Juguemos a algo. Juguemos a que la vida es perfecta. Juguemos a que la felicidad puede no ser tan sólo efímera y volverse solo el gustito final de la porción, la media sonrisa por un recuerdo pasajero o la fugaz permanencia de las huellas en la orilla.
Juguemos a que no existen errores, caídas, lo correcto o lo incorrecto. Juguemos a que cada decisión individual importa, suma y se valora; a que esperar la aprobación del otro no sea una opción entre las disponibles.
¿Que cambiaría? ¿Estaríamos dispuestos a arriesgar? ¿Nos animaríamos a transitar ese sentimiento tan genuino y utópico como es la felicidad? ¿Daríamos la vida por nuestros valores y deseos más profundos?
Acá es cuando una voz superior, escondida e invisible contesta y nos dice: Si. Si a todo. Mucho cambiaría, arriesgaríamos, nos animaríamos, daríamos la vida y más.Y entonces, me pregunto, nos preguntamos ¿Porque, si no existen reglas o un contrato prematuro, innato y superior, pensamos que esto no es posible? ¿Porque nuestra primera respuesta es reprimir, guardar, dudar y mirar hacia un costado, avergonzados siquiera de haber rozado una idea de rebeldía sana?
Mi humilde opinión, que genuinamente es humilde y no deja de ser el razonamiento de
una pieza más en el complejo engranaje de la máquina de la sociedad, es que adoramos martirizarnos. Somos expertos en idear escenarios futuros en nuestra cabeza solo por diversión. Licenciados en hacernos sufrir antes de tiempo. El hecho de quedar de pie mientras a nuestro alrededor existe una multitud de gente sin piernas, nos hace desear nunca haber siquiera tenido piernas. Vivir en un mundo de silencio y tener que callar por miedo a despertar a alguien es parte de lo que somos.Nacemos siendo únicos, originales. Crecemos basándonos en imitaciones. Nos desarrollamos con una mirada hacia los costados, nunca hacia adentro. Y cuando nos estamos apagando tenemos la excelente idea de empezar a conocernos. Estamos tan temerosos de no llegar a hacerlo a tiempo que culpamos a la muerte por querer arrebatarnos la vida, el mundo. Pero no nos damos cuenta que los únicos culpables somos nosotros, el enemigo mayor fue nuestra ceguera mental que tenía de mano derecha a la resignación y a la desaprobación.
Pretendemos conocernos, ya cuando todos los demás pensaron que lo hacían. Pero lo que el resto no sabía era que ni ellos lo hacían. Ni ellos se conocían o nos conocían.
Ellos somos nosotros y nosotros somos todos. Todos somos uno y uno es el mundo. Ese mundo que fluye, crece y se trasforma; sin conocimiento de la perfección más que la imperfecta. Ese es el mundo que nos crea, el que nos ve tal cual somos sin pretender nada más. El único que sabe la verdad de cada cuerpo y alma qué transita por sus rincones, y el único capaz de juzgar y corregir.
Es el mundo, la vida, la única que pone en el camino correcto a las personas. La única que puede devolver lo que se le dio, lo bueno y lo malo. No nosotros. No yo, no vos.
Si así lo creo, así lo escribo, así quiero pensar que es, te enseño a creerlo conmigo.
No miremos hacia afuera, lo genuino siempre está adentro, en lo familiar. En lo real y lo que no desaparece ¿Quien mejor que uno para corregir lo propio? ¿Quien más alejado de lo ajeno sino uno?
Empezemos a conocernos antes de que sea ya tarde, antes de que las luces se empiecen a apagar. No es recomendable caminar en la oscuridad, aprovechemos el sol mientras todavía sigue calentando.
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Breve reflexión de un jueves por la noche
PoetryJuguemos a algo. Juguemos a que la vida es perfecta. Juguemos a que la felicidad puede no ser tan sólo efímera y volverse solo el gustito final de la porción, la media sonrisa por un recuerdo pasajero o la fugaz permanencia de las huellas en la oril...