CAPÍTULO 40

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A la mañana siguiente despierto sintiéndome fatal, y los oscuros círculos que se han formado debajo de mis ojos demuestran lo poco que he logrado dormir.

Luego de que ese hombre se llevara mi computadora por fin pude meterme durante cuarenta y cinco minutos dentro de la bañera llena de espuma; pero ni siquiera el aroma a esencia de lavanda que decidí echarle, ni el té de tilo que tomé mientras respondía las llamadas de Juli y de mi madre, sirvieron para ayudarme a dormir mejor.

Intento maquillarme lo mejor que puedo para esconder las evidencias de una noche terrible y, cuando más o menos lo consigo, me recojo el cabello en una cola alta, y tras una última mirada al espejo para comprobar que me he vestido acorde para ir a la revista—y no me he dejando parte del pijama puesto—me obligo a ir a trabajar.

Por el camino, que por desgracia se hace más corto que otros días, voy pensando en qué decirle a Patricia. Seguramente esté furiosa conmigo, y no me extrañaría nada que a partir de hoy me convirtiera en un nuevo punto en el índice de desempleo.

Al poner un pie en la recepción de Fama todas las miradas se posan sobre mí.
Respiro profundo e intento que los indiscretos ojos no me intimiden.
Pasé por algo similar cuando mi boda con Mauro se fue al carajo, salvo que esa vez las miradas eran de compasión, ahora es mucho más humillante, ahora sus ojos parecen gritar:

¡Zorra! ¡Te has estado revolcando con un tipo a cambio de una buena nota!

Las saludo como siempre. Como si no me afectaran sus cuchicheos al pasar, aunque a cada paso que doy me resulta más difícil. Y justo cuando me encuentro al límite, a punto de explotar y gritarles en la cara un par de verdades, Patricia sale de su despacho.
La sala entera queda en silencio, podría escucharse el sonido de un alfiler al caer sobre el parquet.

Me detengo en seco apenas la veo. Ella, al notar mi incomodidad se dirige al resto:

—¡Vamos! Vuelvan a su trabajo, no tienen nada que ver aquí—exclama golpeando las palmas de sus manos.
Inmediatamente todos vuelven a  meter sus narices en sus computadoras.

—Patricia yo...

—Sígueme —me ordena sin dejarme terminar de hablar.
Inhalo una gran bocanada de aire, me infundo de valor y la sigo a su despacho.

—Toma asiento—me vuelve a ordenar. Es muy parca con sus palabras así que intuyo que esta conversación no será para nada fácil.
Hago lo que me ha pedido, y ella hace lo propio sentándose tras su escritorio y abriendo uno de sus cajones.
Saca de allí la bendita revista Glamour y la avienta frente a mí.

—¿Puedes explicarme qué significa esto, Isabella?

Nerviosa hago sonar mis dedos, las manos han comenzado a sudarme.
Niego con la cabeza lentamente, humedezco mis labios antes de hablar:

—Patricia, le juro que esas fotos han sido publicadas allí en contra de mi voluntad.

—Eso me lo puedo imaginar pero... Dime por favor que no te estás acostando con Castelli sólo para conseguir buen material para tus artículos.

—Nnn... no —balbuceo incrédula. Creí que estaría más preocupada porque haya vendido las fotos a la competencia y no a mi relación con Lorenzo.

—Porque eso no sería ético. Conoces muy bien las normas y valores de la compañía, y la honestidad es una de ellas—dice.

—Claro que lo sé, Patricia. Y créeme que comenzar una relación con Castelli no entraba en mis planes. ¡Era lo último que deseaba!

—¿Una relación, dices? ¿O sea que van en serio? —ahora la que se muestra incrédula es ella.

Suspiro con amargura.

Deliciosa AdicciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora