Deathville

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Deathville

 Deathville había sido un lugar marcado por la muerte. Era conocido por todos los habitantes del lugar el origen sangriento del pueblo, quizá por ello durante los últimos cincuenta años habían tratado de distanciarse de esa imagen que se tenía de ellos. Deathville había sido erigido como centro neurálgico de la comarca hacia 1800 sobre los cuerpos mutilados, sobre la sangre y las vísceras de los nativos que habían tratado de mantener la pureza del entorno natural. No había servido de nada.

Claire siempre se había sentido fascinada por la historia de su pueblo, quizá fuera por ese afán investigador que caracterizaba a su profesión, era la jefa del periódico local y nada la podía llenar de más satisfacción dado que eso era lo que siempre había ansiado.

Caminaba por los campos verdes que rodeaban a Deathville, aún no había amanecido y era escasa la luz que llegaba a ese lugar, ya de por sí, sombrío. Los espantapájaros se alzaban a su alrededor, con esa ropa andrajosa, con los sacos de color crema por rostro, con los sombreros agujereados que algún granjero había desechado tiempo atrás. Boy, su perro labrador, iba unos metros por delante, de vez en cuando volvía la cabeza hacia su dueña para cerciorarse que le siguiera de cerca y no lo hubiera abandonado. Este hecho siempre había llamado la atención de Claire, que se había encontrado a Boy cuando era un cachorro, lo habían dejado a la entrada del pueblo y ella no se había sentido capaz a pasar a su lado sin llevárselo a casa. Más de cinco años habían pasado desde aquel día.

Se fijó en el palo que estaba tirado en el suelo, lo cogió y se lo empezó a lanzar a Boy; era un animal muy activo y ella se sentía completamente realizada con aquellos paseos matutinos, era su chute de cafeína diaria.

Después de que se lo hubiera lanzado cuatro o cinco veces, el perro se puso como loco, empezó a ladrar y a correr en círculos; Claire se acercó a ver qué era lo que provocaba ese comportamiento. Entre aquellos campos verdes, y sin apenas luz, se encontró con el cadáver de un hombre. Inmediatamente supo quién era, a pesar de que le hubieran pegado un tiro en la cabeza y su rostro estuviera cubierto de sangre. Su ropa llena de grasa negra, su camisa de cuadros, sus vaqueros desgastados en la zona de las rodillas y llenos de polvo, le hicieron pensar en las muchas veces que había llevado su coche al taller, era Luck, el mecánico local.

Sacó el móvil del bolsillo de su chaqueta y comenzó a sacar fotos. Hacía muchos años que no ocurría nada parecido en Deathville, Claire pensó que quizá ese pasado sangriento quería volver a jugar un papel importante entre los habitantes de aquel pequeño pueblo.

Llamó al sheriff local y le comunicó lo que se había encontrado en los campos comarcales. Esperó unos pocos minutos a que llegara; la voz de Claire le había sacado de la rutina diaria: cerciorarse de que no habían tenido detenciones durante la noche y si así había sido ponerlos en libertad o dejarlos en el calabozo a espera del juicio. En Deathville la justicia no era un proceso lento dado que el delito más grave que habían tenido en los últimos años había sido el robo a la joyería que fue perpetrado por un yonqui que necesitaba su dosis.

John llevaba siendo sheriff un par de años, se había quedado con el puesto después de ser el ayudante del anterior durante mucho tiempo; cuando este se jubiló rápidamente pensaron en él para cubrir su ausencia. Llegó en su coche patrulla, acompañado por su nuevo ayudante, Peter, un chico que había sido compañero de clase de Claire desde los tres años hasta que habían dejado el instituto. A pesar de la cercanía espacial que los había unido durante quince años de vida, no habían tenido mucho contacto, quizá un "¿qué tal?" cuando se veían por la calle, pero nada más. Peter era el hijo del alcalde, todos los profesores habían alabado sus dotes artísticas, aseguraban que llegaría muy alto en el mundo de la pintura; pero después de caer gravemente enfermo y no poder ir a la universidad, empezó a ocupar su tiempo libre en la comisaría, y así fue como descubrió su verdadera vocación. Seguía pintando con la misma pasión que lo había hecho a lo largo de toda su vida, pero había algo más dentro de él.

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