Siempre.

1.9K 187 33
                                    

De ser, Deidara no era muy cariñoso, ni siquiera la persona más atenta y mucho menos el mejor cocinero, siquiera era el sujeto más amable pero siempre había tenido algo. Siempre que lo miraba con esos ojos azules no podía pensar otra cosa, que no fuera que era mágico o que conocía sus secretos más profundos, que podía verlos y que aún así lo dejaba estar en libertad.

Por ser; Deidara era altanero, era grosero muchas veces y su carácter no ayudaba a otra cosa que poner a muchos a la defensiva, ofuscarse pero es que también él lo hacía con facilidad, con todo su orgullo. Sin embargo ahí estaba él, el que se había quedado, mirando el cabello rubio brillar con el sol que se colaba por la ventana de la cocina mientras le daba la espalda. Deidara lavaba las tazas sucias por el café de la noche anterior con una paciencia que la tarea no ameritaba y que sin embargo siempre le parecía poética, "como la imagen de una madre", se había permitido pensar aunque sabía que de decirlo en voz alta le costaría una regañina; cuestión moral, cosa feminista, no le interesaba; solo era que había visto muchas veces a su madre en esa posición y le evocaba el recuerdo.

Pensando en aquello observó su figura delgada, masculina, fuerte a pesar de que era menudo y le pareció que con los años aquella forma de amanecer se había grabado en él a fuego, tan profundo que seguramente su mente ya le atesoraba como uno de sus recuerdos más primitivos. Sonrió por la idea de que aquello era uno de los momentos que más atesoraba y justo en ese instante Deidara se volvió con ambas tazas, ya secas en las manos y le sonrió de vuelta con toda la familiaridad que se tenían, con todo el voto de confianza que se debían, con toda la cercanía que habían construido y se regalaban.

—¿De qué te ríes?—Le preguntó en aquella voz suave que utilizaba cuando estaban a solas y colocó una taza frente a otra antes de traer la cafetera y vertir el contenido negro, aromático y caliente en ambas. "Fuiste atrapado" pensó Itachi mientras las manos del rubio pasaban entre una y otra cucharada de azúcar para prepararle el café como le gustaba, Deidara siempre le había preparado el café por las mañanas y aquella ceremonia entre los dos ya le parecía asunto sagrado, invaluable y precioso.

—Solo pensaba en ti.—Respondió sincero por fin, dejando a su compañero tomar asiento frente a él con una suavidad que ya le parecía a él premeditada aunque sabía que era natural porque fluía como el agua. La aspereza de Deidara nunca estuvo impresa en la cotidianidad de su vida, más bien solamente en la resolución de su arte efímero. —¿En qué exactamente?—continuó entonces el de ojos azules, de un tono clarísimo, eléctrico, despejado y estos mismo parecieron brillar curiosos entre las tupidas pestañas. Itachi frente a él tomó un sorbo de café y se fijó en el recorrido de los dedos delgados del rubio que tomaban una tostada de pan para ponerle algo de mermelada y mantequilla de manera uniforme, casi perfecta y se la pasó con cuidado, él la recibió en silencio antes de darle una mordida "a veces la gente pasa por alto aquellas pequeñas acciones que expresan amor, las sienten tan naturales que no sienten la necesidad de agradecer el amor que reciben, de valorarlo y ahí siempre estaba el problema", siempre había pensado eso.

—En que tienes una vida estando aquí conmigo, a escondidas.—Respondió entonces porque en parte era verdad, porque en el fondo de su corazón siempre había pensado aquello. No iba a mentirse, el había arrastrado a Deidara hasta el fondo, aunque fue el propio rubio el que había entrado al fango al inicio de la juventud. También estaba ahí por decisión propia pero siempre se había sentido culpable por aumentar sus pecados, por colocar más y más peso sobre sus hombros porque quizá eventualmente un joven Deidara se hubiera detenido, se habría encontrado; pero ahora estaban juntos y condenados al exilio, muertos para el mundo. —Han pasado los años.—Recalcó justo antes de tomar otro sorbo de café y recibir en su plato otra tostada, esta con mantequilla y finamente espolvoreada con azúcar, sin embargo, Deidara tenía el ceño fruncido.

