-Dawn, Dario Marianelli
Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.
Aunque los sentimientos y opiniones de un hombre que se halla en esa situación sean poco conocidos a su llegada a un vecindario cualquiera, está tan arraigada tal creencia en las familias que lo rodean, que lo consideran propiedad legítima de una u otra de sus hijas.
—Mi querido señor Bennet —le dijo un día su esposa—, ¿sabías que por fin, se ha alquilado Netherfield Park?
El señor Bennet respondió que no.
—Pues así es —insistió ella—; la señora Long ha estado aquí hace un momento y me lo ha contado todo.
El señor Bennet no hizo ademán de contestar.
— ¿No quieres saber quién lo ha alquilado? —se impacientó su esposa.
—Eres tú la que quieres contármelo, y yo no tengo inconveniente en oírlo.
Esta sugerencia le fue suficiente.
—Pues sabrás, querido, que la señora Long dice que Netherfield ha sido alquilado por un joven muy rico del norte de Inglaterra; que vino el lunes en un landó de cuatro caballos para ver el lugar; y que se quedó tan encantado con él que inmediatamente llegó a un acuerdo con el señor Morris; que antes de San Miguel vendrá a ocuparlo; y que algunos de sus criados estarán en la casa a finales de la semana que viene.
— ¿Cómo se llama?
—Bingley.
—¿Está casado o soltero?
— ¡Oh!, soltero, querido, por supuesto. Un hombre soltero y de gran fortuna; cuatro o cinco mil libras al año. ¡Qué buen partido para nuestras hijas!
—¿Y qué? ¿En qué puede afectarles?
—Mi querido señor Bennet —contestó su esposa—, ¿cómo puedes ser tan ingenuo? Debes saber que estoy pensando en casarlo con una de ellas.
— ¿Es ese el motivo que le ha traído?
— ¡Motivo! Tonterías, ¿cómo puedes decir eso? Es muy posible que se enamore de una de ellas, y por eso debes ir a visitarlo tan pronto como llegue.
—No veo la razón para ello. Puedes ir tú con las muchachas o mandarlas a ellas solas, que tal vez sea mejor; como tú eres tan guapa como cualquiera de ellas, a lo mejor el señor Bingley te prefiere a ti.
—Querido, me adulas. Es verdad que en un tiempo no estuve nada mal, pero ahora no puedo presumir de eso. Cuando una mujer tiene cinco hijas creciditas, debe dejar de pensar en su propia belleza.
—En tales casos, a la mayoría de las mujeres no les queda mucha belleza en qué pensar.
—Bueno, querido, de verdad, tienes que ir a visitar al señor Bingley en cuanto se instale en el vecindario.
—No te lo garantizo.
—Pero piensa en tus hijas. Date cuenta del partido que sería para una de ellas. Sir Willam y lady
Lucas están decididos a ir, y sólo con ese propósito. Ya sabes que normalmente no visitan a los nuevos vecinos. De veras, debes ir, porque para nosotras será imposible visitarlo si tú no lo haces.
—Eres demasiado escrupulosa, Estoy seguro de que Mr. Bingley se alegrará mucho de verte. Si lo consideras conveniente le escribiré unas líneas dando mi consentimiento para que se case con la que elija, aunque no sé si podré evitar recomendarle a Elizabeth, nuestra pequeña Lizzy.
—Espero que no lo hagas. No es mejor que las otras, y estoy segura de que no es ni la mitad de hermosa que Jane, ni la mitad de alegre que Lydia. No sé por qué es tu preferida.
—Ninguna tiene cualidades que la hagan recomendable —replicó él—; todas son necias e ignorantes como tantas otras jóvenes; pero Lizzy, al menos es más astuta que sus hermanas.
—¡Bennet! ¿Cómo puedes hablar así de nuestras hijas? Lo haces para importunarme. Compadécete de mis pobres nervios, por favor.
—Te equivocas, querida; tus nervios me merecen el mayor de los respetos. Los conozco desde hace mucho tiempo. Te oigo hablar de ellos desde hace al menos veinte años.
—¡Ah! No sabes lo mucho que me haces sufrir.
—Pues espero que te dejen vivir el tiempo suficiente para que veas llegar al vecindario a muchos jóvenes con rentas de cuatro mil libras al año.
—Aunque vengan veinte, no sacaremos nada si no los visitas.
—Ten por seguro querida, que cuando los veinte hayan llegado, los visitaré a todos.
Mr. Bennet poseía tan singular mezcla se suspicacia, humor sarcástico, reserva y caprichos, que veintitrés años de experiencia no habían bastado a su mujer para descifrar su carácter. Ella era más comprensible. De escasa inteligencia, poca instrucción y temperamento indeciso, cuando algo la disgustaba se imaginaba nerviosa. El objetivo de su vida era casar a sus hijas; su diversión favorita, visitar a sus vecinos y chismorrear.
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Orgullo y prejuicio.
ClassicsQuien dice que los clásicos son aburridos no conoce: Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. SINOPSIS: ¡Jóvenes, guapos, solteros y ricos! Con la llegada de Mr. Darcy y su mejor amigo Bingley, el caos se desata entre las muchachas desesperadas po...