Yorktown

2.1K 217 299
                                    

Querida Elizabeth Schuyler.

¿Has visto alguna vez a Inglaterra llorar?

Había escuchado acerca de que hay personas, personas de carne y hueso ¿lo puedes creer?, que representan nuestras tierras.

Esta mañana me dirigí a la tienda de campaña del general Washington a su pedido. Entré, con el mismo saludo que nos identificaba como padre e hijo: «Señor, ¿me buscaba?». Respondió afirmativamente.

Déjame describirte cómo era aquella escena, con una mesa al centro, mapas, estrategias, tratados, discursos, tácticas de pelea, representaciones de las movilizaciones que los malditos ingleses hacían y las nuestras. Sin duda alguna, la tienda de George Washington era fácilmente reconocible: llena de cosas perfectamente ordenadas.

El orden en la guerra es esencial si se precisa una victoria inaudita.

Detrás de la mesa de centro había alguien. No lo conocía, pero parecía muy alegre. Joven, rubio, ojos azules. Alto, fuerte.

Alfred Jones, ese era su nombre.

El señor Washington fue quien nos presentó formalmente.

«Dice ser América» dijo «La representación».


.


América, Alfred Jones frente a los soldados, resultó ser alguien muy animado. Un chico brillante e idiota. Aprendió rápido a manejar el mosquete, sus manos eran maestras en el arte de batalla con la espada y sus tiros con pistola daban en el blanco con precisión. No cabía duda alguna, las armas eran su fuerte.

La pluma era para mí lo que un mosquete para él.

Su otro fuerte era no cerrar la boca, nunca. Nuestra cercanía y similitudes nos hicieron algo a lo que podíamos llamar amigos.

¿Sabes? Es un buen muchacho, me elogia al leer mis escritos y bromeamos juntos acerca del general. Compartimos muchas cosas y otras no tanto. Como en cualquier amistad.

«Desde que has llegado, hemos ganado más batallas» le dijo Washington a Alfred un día, mientras planeábamos la cercana batalla de Yorktown, «pero también he tenido más dolores de cabeza».

Reímos. ¿Quién diría qué sería la última vez que lo vería reír así en mucho tiempo? Nadie aseguraba que aquella escandalosa voz iba a ser ahogada por la lluvia y los gritos de un hombre frente a su batallón.

Yo estaba ahí, cansado, mojado, sangrando. Sentía la adrenalina correr en mis venas, la emoción de casi llegar a esa victoria que me prometía un futuro libre para mi hijo y mi esposa, para mi familia, pero todo se quedó quieto.

La recta final se vio obstaculizada por alguien, el insigne Arthur Kirkland, hermano mayor, maestro y tutor de Alfred Jones estaba solo, frente a Jones: América contra Inglaterra.

Entendí esa oración melancólica que Alfred dejó salir en un suspiro una noche antes. «Él necesita independizarse»

Porque Inglaterra dependía de él, de su hermano, de su aprendiz. Sin querer, Inglaterra lo había criado para salir del nido, para comenzar su vida. Y ahora que él quería libertad, simplemente no lo permitía. Intentado poner un fin a todo aquello, oí la voz del inglés haciendo un ultimátum entre él mismo o la libertad. No pude sentirme más orgulloso de América cuando su única respuesta fue «Después de todo, elijo la libertad»

Temblando, apretaba los dientes y pegaba sus pies al suelo como si eso lo estabilizara; a pesar de eso, se mantenía, estaba siendo valiente contra a aquel que le dio comida y vestido, un techo y el calor de la familia. Era obvio, no dudaba y a la distancia uno se daba cuenta que aunque no comprendía por qué, Jones lo estaba pasando fatal.

«Ya no soy un niño, ni tu hermano menor. Yo... ¡ahora mismo me independizo de ti!»

Pude ver como, clamando que no lo aceptaba, Inglaterra lo desarmó.

«¡Lucha!» pensé «¡Lucha por la libertad!».

Inglaterra estaba siendo controlado por el impulso de matar, de conquistar.

«Por eso es que en el fondo eras ingenuo, ¡idiota!»

Su batallón reaccionó después, estaban sorprendidos de que el risueño Alfred Jones que saltaba y brincaba jovialmente por los campamentos, el que dictaba las palabras de motivación cuando las necesitábamos, se mantuviera inmóvil y taciturno, ¿cómo alegras al alegre después de todo?

«¡F-Fuego!» dictó el segundo al mando de aquel grupo. Nadie disparó...

Nadie disparó porque entonces Inglaterra bajó el mosquete, miré el alivio en los ojos de Jones, lo sorprendido que estaba.

«¿Cómo podría disparar...?¡Idiota!»

Y luego quien quedaba en el suelo, contra todo pronóstico, era el inglés.

«¡Maldición! ¿Por qué tiene que ser así? ¡Rayos...!»

Corrijo, entonces, mis primeras palabras, querida Eliza, ¿Has visto a Inglaterra caer? Porque yo sí.

Y es de las peores sensaciones que he tenido la desventura de conocer.

«A pesar... de que solías ser tan grande» tras las palabras de Jones, seguimos la batalla.

Incluso sin disparar, sabíamos que ya habíamos ganado. 

Alfred Jones, ese era su nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora