Escribir la vida en verso; ese era su afán, su forma de abstracción. Solía escuchar música mientras lo hacía, pues siempre dijo que era prácticamente la única estructura que consigue pavimentar los corazones de la humanidad. Soñaba despierta muy a menudo, tal vez demasiado, pero la violencia del mundo que le rodeaba le dolía en el pecho como mil dagas enrojecidas por un fuego que estaba fuera de su alcance. Nunca dejaba de preguntarse por los múltiples porqués de su maltrecha y corta vida, pero nunca por ello dejó de luchar. Sus sentimientos la guiaban por los derroteros más inimaginables, ya que su rebeldía interior se imponía cuando las emociones le golpeaban la garganta. Un buen día se enamoró, y, como era de esperar, los versos que escribía se llenaron de palabras bellas y delicadas como suspiros. Su corazón parecía multiplicar su tamaño cuando lo veía, pues se agitaba tanto como si alguien estuviese haciéndole suaves cosquillas e intentase con cada pálpito huir de su pecho. Si era cierto que Zeus había dividido en dos una misma alma lanzando un rayo a los llamados seres andróginos, él debía ser sin duda alguna su otra parte. Almas entrelazadas por un mismo destino; así eran. Pasaban el tiempo huyendo del mundo de violencia y terror dominante. Se ocultaban en bosques de grandes árboles, verdes y majestuosos, solo por el mero placer de mirarse a los ojos, que aún conservaban la pureza de un sueño. Y, es que, en los delirios de un sueño vivían. Pero no metafóricamente hablando. Solo cuando sucumbían en brazos de Morfeo sus alas se extendían dejándoles unirse. Solo cuando descansaban sus jóvenes mentes, solo cuando el tiempo era algo paralelo y todo dejaba de tener importancia, podían verse. Pero, ¿qué es la vida, sino un sueño?