Capítulo 1: De deseos y sueños.

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Sun goes down — Robin Schulz.

1.

Los rayos del sol se filtran por la ventana y justo dan en mi cara. Intento cubrirme con la sábana pero tanto el sol, la sábana y yo sabemos que será imposible volver a quedarme dormido. Papá dice que cuando vez luz por primera vez en el día, no puedes volver a tu sueño.
Se suponía que dormiría diez horas seguidas, que me levantaría a las diez de la mañana y hoy no iría a correr porque es mi día libre. ¿Qué hora será? Abro un ojo y me quedo medio ciego por el intenso sol de fuera. Lo cierro de nuevo e intento localizar mi móvil con la mano. Nada.

Suelto un gruñido y me decido por abrir ambos pero primero me cubro bien con la sábana. Es mejor prevenir y no quedarme ciego a los dieciocho.
Adiós sueño.

Mi móvil no aparece ni debajo de mi, de la almohada o las sábanas. Ahora que todo está desordenado en mi cama decido mirar debajo de la cama; me impulso y una vez que estoy de cabeza comienzo a marearme. El pequeño rectángulo negro que es mi móvil está en la esquina rodeado de polvo, telarañas y cosas que realmente no quiero imaginar. Quizá es hora de limpiar de nuevo mi habitación, ¿cuándo fue la última vez? Tal vez un mes. Gruño de nuevo y opto por levantarme de una vez por todas para de nuevo agacharme y gatear en el suelo sucio hasta alcanzarlo. Toco algunas cosas raras que no necesito conocer y por fin lo tengo.

No necesito mirarme en el espejo para saber que la pijama está sucia y lista para lavarse. Esta noche tendré que dormir sólo con ropa interior.
Me siento en el borde de la cama hasta que se controla el mareo y el dolor de cabeza, paso las manos por mi cabello tratando de ordenarlo no sin llevarme unos cuantos en la hazaña.
Enciendo el móvil y me encuentro con una serie de mensajes. Muchos. Demasiados. Son de compañeros del salón, de mis padres y mis tías en Oklahoma. ¿A qué de debe...?

Ah, sí. Es mi cumpleaños. Pero me sorprende que se acordaran, quizá fue mi madre quien les recordó.

Reviso rápidamente todos —"feliz cumpleaños, Ethan", "otro años más", "espero te la pases súper bien hoy"—, escribo un mensaje rápido —"muchas gracias"—, mando el mismo texto a todos y esa es mi respuesta. Miro al techo y alcanzo a ver una una pequeña araña negra colgando de su teleraña casi invisible de no ser por el movimiento. Las paredes blancas hacen que mi habitación parezca más clara de lo que en realidad es, no hay pósters ni cuadros, las paredes siguen intactas a excepción del librero posado frente a mi cama y el tocador al lado del escritorio con una silla de ruedas delante.

Ocho de la mañana.

Busco mi ropa deportiva que está dentro del clóset, una toalla y ropa interior. Decido prepararme un baño rápido para luego salir a correr —ya que no tengo más que hacer por despertar temprano—. Ya en el baño me retiro la ropa por completo y observo mi reflejo.

Mi físico no es tan... Malo. Soy delgado, quizá  demasiado para mi estatura de un metro setenta y ocho. Mi piel es muy clara —cosa que me agrada—, poseo ojos grises mi cabello negro de tamaño promedio, supongo que es promedio. Cuando voy a cortarmelo lo pido del número cuatro. Nada anormal —sin contar mis ojos—. Como catador profesional de libros, series, películas y anime... ¿En dónde está la chica que me manda cartas anónimas diciendo que ama mis lindos ojos grises?

He tenido novias, claro que sí. Tengo dieciocho años. Pero mis novias nunca han sido más "sociales" o "populares" que yo. Suelo estar con las chicas más tímidas de la clase, que apenas sueltan palabras por lo bajo y se esconden de todos en su cabello.

Suelto un suspiro y comienzo a bañarme.

Me pongo un conjunto negro —pantalón deportivo, playera térmica ajustada, sudadera—, tomo mis audífonos y me calzo las deportivas. Doy un vistazo al espejo y asiento conforme. Mi cabello está un poco largo pero me agrada.

