Movió el peón, se comió el del contrario. Alexander soltó un suspiro al ver otra de sus piezas ser llevada por él.—Deberías tomar un descanso.
—¿Y dejar a mi anhelada visita sola?
—No estaré solo, tus esclavos han estado mucho tiempo contigo ¿no es así? Tal vez me cuenten millones de cosas que el señor Hamilton ha hecho en mi ausencia.
Alexander movió hizo retroceder el peón, bebió algo de té.
—No sé si estén dispuestos.
Alfred Jones movió su mano, haciendo señas a la mujer detrás de Alexander, una de sus esclavas. Ella miró a Hamilton en busca de su aprobación y éste sólo asintió cansado.
—¿Señor? —preguntó ella, acercándose al rubio.
—Tus compañeros de trabajo, ¿dónde están?
—En el jardín, señor.
—Reúnelos a todos ahí mismo, por favor, y tómense un descanso —dirigió su mirada entonces a su amigo, sonrió—. ¿Tienes té suficiente?
Alexander asintió desconcertado. Sabía que la visita de Jones tenía que ver, en gran parte, por su última carta, sin embargo eso no era todo, él escondía algo y eso le causaba un popurrí de terror y confusión.
—Sí... —murmuró confundido.
—Tomen té, entonces. —ordenó Alfred.
Sorprendida, miró a su amo, igual de desconcertado que ella. Jones sólo sonrió.
—Hazlo. —murmuró confundido.
Sin salir de su trance, la chica salió a pasos apresurados. El silencio llenó por completo la habitación, ambos poniendo atención a los sonidos fuera de esas cuatro paredes. Luego de unos minutos, Jones se levantó, se asomó por la ventana y miró al jardín, los esclavos de Hamilton estaba ahí, algunos en el suelo y otros de pie bajo un gran árbol, bebían té con lentitud, casi todos en el mismo estado que la mujer a la que se le encomendó la tarea de reunirlos a todos.
Sin dejar de mirarlos, el rubio recitó unas palabras.
—Sorey sorey pa golo rashey —giró su cuerpo y entonces clavó sus azules ojos en los de Hamilton— Da be nangai awaz de ra ma sha mayena.
—¿Qué...?
—Era algo que Inglaterra les decía a los soldados británicos cuando partían —tomó asiento de nuevo y bebió del café en su taza—. Es un pareado tradicional pashtún, aunque fue China quien se lo enseñó a Inglaterra, significa «prefiero recibir tu cuerpo acribillado a balazos con honor que la noticia de tu cobardía en el campo de batalla». Tú, amigo mío, has recibido tantos balazos que me sorprende que no estés siquiera agonizando de dolor.
Hamilton sonrió, sonrió de verdad.
—Supongo que aún no dan en el lugar correcto.
—Sí, supongo —volvió a beber, con calma y saboreando el café en sus labios, delineando con la lengua el borde de éstos—. ¿Crees que yo dé en el lugar correcto?
Antes de abrir la boca, Alexander fue lanzado de su silla a causa de un golpe en su mejilla, cortesía de Alfred. La sangre corrió por su labio inferior, se limpió con la manga de su traje y miró a Alfred. El tablero y sus piezas cayeron, yaciendo en el suelo en desorden.
—Eso, fue por intentar ocultarme lo de John Laurens. —Desconfianza.
Otro puño fue a dar directo a su estómago, casi llegando a la ingle.
—Por fallarle a tus hijos —Ausencia.
Entonces, una patada en sus partes bajas fue lo que recibió.
—Por engañar a tu esposa. —Infidelidad.
Sin cuidado alguno, Jones tomó por las hombreras de su traje a Hamilton y lo colocó de nuevo en su silla. Débil, confundido y adolorido, Alexander gimió de dolor. Alfred se alejó hasta llegar a los estantes donde el alcohol era guardado, tomó dos vasos y sirvió en ellos omiso a tener cuidado, acercó con los dedos el vaso.
—Bebe.
Obedeció y bebió de un trago, el ardor en su garganta le hizo distraerse del dolor por el que estaba pasando. Jones hizo lo mismo.
—Ima-Imagino que —tosió antes de seguir— me lo merezco...
—Acertaste —miró a Alexander, tenía la cabeza baja y la mano cerrada alrededor del vaso, ahora vacío; llenó de nuevo ambos vasos—. Bebe, que te contaré algo.
Alzó la cabeza encontrándose con una faceta nunca antes vista de Alfred Jones. El mar amistoso que se hallaba en los ojos de Jones ahora parecía una tormenta, el gesto serio y molesto en su rostro le dio escalofríos. Bebió, esta vez más lento y miró como el otro asentía.
—Cuando mis años de vivencia no eran tantos y mi ignorancia nublaba mi mente, cuando los campos eran verdes y frescos y mis tierras eran vírgenes, conocí a un chico, un humano —apretó el vaso entre sus manos, mirando la mesa y cerrando sus ojos por un segundo; Hamilton pensó que, fuera lo que estuviese por contarle, debía dolerle mucho—. Davie, se llamaba. ¿Sabes, Alex? Nosotros como naciones, no nos acercamos mucho a los humanos, su tiempo de vida es corto pero las huellas que son capaces de dejar a veces duran más que el tiempo en que existimos las representaciones. Y eso no nos mata, pero hiere. Cuando te conocí, cuando escuché del inmigrante cuyos escritos rompían con los esquemas, que se hacía llamar a sí mismo «diamante en bruto», supe a donde huir; pero no esperaba que te parecieras tanto a Davie, curioso, brillante, amable y soñador.
—¿Qué... Qué le pasó... a Davie?
—Creció, envejeció, tu sabes. Nuestro crecimiento no es el mismo que el de ustedes, cuando él tenía su descendencia, yo seguí con el mismo tamaño parecido al de un infante. Murió cuando se había marchitado lo suficiente, aún sigo de lejos los pasos de su legado.
—¿Duele? —se las arregló para decirlo sin quejarse, Jones tenía fuerza.
—Sí. Pero ¿sabes qué duele más? —por fin alzó la mirada, desechando sus recuerdos— Que gente como tú es perfecta, puede tener una familia, amigos y morir en pocos años, hacer una vida llena de recuerdos, pero desperdician su oportunidad haciendo otras cosas. Agradezco tu lucha, valentía y honor por la libertad, pero ahora estás en el ojo del huracán, y no puedes llevar la espalda llena de problemas.
—Lo sé...
—Entonces comienza por relajarte un poco —la voz dura de Alfred comenzó a suavizarse, hasta casi parecer maternal—. No dejes que el huracán te arrastre, ni que la pluma te deje, úsala para volar.
—Ícaro.
—Tampoco, no querrás que la caída te deje muerto ¿o sí?
Rieron, como dos buenos amigos.
—Bien, me debo ir, no avisé de mi marcha y deben estar como locos buscando mi paradero —Jones se puso de pie, sin previo aviso besó la mejilla de Alex y le dio un abrazo procurando no ser demasiado brusco—. Alex, no desperdicies tu disparo.
Se dirigió a la puerta de la habitación, la maleta le esperaba de a un lado de la puerta. Salió dejándola apropósito ahí, Hamilton oyó el grito desde la entrada de su casa.
—¡Aún no he conocido a tu familia, me la debes!
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Alfred Jones, ese era su nombre
Fanfiction"Querida Elizabeth Schuyler. ¿Has visto alguna vez a Inglaterra llorar?"