Aventura de papel

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Un día como aquél no era como cualquier otro. Era un día de cielo despejado, sol brillante y pájaros volando. A través de la ventana, un muchacho observaba las hojas de los árboles moviéndose con el viento y a chicos adolescentes jugando al fútbol en el campo. Lo que daría por jugar con ellos. Lo que daría por estar afuera o en cualquier lugar que no fuera ese. ¿Quién en su sano juicio iría a una biblioteca por voluntad propia? Un lugar que sólo tenía montones y montones de libros que no servían para otra cosa más que para acumular polvo. Qué forma de perder un domingo.

—Germán, no dejas que me concentre. —El muchacho apartó la vista de la ventana para observar a la chica sentada al frente. Arqueó las cejas en un gesto interrogante—. Tu pie.

En ese momento Germán fue consciente del movimiento constante en su pierna derecha.

—Debiste haberme dejado en casa, no necesito que me cuiden. —En ningún momento detuvo el movimiento.

—Crece más rápido. A mí tampoco me agrada cargar con mi hermanito cuando tengo que salir.

—Si hubieras hecho tu trabajo ayer, no tendríamos que estar aquí hoy.

—¿Por qué no mejor buscas un libro y dejas de molestar?

Germán iba a contestar, pero el celular de Yasminne, su hermana, sonó. Por el saludo y su tono alegre dedujo que eran sus amigas. Genial, más niñas. Las cosas no podían empeorar. Pero Germán no supo cuán equivocado estaba hasta después de veinte minutos, cuando las amigas de su hermana llegaron, llenando la mesa de chillidos, chismes y tonterías de niñas. La bibliotecaria tuvo que llamarles la atención para que hicieran silencio.

Intentó, de verás que lo intentó, pero ni el fútbol pudo distraerlo de la conversación sin sentido que mantenían, ¿Qué tenía que ver que los zapatos combinaran con el color de ojos para atraer la mirada de un chico? Si le gustabas, le gustabas, los zapatos poco cambiarían ese hecho. Germán se levantó exasperado cuando empezaron a hablar de los encuentros con sus futuros “esposos”. Chicos que ni sabían de su existencia, pero que con mirarlas de reojo sellaban su destino. Por Dios, un libro tenía que ser mejor que eso. Su hermana ni se molestó en preguntarle a dónde iba, su “trabajo” absorbía la mayor parte de su atención. Nunca saldrían de esa biblioteca.

Se paseó varias veces entre las estanterías, distrayendo la mirada con los colores y tamaño de los libros. Ninguno le atrajo lo suficiente  como para tomarlo en sus manos. Por unos segundos su mirada se detuvo en uno en particular, alargó su brazo y tomó el angosto libro de caratula envejecida. Le miró extrañado el lomo. De nuevo volvió la vista a la estantería.

Los libros de las estanterías estaban ordenados alfabéticamente, Germán había paseado lo suficiente como para notarlo ¿Qué hacía un libro de la sección N en la sección A? Germán se encogió de hombros, un error humano ¿Para qué darle tantas vueltas? Decidió devolver el libro a su lugar antes de tomar uno para sí. No le entusiasmaba la idea de leer en un domingo, por lo que ordenar los libros de la biblioteca le parecía, por mucho, una mejor opción. Al llegar a la sección N encontró el lugar donde debía ir el libro, aunque ese lugar estaba ocupado por otro.

—Ahora un libro de la sección T —se dijo al intercambiarlos—. Dos errores pueden pasarle a cualquiera —Siguió sin tomarle importancia, aunque admitía sentir curiosidad por esos errores.

En la sección T volvió a encontrar otro error. Debía de sentirse exasperado por tener que ordenar el desorden de otro, pero no, se sentía, en cambio, bastante animado, curioso y entretenido. Empezó a detallar las portadas y el resumen de la contraportada. Ahora debía ir a la sección A. por su mente vagaban preguntas sobre esos errores ¿Por qué los ubicarían allí?, ¿Tendrían algún sentido?, ¿Sería sólo una coincidencia? Si no mal recordaba el primer libro era de historia, el segundo una biografía del autor (no pudo recordar cuál) y éste tercero trataba de aventuras. Tal vez los libros tuvieran lo suyo sino por qué habría tantos.

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