"Seijoh Host Club"

5K 509 1.3K
                                    


Lo primero que pensó Iwaizumi Hajime al atravesar la ostentosa entrada de aquel lujoso lugar fue: "¿Qué mierda hago aquí?". Llevaba haciéndose preguntas por el estilo toda la mañana, desde que se despertó hasta que salió rumbo a su nuevo recinto de estudios, y durante todo el trayecto hasta allí. "¿Qué mierda estoy haciendo? ¿Quién mierda me mandó a aceptar esto? Mierda, mierda, mierda". 

El imponente edificio que se erigía ante sus ojos no hizo más que aumentar su irritabilidad interna. Aoba Johsai era un instituto de elite, para hijos de la elite. Gente poderosa, adinerada, a años luz del estilo de vida de Iwaizumi. Él era hijo de un padre trabajador tan común y corriente como cualquier vecino de barrio, y estaba muy conforme con ello. Sin embargo, los problemas económicos no permitían que el chico asistiera a un buen instituto a menos que consiguiera una ayuda escolar, y por ello se esforzó en aplicar a una beca deportiva. No obstante, jamás en su vida se le hubiese ocurrido inscribirse para ingresar a Aoba Johsai, pero su padre insistió y, misteriosamente, entre todas las cartas de aceptación estaba la de aquel instituto. Con muchas ganas Iwaizumi hubiese aceptado la beca en cualquier otro lugar, habían otras academias destacadas en deportes y sin necesidad de tanta elegancia y pomposidad. Pero el orgullo o una repentina idea de mierda pudo más, y ahí estaba ahora. 

Mientras atravesaba los opulentos jardines, tan perfectos que parecían pintados al óleo por un artista del Renacimiento, Iwaizumi trataba de infundirse sosiego mental. Temía que le sería muy difícil relacionarse con sus nuevos compañeros al pertenecer a estatus sociales tan distintos, pero esperaba al menos llevarse bien con sus próximos compañeros de equipo, a pesar de que aún no estaba seguro a qué club deportivo aplicaría. Por desgracia, las miradas que le echaban otros estudiantes que también llegaban no auguraban nada bueno; todos se bajaban de suntuosos autos con chóferes profesionales y al pasar junto a Iwaizumi, quien ni siquiera llevaba el uniforme correspondiente, el desencanto resultaba evidente. Hubieron quienes le confundieron con un miembro del personal de aseo y le pasaron papeles para que echara a la basura. La presión en la vena de Iwaizumi iba en aumento, pero de algún modo sobrevivió a lo que siguió durante el resto de la mañana.

La primera semana transcurrió sin mucho progreso. Hajime se había presentado a las pruebas de casi todos los equipos deportivos y en todas le había ido bien, aunque aún no había decidido en cuál se quedaría; pero su destreza atlética no le granjeaba el cariño de los chicos de la elite deportiva del lugar. Por otro lado, sí le granjeaba el anhelo del público femenino. Aunque no dejaban de tratarlo como a parte del personal de servicio, entre las jovencitas de la preparatoria había comenzado a correr la fantasía de salir con el chico pobre y de buen físico, como si se tratara de alguna clase de telenovela cutre sobre el amor prohibido entre dos clase sociales. A veces Iwaizumi pensaba que, más que un instituto educativo de elite, aquello era un psiquiátrico para adolescentes adinerados.

Así pues, un mediodía cualquiera, Hajime tomó su almuerzo y trató de buscar un lugar apartado y solitario para poder comer en paz; necesitaba reflexionar y decidir a cuál club deportivo unirse antes de que finalizara la siguiente semana. Como allí donde fuera lo seguían las miradas petulantes de los varones y las risitas tontas de las chicas, Iwaizumi optó por esconderse en el interior del instituto. Deambuló por los pasillos, pero todos los salones parecían ocupados. Los estudiantes adinerados sí que tenían tiempo libre para tontear entre clases... 

Entonces Iwaizumi llegó frente a una puerta tras la cual no se oía ruido alguno, a pesar de tratarse de uno de los salones de Música. Agradecido de aquel hallazgo giró el pomo y abrió la puerta, solo para que su día terminara de ponerse patas arriba. 

―¡Bienvenido!

Iwaizumi torció el gesto al escuchar la efusiva bienvenida que le daba un grupo de seis chicos, los cuales parecían resplandecer de belleza y dinero. Aunque seguramente tenían comprado lo primero con lo segundo. Estúpida gente rica. Su gesto se agrió aún más al leer un cartel que indicaba que aquella sala era del Club de Host. 

"Seijoh Host Club"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora