— Ese niño va a tener más problemas que de costumbre.
Aurelio escuchaba cada vez que Doña Carletti y Antonio salían por la puerta después de una visita. Sin embargo Don Caruso lo discutía diciendo que no había mayor problema que lidiar con un hijo sordomudo, que lo demás solo eran tonterías.
Antonio sin embargo era más de lo que Don Caruso podía esperar cuando creció. Un joven fuerte comparado a su corta edad, inteligente, rápido y gracioso. Para desdicha de Don Caruso tenía que entender que su hijo se trataba de Aurelio, muchas veces el niño creía que gracias a esto tenía que trabajar para poder convencer a su padre de que dejarle su fortuna valdría la pena, o no había otro remedio. Sin embargo Aurelio sabía más de Antonio que de cualquier otra persona en aquel pueblo.
No comes cuando te están mirando, el agua fría te da ganas de orinar, el sudor de tu madre te da tanto asco como las salchichas congeladas y tu mejor pasatiempo son pegar tus mocos en el asiento de papa.
Sin contar que fumaba y tomaba más que lo hizo Don Caruso por el resto de su vida.
Un día, Antonio se había ocultado bajo la mesa de su pequeña y olorosa cocina, no era el mejor lugar para hacerlo pero por nada del mundo se perdería el espectáculo. Don Carletti su padre, había llegado a casa luego de un largo de día de trabajo y había encontrado a su mujer con la falda en la cabeza, mientras el lechero le vaciaba una botella de leche entera en sus tetas.
— ¿Y qué le dijo?
Hacía tiempo Antonio hacia movimientos de caderas explicando cómo veía a escondidas a Doña Carletti engañar a su padre, aunque riese, sabía que al tiempo le traería serios problemas.
— Creo que era la tercera vez, mi padre estaba como un toro. Mi madre le zampó un sartenazo diciendo que era tan malo en la cama que era capaz de ir a tirarse al carnicero, al zapatero, al barrendero si quisiera. Yo reí y el sartenazo me llego después a mí.
1957
Isabel Sánchez
Isabel, creció en una familia adinerada parecida quizás a la de los Caruso, en ningún momento desde su primer respiro tuvo que preocuparse por algún motivo. De igual manera, cuando aún vivía; su padre de rasgos finos y muy armónicos al verla se sabía de donde venía su belleza. Pero al compararla con su madre podría reconocerse que fue casi un milagro.
Desde niño Aurelio siempre renegó la idea de terminar enredado entre sus cabellos claros, aunque no podía pretender ocultar que lo que más llamaba su atención era el oscuro lunar sobre sus delgados labios.
— ¡Que buscas! – reclamaba al descubrirla espiándolo.
Doña Caruso le sugería tener paciencia, decía que al ser hija única y no tener padre sentía una curiosidad natural por el niño que vivía más cerca.
— ¡Absurdo!
Exclamaba Aurelio al recordar por todo lo que había pasado, tuvo que soportar un par de años de descargas eléctricas para intentar curar el hecho de ser sordomudo, lo que no sabían era que simplemente no le interesaba hablar, cuando lo hizo Doña Caruso pego tal grito que se quedó sin voz por varias semanas.
Isabel fue todo lo contrario, más bien fue todo lo que podía esperarse de un bebe primerizo; peso promedio, linda sonrisa, buena voz para llorar y un rostro tan hermoso que hasta el más amargado del pueblo se acercaba a reconocer el milagro a Doña Silvana.
— Es hermosa – decían – igual a su padre.
Doña Silvana refunfuñaba ruidosamente y con sus cejas bien estiradas se iba moviendo las caderas, no miraba para no regresar la despedida. Ella sabía que su cara era lo más parecida a la de un animal de un zoológico, pero estaba orgullosa de haber engendrado a Isabelita; creía que la fealdad de su rostro se debía a las amarguras con que había vivido antes de conocer al padre de Isabel.
— Eres la mujer más hermosa que he visto.
Ella se enamoró al escucharlo, lo creía falso, pero no se perdería la oportunidad luego de estar encerrada en el burdel del pueblo esperando que algún cliente decidiera pagar por pasar un rato con ella.
Isabel tenía reglas muy claras, nada de niños hasta que de verdad sepas lo que te mereces.
— El amor no lo es todo Isabelita, también necesitas comer.
La niña suspiraba y salía a jugar al patio tratando de escabullirse a la ventana donde siempre podía ver a Aurelio.
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Aurelio Caruso
RomanceHe de entender que todo lo que veáis aquí te parecería un fiel invento para honrar la rutina, pero la verdad... la única verdad, es que no insistiría en negarte tus intensiones, si no lo supiera claramente... Tanto Aurelio Caruso, como Isabel Sánc...