Esa vez fue el comienzo del delirio de todas mis penas. Soledades, vacíos, y calma opresiva. Esa vez fue cuando su mano, amigable, quiso sacarme de mi frío estar. Creí que eso nunca pasaría. Ni siquiera tenía sentido.
—Arelis, estoy aquí.
Como una lucecita en la oscuridad que me incitara a seguirla.
—Elián...
Una luz cálida que había sido eliminada por las tinieblas, pero que había vuelto para quitarlas de mi alrededor.
—He vuelto.
O como un sabor amargo que sube por la garganta empalagada.
—Has... vuelto...
La luz, que se había adentrado en mi apartamento por la puerta que había abierto al oírle tocar, había iluminado su rostro, pero, lo más extraño, fue que también había despertado a mi corazón. Había sentido que la brisa fría de febrero traía aires de cambio, colándose al interior ya que no se lo impedía la puerta.
Me había quedado con el brazo aún extendido, con la mano sobre la perilla de la puerta, que había abierto en grande. Mi mirada se había quedado atrapada en sus iris ámbar. Elián se había quedado contemplándome un momento, inmóvil como yo, hasta que una sonrisa apareció lentamente en su rostro.
—He vuelto por ti, Arelis.
—Elián... —habían repetido mis labios, con voz quebradiza. Era como si no supiera decir nada más aquella vez, en ese instante.
Había dado un paso hacia delante y sus brazos me habían atraído cuidadosamente hacia él. Mi rostro se había perdido entre su pecho, y mi alrededor se había transformado en la atmósfera única y tan familiar que había en un ambiente con él.
Su respiración se había sentido a través de mi cabello, sobre mi nuca, y toda una etapa de mi vida que había tratado de enterar bajo tierra, bien asegurada y encerrada, lejos de mí, había asaltado mi mente de recuerdos que, aún con toda la voluntad que yo quisiera demostrar, no olvidaría nunca.
Su sonrisa es demasiado opaca.
Los deseos de mi corazón habían desbordado y aplastado a los de mi mente antes de tomar el control de esta. Mis manos, caídas, se habían levantado lentamente, hasta haberle correspondido el abrazo, enredando los dedos entre los dobleces de su abrigo.
—Vine para llevarte conmigo.
No lo hagas. No lo hagas, Arelis.
—Quiero llevarte a casa, que todos te conozcan...
Esto no es bueno... Arelis...
—Que vivamos juntos, como antes...
No confíes en él.
—¿Vendrás conmigo?
¿Por qué te has dejado caer?
Una lágrima había caído por mi mejilla antes de llegar a parar sobre su playera que se asomaba por su abrigo abierto.
—Yo... vendré contigo.
Me apretó más contra él, y sus labios besaron lo alto de mi cabeza.
Estás perdida.
Había mirado hacia mi apartamento por última vez. Luego, había tomado el asa de la maleta que contenía las pocas pertenencias que había resuelto traerme conmigo. Sin más, Elián había tomado mi mano libre y había tirado de ella para que partiéramos.
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Rota, como la copa que estrellé
Historia CortaRota, como la copa que había estrellado ayer, en lugar de brindar con él. Destruida, aniquilada. Atrapada, como una paloma en una jaula. Atada, como un prisionero encadenado. Estafada, traicionada. Defraudada. Sola, sumisa a una alma sin corazón...