Always Together

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Siempre había estado sólo, no tenía amigos, en realidad no tenía amigos verdaderos. Sí, tenía a Tadashi pero no era lo mismo, realmente... Estaba sólo salvo por ellos, siempre habían estado con él, desde que nació, aquellas figuras oscuras que sólo él podía ver y que le cuidaban ¿En qué momento se dio cuenta que sólo él podía verlas? Bueno, puede que en realidad siempre lo hubiera sabido, puede que todo tuviera que ser así pero la verdadera prueba fue cuando su madre lo llevó al médico tras encontrarle "hablando solo" y fue imposible hacerle entender que no estaba sólo que estaba con ellos

Fue ese día cuando Kuroo se lo dijo, sólo él podía verlos, en cierto modo le molestó que lo hiciera con esa sonrisa astuta tan característica suya sentado sobre la cama con las piernas cerradas. No, lo peor fue cuando Bokuto se carcajeó en su cara mientras rodaba por el suelo dado que incluso él se había dado cuenta de ese detalle al tiempo que Akaashi le reñía por semejante conducta. Sí, ese fue un día extrañamente raro para Tsukishima mientras veía a las tres personas más importantes de su vida observándole, sabiendo que sólo él podría verlos y en cierto modo ese le alegró.

Nadie vería nunca la sonrisa torcida de Kuroo extendiéndose por los labios cuando hacía un comentario astuto malintencionado, ni oirían los gritos emocionados de Bokuto animándolos a conseguir lo imposible como si nada importase, tampoco verían brillar los ojos de Akaashi mientras le explica la lección del día, esa que él por sí mismo no ha sido capaz de comprender y que al de ojos grises le parece tan sencilla. Se sentía agradecido, nadie podría apartarlos nunca de él, siempre estaban ahí, cuando andaba por la calle, cuando iba a clase, cuando volvía a casa, cuando dormía, cuando despertaba, siempre junto a él pero, a veces, también se sentía sólo.

No eran reales ¿No es así? Siempre estarían con él, es verdad, pero al mismo tiempo no estarían porque no existen ¿Quiénes eran? ¿Por qué estaban ahí? Más de una vez se lo había preguntado y también se lo había preguntado a ellos pero no había obtenido respuesta, sólo el silencio de Akaashi, la risita entre dientes de Kuroo y las carcajadas ruidosas de Bokuto quien le pasa el brazo por encima de los hombros picándole la mejilla traviesamente. Tsukishima no puede evitar pensar muchas veces que es patético, toda su vida, todo lo que es, depende de esas tres personas que nadie más puede ver.

Bien, bueno, si es sincero en realidad eso no le importa pues es egoísta y no quiere compartirlos. Después de todo, da igual sino son reales, para él sí que lo son. Tsukishima si puede sentir los besos de Kuroo que suben lentamente con cariño por su cuello haciéndole estremecer, puede notar como Bokuto le pica la mejilla y le sonríe tan claramente como si fuera de carne y hueso y, por supuesto, puede notar como Akaashi le abraza pegándolo contra su pecho por las noches antes de que todos cierren los ojos a la espera de un nuevo día.

–Algún día estaremos juntos, los cuatro...– Tsukishima no puede evitar arquear una ceja y mirar a Bokuto, era la primera vez que el albino decía algo así mientras está tirado en la cama sin hacer nada. Tampoco esperaba la risita cómplice de Kuroo, ni la mirada de advertencia de Akaashi, como si los tres compartiesen un secreto. El primer secreto entre ellos ¿Qué había querido decir el de ojos dorados? El rubio está acostumbrado a que Kuroo haga ese tipo de crípticos comentarios pero estos no le pegaban al más ruidoso de los cuatro y, pese a esa pequeña molestia lo deja estar cuando Akaashi lo abraza y Kuroo acaricia su piel con cierta diversión.

Un año, tres meses, una semana, seis días... Nunca debió confiar en Tadashi, nunca debió hablarle de ellos, le faltó tiempo para correr hasta su madre y contárselo todo. Traicionado, no debió confiar en él, debió hacer caso a Kuroo quien desconfiaba del pecoso y se había demostrado que con motivo. Su madre no había tardado en poner el grito en el cielo y ahora estaba ahí, encerrado. Cada día era la copia de una copia, cada día igual que el anterior, querían deshacerse de ellos, querían alejarle de las tres... querían matarlos, por eso lo habían encerrado en aquella habitación de paredes blancas.

Electroshock, bueno terapia de electrochoque, después de rechazar toda la medicación su madre había autorizado la terapia electroconvulsiva con la esperanza que así ellos desaparecieran pero no había sido así, siquiera después de recibir su cuarta sesión. Seguían ahí, dándole ánimos, apoyándole, protegiéndole, nunca le abandonarían y eso le consolaba, le consolaba saber que por mal que fueran las cosas su lazo jamás sería cortado pero estaba cansado, muy cansado y no sabe cuánto más podrá aguantar pese a que Bokuto siempre trata de sacarle una sonrisa pero cada día sus figuras se vuelven más borrosas y, ese hecho, le hace derramar amargas lágrimas de miedo perdiéndose en entre los fuertes brazos del albino en busca de refugio. Un refugio al que no tardan en unirse Kuroo y Akaashi.

–¿Cómo podemos estar juntos?... – la voz del rubio está rota mientras permanece avovillado y con los ojos cerrados. No podía soportar la idea de verlos ya difusos ante sus ojos, cada día aquellas voces que tanto le habían acompañado se iban perdiendo y no lo soportaba, no soportaba perderlos. Un silencio, un silencio nada tranquilizador que le obliga a abrir los ojos en un inútil intento de enfocarlos, apenas se distinguían ya aquellas borrosas figuras que ahora lo acompañaban mientras nota las manos ajenas tomar su rostro y acercarse a su oído, Akaashi, era Akaashi quien le susurraba al oído lo que debía hacer, aquello que jamás podría ser dicho en voz alta.

Ahora podrían estar juntos, para siempre, los médicos no llegarían a tiempo y esa idea le hace sonreír. Ya no les podrían separar y mientras la sangre mana de los profundos cortes de sus brazos puede ver con total nitidez como ellos vuelven a hacerse presente, vuelven a tener su forma y le sonríen, le están esperando, como siempre lo han hecho. Siempre han estado esperando por él, a que estuviera listo para ir con ellos. Puede notar el sabor metálico de la sangre en la boca mientras los médicos tratan de reanimarlo pero es demasiado tarde, no hay nada que hacer.

Con una última mirada hacia atrás observa esa cáscara que ha sido su cuerpo durante todo aquel tiempo, una barrera que le separaba de aquellos que verdaderamente amaba por lo que, sin remordimiento alguno, toma sus manos desapareciendo para siempre dejando tras de sí su viejo cuerpo en un charco de sangre.

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