—Entiendo.—Inició con la voz calma pero Itachi sabía que estaba cocinándose en él la mezcla del enojo.— La verdad es que estoy aquí por ti, eso es verdad pero... Es porque es lo que se hace por amor —continuó y justo dio un mordisco a la primera tostada que preparaba para si.— Y por supuesto no es reproche, no hay que mal entender. Solo es que quiero estar a tu lado, sí lograste sobrevivir después de aquello, sí yo logré retractarme al final de morir así, fue porque pensé en acompañarte "qué maravilloso sería verlo de nuevo", pensé en eso y eventualmente apareciste frente a mi mal herido y como yo no estaba mejor nos cuidamos el uno al otro. Entonces crecimos juntos y ayudaste a tu hermano y esperé de nuevo por ti y cuando volviste supe que vendrías aquí una y otra vez y yo esperaría... porque te amo, amo la persona que eres —La voz de Deidara sonaba suave, el tono masculino mezclándose con el aire y el aroma hogareño que lo impregnaba todo formaban un ambiente casi utópico, una vida que no pensó poder ver y que sin embargo se le regalaba tras años de lucha, de lucha continua y de estar al borde de la muerte, de sacrificio, de perderlo todo.

—Si no estuviera aquí, sería vergonzoso decir que te amo. La gente ha confundido siempre el amor con la comodidad y la verdad es que el amor trasciende más que eso. Yo estaría contigo ahora y en la guerra, bien lo sabes.—concluyó e Itachi le miró satisfecho. Las finas arrugas al rededor de los ojos azules le contaban sobre las noches en vela, sobre la duda de saber si volvería... de los constates ires y venires en tierras desconocidas y sobre todo de los años de amor, de la salud y de la enfermedad, de los buenos y malos momentos. Deidara curvó los finos labios en una media sonrisa y dejó ver las nacientes líneas de expresión que a Itachi se le antojaron preciosas, como un poema.

—Amaneciste hoy haciéndote el gracioso.—Reclamó y le pateo suavemente la espinilla por debajo de la mesa e Itachi terminó por reírse mientras Deidara aumentaba su enojo y sus mejillas se tornaban rojas.

—Ya, hombre que ha sido una broma.—movió las manos contra su pecho en señal de paz y le ofreció el cuenco con fresas que tenía a su lado como muestra de paz y Deidara las tomó sin decir nada pero sin relajar el ceño fruncido "es que Itachi siempre le provocaba"

—Deidara, yo también te amo—Concluyó como quien da el clima pero con una profundidad que le sorprendió a sí mismo. Era sincero, nunca fue falaz ni embustero cuando le habló de amor, nunca le guardo secretos a pesar de que los suyos eran muchos y Deidara lo sabía, conocía su corazón después de tenerlo suyo para él. Dejándolo libre pero sabiendo que siempre volvería a su hogar modesto y a sus brazos abiertos. Aquel regalo de tenerlo ahí cuando pensó que su tiempo era corto fue sorpresa y regalo que nunca pensó merecer pero que aceptó por amor, ese amor que había madurado a punto de años y sangre, de lejanía y de incertidumbre y que viviendo en el anonimato, disfrutaban libremente.

—Hasta la muerte.—susurró Deidara y tomó un nuevo sorbo de café mientras envolvía la taza con las manos un poco frías que tenía y miró por la ventana un momento para observar el sol levantarse un poco más mientras corría la mañana.

—Hasta después de la muerte.—Concluyó Itachi y le sujetó las manos sobre la mesa, entrelazando los finos dedos con los suyos propios.

—Te buscaré en mi próxima vida, Itachi.—Susurró y sus ojos azules se cerraron al formarse en sus labios una sonrisa amplia pero solo duró unos segundos pues las ganas de ver el rostro de Itachi le ganaron. Los años alrededor de los ojos se acumularon en pequeñas arrugas en las esquinas y los rasgos se le marcaron solo un poco más, sus ojos permanecieron serenos y él mismo permaneció tan enamorado como siempre.

—Nos encontraremos siempre.—Decretó Itachi con la esperanza de que así fuera, de que su amor sobreviviera la eternidad porque su amor era de esos, tan leal que no quería soltarlo ni en esta vida, ni en la otra.

Siempre (ItaDei) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora