Por primera vez en doce años, Rachel Hemmings por fin podía disfrutar de una noche de sábado sin tener trabajo pendiente.
Después de dejar el móvil en la mesa cogió el mando de la televisión y se lanzó hacia el sofá lista para un momento de distracción. Al encender el aparato aparecieron primero unas imágenes de un incendio, "normal", pensó ella, "es julio". Empezó a buscar a través de los canales a pesar de que sólo encontraba noticias y partidos de fútbol de segunda o tercera división, ni siquiera las películas eran de calidad, quizá porque era demasiado tarde y tendría que estar durmiendo. Finalmente encontró un programa del tarot y, mientras subía el volumen, se acordó de cuánto le gustaban esos adivinos a sus abuelos. Ella, en cambio, consideraba una inmensa farsa las predicciones no científicas que predicaba ese hombre y estaba segura que el hecho de ser química había influido en estas conclusiones.
Sí, querido, no temas por la salud de tu mujer. Lo que deberías hacer es estar a su lado y darle todo lo que necesite, sólo así mejorará. Y recuerda, hay cosas peores que una simple enfermedad.
Rachel consideró que sería mejor apagar la televisión e intentar terminar el libro que empezó cuatro semanas antes. Con un suspiro alcanzó la novela y la abrió por la página 382; aunque no tenía marcador su memoria le permitía acordarse exactamente del lugar en el que se quedó. En su mente un paisaje iba tomando forma a medida que la lectura avanzaba, y aún sabiendo lo aburridas que eran las descripciones tan densas sabía que sin ellas estaría perdida el resto del libro. Su mente recuperó los nombres de los personajes y, sobretodo, la trama. No era nada del otro mundo, la novela escogida: un chico marginado luchando por recuperar el amor de su vida.
Por fin volvió a aparecer el misterio capítulo tras capítulo que la tuvo retenida en el sofá durante media hora, hasta que su móvil sonó.
Rachel miró la hora, casi media noche, y se preguntó quién podía llamarla a esas horas. Se levantó dejando el libro abierto al borde del sofá y fue en busca del teléfono. En la pantalla apareció un nombre tan familiar que sólo podía significar una cosa, problemas; era la jefa del laboratorio donde trabajaba, se llamaba Julie Smith.
- ¿Diga?
- Hemmings, necesitamos que venga de immediato al laboratio - Smith no parecía precisamente de buen humor, su voz sonaba como si estuviera en una carrera contrareloj.
"¿A estas horas?", pensó Rachel sin atrevirse a preguntar.
- ¿Es muy grave?
- No lo sabemos, pero creemos que es demasiado serio como para ser una broma.
- ¿De qué se trata? - preguntó Rachel.
- Mejor se lo digo cuando llegue al laboratorio, no sabemos quién puede estar escuchando.
- Oh, vamos! A nadie se le ocurriría meter el oído a media noche, todo el mundo está durmiendo.
- Hemmings, acuérdese que trabajamos para el Gobierno. Cualquier paso en falso que hagamos con nuestros descubrimientos puede destruir el país. El Presidente nos tiene controlados 24 horas al día, ¿cómo se le puede haber olvidado?
- Entendido, enseguida llego allí.
Julie Smith finalizó la llamada dejando la intriga a manos de Rachel. Ésta se enfundó los zapatos, cerró la luz del comedor y llaves en mano abandonó el piso dirigiéndose hacia el parking. De camino a su coche las preguntas sobre la llamada de Smith aumentaban cada segundo.
Rachel Hemmings era analista en el mayor laboratorio de Estados Unidos desde hacía doce años, cuando consiguió el empleo después de meses de formación. Su gran capacidad analítica y pasión por la química la habían llevado a ser la escogida entre más de cinco mil candidatos. De 34 años, Rachel era morena y gracias a los entrenamientos de judo había conseguido un cuerpo envidiable entre hombres y mujeres.
La chica se dejó caer en el asiento del conductor del coche, deseando poder estar en la cama con el aire acondicionado, y encendió el motor. Sacó el vehículo del parking y se dirigió con precaución hacia el laboratorio. Conducir de noche era para ella, normalmente, un momento de tranquilidad y de olvidarse de la rutina; poder observar las estrellas y escuchar el ruido del motor mientras cruzaba campos y montañas había sido una vez su pasatiempo favorito hasta que entró en el laboratorio. Esa noche, sin embargo, ni siquiera se había acordado de activar el aire, sólo le preocupaba llegar a tiempo al trabajo.
Vigilando e intentando no tener ningún accidente, Rachel no creía que alguna vez hubiese deseado tanto que el laboratorio estuviese más cerca de su casa como lo hizo ese día. Solamente le faltaba girar dos cruces hasta llegar a su destino cuando un coche negro como esa noche sin estrellas aceleró hasta duplicar la velocidad permitida.
En medio del silencio sepulcral, a dos manzanas del mayor laboratorio americano, la joven promesa del mundo científico Rachel Hemmings acababa de ser embestida. De sus pertenencias, cuando llegase la policía, sólo encontrarían el viejo coche destrozado.
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Notas
Mystery / ThrillerNadie te ha preparado para esta situación. Estás solo, cara a cara con la muerte. Esas pastillas decidiran tu futuro. 3... 2... 1... y ya no existes.