Agarro las llaves del tocador, la cartera y puedo irme entonces. Durante el camino de mi habitación a las escaleras me pregunto si debería despertar a mis padres para avisarles. Mejor no.

—¡Ethan! —el grito de mi mamá me hace soltar un suspiro y esbozar una gran sonrisa, me relajo y bajo los escalones más tranquilamente.

—¿Sí, mamá? —entro en la cocina y la encuentro con papá sosteniendo un pastel pequeño con un número razonable de velas—, vaya.

—¡Felicidades! —sonríen abiertamente y me extienden el pastel.

Es un pastel de un kilo aproximadamente, tiene en total dieciocho velas color azul y está decorado con chocolate y duraznos por doquier. ¿Será que lo compraron hoy por la mañana antes de que yo despertara? No recuerdo haberlo visto ayer por la noche que fui a husmear por algo que picar. ¿O lo tenían escondido?

—Gracias, en serio gracias —. No es algo raro que me sienta como un pequeño de diez años, ¿verdad? Es decir, tengo dieciocho años, no estoy tan mayor... ¿Verdad?

—Pide un deseo —indica mi padre. Sí, no soy mayor, pero soy el hijo único de una pareja joven y próspera.

Sonrío e intento pensar en algo. Pedir deseos me parece algo estúpido, pero me sorprende que cuando pido algo material lo consigo. Sí, no miento. En mi cumpleaños número nueve pedí una bicicleta. Meses después me compraron una bicicleta, me pregunto si lo sabían o sólo se les ocurrió. Fue épico. ¿Hay algo que necesite?

Amigos. Sí, amigos.

Y lo pienso: Quiero un amigo, alguien con quién sobrellevar una serie de aventuras. Alguien divertido y espontáneo. Alguien que vaya conmigo a todas partes sin importar qué. Quiero una compañía fiel y duradera. Soplo las velas con fuerza y sonrío. Este tal vez sea el único deseo que no se cumplirá. Es imposible comprar a alguien. Mis padres aplauden emocionados y me abrazan. Les informo que saldré a correr y aceptan sin objeciones.

2.

Al salir de casa respiro aire fresco. Parece que el día será soleado pero no bochornoso. Los días que más me gustan son aquellos en los que el viento fuerte se mezcla con calidez. Los días lluviosos me deprimen y los días muy soleados me ponen de malas. Durante unos cien metros me dedico a hacer estiramientos —cuando decidí hacer ejercicio me puse a ver tutoriales; ahí la gente dice que debes calentar para que tu cuerpo no tenga calambres al terminar—, muevo los brazos y los sacudo de lada a lado, tomo mis piernas y las estiro. Es placentero sentir cómo los tendones se mueven para hacerte más ágil.

Una vez que me siento listo para comenzar a correr, los pasos se convierten en trotes y posteriormente en una carrera ligera y tranquila. No llevo prisas ni un tiempo que superar. Observo las limpias calles de la ciudad y las cosas adornadas con plantas en los pequeños jardines de un metro cuadrado. Acabo de olvidar cómo se les llama. La señora Johnson suele colgar las jaulas con pájaros fuera de su casa, es por ello que diariamente hay gatos mirando fijamente la puerta como esperando que algo pase.

Después de diez minutos corriendo aligero la marcha y tomo mi tiempo para beber agua. Hecho un pago sobre mi cabello para refrescarme e inicio estiramientos para no enfriarme. Mientras me estiro al lado de un árbol en el parque de rosas alcanzo a ver a Mel —la pequeña chica que usa vestidos todos los días en el instituto y se siente detrás de mí en todas las clases que compartimos—, acercándose lentamente. Lleva el cabello sujeto en una trenza larga color negro azabache y el día de hoy lleva un vestido amarillo con cinturón café. Le cuelga una bolsa café del lado izquierdo y las manos sostienen una pequeña —realmente pequeña— caja con un listón azul.

Oh no.

Cuando está a menos de tres metros de mí carraspea y suspira. Parece avergonzada.

—Hola, Ethan —lo dice en un solo suspiro. Si no estuviera prestando atención seguramente no la habría escuchado.

Continuará...

Aquella chica invisible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora