Capítulo XI

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Sus piernas estaban al punto del colapso, sus manos ya estaban tan heridas que, a través de las vendas improvisadas con pedazos de capa, seguían sangrando sin parar, dejando caer gota a gota aquel líquido al suelo. Jean y Mikasa ya llevaban unas dos horas (si no es que más) caminando. Sin haber ingerido alimento durante el día, su cuerpo estaba sucumbiendo al cansancio y hambre. Eren aún permanecía inconsciente y Armin ya tenía los labios tan pálidos que alarmó a sus amigos al punto de apretar el paso logrando sólo herirse más a causa del cable de hierro. Cada paso era más tortuoso que el anterior, la oscuridad no ayudaba en nada y el frío sólo causaba que sus cuerpos se quedaran estáticos por breves segundos. Afortunadamente la luna alumbraba un poco su camino lo cual agradecieron en silencio.

A la pelinegra le importaba poco si sus costillas estuvieran mal o si sus manos tuvieran heridas más profundas, ella quería encontrar un lugar seguro para su hermano, no descansaría hasta verle despierto y en un lugar seguro. Seguiría caminando por aquel espeso bosque hasta encontrar la dichosa aldea de Ahren que les esperaba kilómetros adelante. Por su parte Jean trataba de buscar fuerzas de algún lado para poder continuar y no caer. Miró de soslayo a Mikasa, viéndole sudada de la frente, con la respiración ya un poco agitada, frunciendo el entrecejo cada que daba un paso (debido al dolor de sus costillas), pero sin dejar de tirar de aquel tronco que llevaba a su hermano a cuestas. Le admiró su valentía y coraje por continuar a pesar de ya verse totalmente exhausta. Jean cerró sus ojos para continuar caminando y seguir el paso de Mikasa. Miró por sobre su hombro a un Armin a punto de caer en la inconsciencia, más pálido de lo normal y con el torniquete ya completamente manchado de rojo; le había aflojado un poco el amarre para evitar lastimar algún tejido, pero, a pesar de eso, Armin seguía derramando sangre.

Jean devolvió la mirada al frente notando unas pequeñas luces anaranjadas en el horizonte. Entrecerró los ojos y ahí pudo caer en la cuenta de que ya estaban a pocos metros de llegar a la aldea. Sonrió aliviado y con las pocas fuerzas que tenía, aceleró el paso. Mikasa, asombrada por el repentino movimiento de Jean, siguió con la mirada al castaño claro, preguntándose por qué sonreía. Sus ojos dejaron la silueta de Jean para posarse en las mismas luces anaranjadas. Su corazón latió con fuerza y un alivio repentino azotó su ya cansado cuerpo. Apresuró el paso, al igual que Jean, y así en medio de tropezones por las pequeñas rocas y ramas caídas, llegaron hasta la bendita aldea. Jean y Mikasa se miraron con una suave sonrisa y un brillo de esperanza en sus ojos. Como ya era muy noche, la temperatura había descendido súbitamente causando que las personas prefirieran el calor de su hogar al ambiente helado que había afuera.

Se volvieron a mirar y asintieron con decisión: tocarían una a una las puertas para pedir asilo. Muchos no les abrieron y otros les negaron darles hospedaje sin escuchar lo que les estaban pidiendo con ahínco: que alguien atendiera a Armin. Un poco desilusionados siguieron en su peregrinar, tocando una a una las puertas hasta que llegaron a una pequeña cabaña que tenía un letrero encima de la puerta que decía "Consultorio". Después de mirarse, Jean tocó la puerta de madera. Esperaron y al ver que no había respuesta volvieron a tocar. Así duraron cerca de cinco minutos.

—Déjalo, no hay nadie, Jean —habló Mikasa con un deje de decepción deteniendo a Jean que quería seguir tocando.

Jean suspiró un tanto derrotado, desesperándose al ver que nadie parecía querer darles asilo. Un viento helado azotó sus cuerpos causándoles calosfríos y con ello que se abrazaran a sí mismos para darse calor. El castaño claro miró nuevamente a Armin quien ya tenía la mirada completamente ida y tiritando de frío. Mikasa le miraba fijamente esperando algo de su parte a sabiendas de que, al igual que ella, Jean estaba sin ni una maldita idea.

—¿Disculpa, me da permiso jovencita? —preguntó una anciana que se encontraba tras Mikasa quien le miró sorprendida haciéndose a un lado luego de asentir.

¿Dónde están tus alas? [Riren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora