Te conocí un sábado por la mañana, un día normal y tranquilo. Estabas con el niño que creía gustarme y no podía verte de verdad; sin embargo, ese mismo día invadiste mi burbuja personal para inspeccionar una parte de mi boca y así, me pusiste los pelos de punta por el nerviosismo. Preguntaste algo tan común como mi gusto por la música, típico entre los adolescentes. Me parecías fuera de lugar en eso. Ahora no puedo sacarte de mí, mírame, ni siquiera puedo decir que de mi piel o de mi mente, o de mi casa o de mi corazón. No. Te metiste en mí de la fonda más profunda que se puede meter en ti una persona. No hablo de una forma de poseerme, sino al contrario. Parece que es mutuo este sentimiento. Después de un año y nueve meses, después de risas, enojos, discusiones, aventuras, vergüenzas...no podemos afirmar que eres tú o que soy yo, no podemos dividirnos de esa forma porque ya no estamos separados. Tú y yo. No, para nada. Porque así seguimos distanciados y eso es mentira. No se debe mentir, digamos la verdad al mundo y dejemos de lado las miradas, críticas y murmullos. Simplemente digamos la verdad. Que sepan que no somos tú y yo. Somos nosotros.