Se mordía el labio.
El superior, el de las andadas.
Ese que no se mueve, pero mueve, tú me entiendes.
Las doce eran, las trece estaciones y un solo tren.
"Adiós" le dijo. "Nunca" pensó.
Ahora corren gotas, de sangre.
Lágrimas ni hablar.
El labio, tajeado y herido, como el corazón.
Porque en otros tiempos, eran otros dientes los que mordían.