Owens parece un calido lugar para ingerir algo caliente en un día de Diciembre pero lo que realmente era, o al menos para mi, una cafetería de los 80 años’ que se deterioran poco a poco donde los empleados no tienen ningún derecho. “Los clientes siempre tienen la razón” nos repite Andrew diariamente como si fuese difícil olvidarse de ello.
Espere que el pedido de la única persona que estaba sentada en mi sección estuviera listo y luego lo lleve a su respectiva mesa.
TN: Espero que lo disfrute –sonreí bajando el plato de waffle delante de su cuerpo.
XX: Gracias –sonrío ampliamente. Ese joven poseía una sonrisa de comercial, blanca y amplia que deslumbra a quien la observara.
Camine a paso lento hacia la barra, me senté en una de las sillas giratoria e inicie una conversación con Elena, una señora de cincuenta años la cual trabaja allí para poder mantener a su nieta la cual tan solo tiene doce años y había perdido a sus padres al nacer.
Elena no era la típica mujer con la cual uno quisiera discutir ya que su lengua afilada siempre tenía algo que aportar, sea bueno o malo. Cuando se dice que debemos tener a nuestros amigos cerca, bueno Elena ocuparía el lugar de enemiga en este caso.
El reloj marco las ocho y treinta y cinco y una ola de gente entro a la cafetería por una bebida caliente. Sus rostros congelados por el frío y sus narices rojas por el viento polar me recordaban a las típicas películas navideñas donde cocinan galletas y beben chocolate caliente.
Me puse de pie y me dirigí a hacia una mesa que estaba sentado Charlie Roylott un policía con unos cuantos años encima que estaba buscando jubilarse sin ningún resultado. Siempre se sentaba en la misma mesa al lado del ventanal que daba a Jude St., pedía siempre café acompañado de uno o dos churros y hablaba con Elena gran parte del tiempo que pasaba desayunando en Owens. Se creía que el y Elena habían salido cuando eran jóvenes pero nada había sido confirmado hasta el momento.
TN: Muy buenos días –le sonreí con mi libreta y bolígrafo en mano.
Charlie Roylott: Buenos días, señorita Brow –sonrío el hombre dispuesto a entablar una larga conversación acerca de los asuntos policiales que lo tenían intranquilo.
TN: Desayunara lo mismo de siempre.
Charlie Roylott: Por supuesto, sabe que no me gusta cambiar mi rutina.
TN: Todo puede pasar –admití en una leve risita-. En un momento le traigo su pedido.
Camine rumbo a la cocina, dispuesta a pedir la orden del comisario Roylott.
TN: Disculpe –una voz masculina sonó en mi oído acompañada de una fuerte mano de sostenía mi muñeca derecha con firmeza pero sin ejercer demasiada fuerza.
TN: ¿Si? –mire al chico castaño de ojos claro con una leve sonrisa.
XX: ¿Me dirías cuanto le debo?
TN: Son cinco dólares –dije sin rodeos.
XX: Felicite al chef de mi parte –dijo divertido entregándome los cinco dólares y una propina de tres dólares.
TN: Con gusto le diré al chef Dylan que su comida ha llamado la atención de su paladar –bromee.
XX: Y usted, señorita – sonrío de lado- ha llamado la atención de mis ojos.
TN: Dígale a sus ojos, que esta señorita esta trabajando y que tiene un jefe intolerable –admití divertida
Dirigiéndome a la cocina.
De re ojo, mire al muchacho marcharse con expresión divertida colocándose un cazadora negra. Se monto en una motocicleta que, si los cristales no hubiesen estado empañados, hubiese jurado que era una Honda.
Seguí con mi trabajo el cual implicaba llevar una sonrisa en el rostro y estar dispuesta a intercambiar palabras con los clientes aunque el tema a tratar afuera el mas aburrido que hubiese escuchado jamas.