levantaba imponente su estructura clásica ciclópea bajo la luz de estrellas muertas hacía eones. Cuatro ventanales daban a un interior donde la nada reinaba. Su techo es una obra arquitectónica de ignota procedencia para el ser humano actual, que en ciertas ciudades oníricas todavía es un conocer latente. Los robles, ahora lúgubres sombras, que en tiempos remotos habían adornado la fachada junto a una exquisita mampostería, eran de los que la tierra desgastada ya no podía producir. En conjunto, la mansión Baker confundía al espectador. Inspiraba un profundo terror, comparable al de los templos góticos de antaño, pero al mismo tiempo respeto por su velada belleza. Era terrorífica y hermosa, cualidades que juntas son bastantes extrañas y para nuestro entendimiento limitado su fusión es inimaginable. A su izquierda se levantaba la otra cara de la historia. Las ruinas de la mansión de Sir William Baker II, hermano de Sir Charles Baker. A la distancia en que yo me encontraba, aproximadamente unos 850 pies, sólo era una masa amorfa que estropeaba el hermoso conjunto que componía el terreno que alguna vez fue del misterioso Sir Charles Baker. Hasta el día de hoy se desconoce por qué en 1912 los pobladores londinenses quemaron la casi la idéntica mansión de Sir William Baker II. El viejo portero que me acompañaba, Thomas, estaba de muy mal humor y no comprendía por qué le hice venir casi a media noche de un viernes para recorrer una porción de la gran hacienda. Traté de explicarle que lo hacía con la intención de ver la pieza arquitectónica de la manera más sombría posible, pero el viejo me tomó por loco y sólo refunfuño ante mis disposiciones. Thomas era un anciano de barba blanca, desgarbado, pero con una pronunciada joroba, ojos increíblemente azules y una boca y nariz pequeñas. Thomas se combinaba perfectamente con el lugar. Mis intenciones de recrear el recorrido como si fuera 1912 fueron excéntricas. No llevaba ningún dispositivo electrónico e iba vestido de manera clásica. Un sombrero de fieltro y botines verdes con un saco y pantalones cafés. Varias veces Thomas me dijo que el recorrido tenía que ser corto pues varios jóvenes en ocasiones se adentraban a la propiedad para hacer vandalismo y podían ser realmente peligrosos, pero me negaba a no contemplar hasta el más mínimo detalle del coloso huérfano que tenía en frente. Me detuve junto Thomas en la gran puerta de madera con procedencia ya olvidada y le dije que me relatara la historia de los Baker de nuevo mientras mis ojos se posaban en una blanquísima cortina en la ventana derecha superior. Thomas, que se veía extrañamente más accesible que hace unos minutos, miró también la cortina blanca y accedió a repetir el relato que había adquirido el estatus de leyenda.

- En 1902-comenzó con voz muy rasposa el descendiente de la eterna estirpe de porteros- a la edad de 89 años murió Sir William Baker, dos años después que su esposa Lady Margaret. Sir William Baker era uno de los comerciantes londinenses más prolíficos en sus años activos. Gozaba de una excelente reputación comercial, mas no en el ámbito íntimo. Era bastante temido por sus iguales debido a su afición por los textos de procedencia extraña y que contenían caracteres en sanscrito que aún sin entender sus compañeros rehuían por el ambiente pesado que creaban los antiquísimos libros, afición de la cual hablaré con detalle más tarde, joven. El terreno que había acumulado como exitoso comerciante y sus otras riquezas fueron repartidas entre Sir William Baker II de 25 años y Sir Charles Baker de 23 años, sus dos únicos hijos. Ambos tendrían partes iguales como estaba estipulado en el testamento. Sir William Baker II, casado con Lady Regina y padre de William Baker III y Gerald Baker, al ser el primogénito se quedaría con la mansión de sus padres -que ahora se encuentra en ruinas- y Sir Charles Baker, recién casado con Lady Madeleine, viviría en una mansión exactamente igual a unos 850 pies de la primera. La segunda mansión fue terminada hasta 1904; y, aunque entre las dos familias contaban con los recursos necesarios como para comprar el equivalente a más de 50 veces su actual hacienda, decidieron, por la enorme unidad y cariño que mutuamente se expresaban, vivir en la mansión original que por su inmenso tamaño no presentaba incomodidades por el espacio. Todo ello fortaleció todavía más la relación entre los Baker. Una vez terminada las obras, Sir Charles Baker y Lady Madeleine, embarazada de cuatro meses, se trasladaron a vivir a la nueva mansión; esta que ahora tenemos en frente. Un par de meses después, ya en 1905, Lady Madeleine daría a luz a Regina Baker II, en honor a la esposa de Sir William Baker II. Los hermanos Baker continuaron el negocio de su padre y en 1906 habían multiplicado la herencia. La vida les mostraba el sol, la armonía reinaba. Lady Regina y Lady Margaret estrecharon lazos y se convirtieron en inseparables amigas que alternaban pórticos para beber el té y platicar sobre lo más reciente del Londres antiguo mientras se daba la puesta del sol. En 1908, Lady Regina, concebiría a Charles Baker II, en honor a su cuñado. Por su parte, los niños también compartieron entre ellos, Regina Baker II, Gerard Baker y William Baker III eran bastante unidos según cuenta la leyenda. Fue hasta 1909 cuando la vida giró y le mostró la luna a los Baker. Toda la unión que tuvieron en años pasados se vio destrozada por una serie de acontecimientos oscuros. Sir William Baker II, una mañana desocupada de domingo después del sermón, se puso a revisar en la vieja librería de su misterioso padre.

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⏰ Last updated: Sep 18, 2017 ⏰

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