Capítulo Único.

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Uno nunca conoce la gloria hasta que sientes las yemas del otro, que, con meticulosa delicadeza, explora tu rostro sin llegar a abrir sus ojos.

Mi memoria me falló en tantas ocasiones, en tantos momentos que me hubiera encantado guardar aquella sensación que lograba revolver tu estómago, burbujeando una sustancia desconocida y recorrerá un escalofrío por tu columna, descendiendo aún más hasta llegar a los dedos de tus pies, esos que no sabes cómo es que aún te sostienen cuando las piernas te tiemblan y el peso de tu cuerpo te hará caer.

Hubo tantos momentos que me gustaría memorar en estos instantes, volver a sentir como cada músculo se tensa y sede ante los impulsos ocultos en mi corazón, esos impulsos que reprimes por miedo. Pero la gran mayoría los he olvidado o simplemente ya no hacen estremecerme desde la punta de mis pies hasta la punta de mi cabeza.

Sucumbí ante esa brisa que delineó la superficie de piel que recubre los huesos de mi mandíbula.

Tela. Esa era mi nueva actividad, decidí que algún momento de relajación debía merecer el cuerpo que con pesadez me lleva de un lado a otro de lo agobiado que se encuentra. Parecía tan sencillo lo que hacían los acróbatas -cabe aclarar que hoy los respeto mucho, demasiado- que cuando empezamos con los entrenamientos, el reconocimiento del espacio y de la otra persona tuve un desgaste mental y corporal.

Te sientes al día siguiente como si un camión te hubiera arrollado sin piedad alguna, es aquel dolor y cansancio de haber trabajo por años. ¿Valió la pena el esfuerzo? Si que lo valió, no hay nada más bello que el aprendizaje, nueva información entrando a borbotones en un diminuto espacio, luchando por cuál será la vencedora del lugar.

El primer ejercicio de entrenamiento era poder reconocer mis alrededores, mi entorno, y las personas que me rodean. Ser capaz de sentir con ojos cerrados, tener la confianza de que los demás no me hagan daño, la paz que florecía por dentro al deambular con los párpados caídos era tan adictiva, que me vi soñando los días siguientes con esa tranquilidad. Pero no terminaba ahí, luego cambiaba y debías conocer las velocidades de tu propio ser al dar zancadas de un lado a otro, ver que partes usabas, que trabajaba más, simplemente aprender a sentir aquel sacó de músculos y huesos que era absolutamente tuyo.

Ayuda mucho, supe identificar que parte del pie utilizaba para caminar y comprendí porque me dolían los tobillos, no pude corregirlo debido a que no es tan fácil a como suena, pero se sintió como un gran avance.

Desde tiempos inmemorables el hombre ha necesitado el calor de otra persona, el sutil toque de otro ser y el dulce cariño esencial para sentirse amado. Y no me equivoco al decir que todos en algún momento hemos necesitado de eso, aquello llena un vacío corazón que busca una razón para seguir latiendo.

No supe que en ese momento mi corazón buscaba desesperado el sutil toque de un ángel, mucho menos me di cuenta de que aquí el ángel rondaba a mis alrededores.

Terminado el primer ejercicio llego otro, reconocer a tu compañero, poder saber quién es, obvio todo con los ojos cerrados. No sabrías de quien se trataba el que estaba delante, el dulce sabor de lo desconocido se infiltraba lento por tus fosas nasales para terminar en tus pulmones, haciendo que sientas que te falta el aire, los nervios de la anticipación eran magníficos.

Cada vez que pides algo por correo y tú sabes que llegará ese día, pero no te anunciaron a qué hora, esa desesperación que te corroe por tener aquella cosa en tus manos es desquiciante, lo sabes. Pues así se sentía este momento.

Ninguno se atrevía a desafiar esa distancia entre lo personal y lo íntimo, aquello que podía cambiar muchas cosas o simplemente nada al mismo tiempo, no queríamos desencadenar algo que quizá luego no tuviera explicación. Eso creo, eso creía, porque estar en esta posición no era nada fácil, o si, era tan fácil y sólo lo complicaba más de lo que podría haber sido. Yo me complicaba porque dudaba, tenía miedo.

Con Tus Manos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora