Octavio.

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Octavio se abrió paso entre la muchedumbre eufórica que lo recibía con grandes halagos, aplausos y hasta lágrimas. Desde que llegó al pueblo la noticia de que llegaría un nuevo consejero para el rey desde tierras españolas, lejanas, la gente había enloquecido. Confiaban plenamente en el, y en que la inquisición, los maltratos y la diferencia de razas cesaría. Ese era su principal objetivo, hablar con el rey y acabar con el sufrimiento de los súbditos. 

Trató de sonreírle a cada una de las personas con las que se topaba y saludarlas con un suave apretón de mano, pero aún así hubo muchas que no alcanzó a notar, apenado por tal acto, se subió al más alto escalón de la entrada del castillo y saludó con la mano a todos.

-¡No olviden que esta noche habrá un banquete de bienvenida! -gritó a todo pulmón para que su voz se escuchará hasta lo más recóndito del lugar-. ¡Están todos invitados!

Todas las personas ahí reunidas comenzaron a murmurar entre si sorprendidas. El volvió a sonreír satisfecho ante la sopresa y añadió:

-Es totalmente cierto, los espero esta noche con sus mejores ropas.

Y cruzó las puertas del castillo acompañado por los guardias del castillo. Lo escoltaron con sus perfectas armaduras por todo el extenso jardín equivalente a 570 metros de largo y 130 de ancho, sería espacio más que suficiente para albergar a todos los habitantes que en realidad no eran muchos.

Agradeció a sus escoltas al llegar a las puertas que daban hacia el despacho principal del rey y estos se alejaron hacia las puertas del castillo, dispuestos a abrirlas en cuanto fuera necesario. Dio dos golpecillos ligeros a la puerta y enseguida estas fueron abiertas por dos mujeres de mediana edad, de tez negra y mirada cabizbaja, les sonrió amablemente agradecido.

-¡Pueden retirarse! -ordenó el hombre sentado en la enorme silla de aspecto cómodo y forro escarlata con soporte de oro. 

Octavio, observó atentamente aquel lugar. Era grande, muy grande a su parecer para un despacho, con altos techos cubiertos por tapiz de color azul turquesa, adornados por bellas pinturas -en su mayoría mujeres cubiertas por ligeras sabanas-, querubines y paisajes imposibles. Tras aquel imponente hombre, se encontraba un enorme ventanal con cortinas de color oro recogidas que dejaban a la vista un hermoso balcón con una peque mesita de color blanco y dos sillitas dispuestas para la hora del té y un jardín maravilloso con rosales de todos colores y jazmines -¡ah, como le gustaba a el el olor de los jazmines combinados con la brisa de la mañana!-. Dirigió su vista hacia su superior y le dedicó una sonrisa amable.

-Lo siento si me he perdido, pero este es un lugar maravilloso -se disculpó.

-No te preocupes, hijo. Fue construido con ordenes de mi hija Regina. Como se dará cuenta, la pequeña tiene un gusto exquisito.

-Me puedo dar cuenta perfectamente, mi rey -aseguró el joven posando su vista en cada rincón de la habitación.

-Y bien, ¿vas a presentarte o no? -preguntó el rey con un tono burlón.

El joven rió brevemente antes de contestar.

-Mi nombre es Octavio Sampere, soy hijo del primer ministro y eme aquí como su nuevo y leal consejero, mi rey.

El rey asintió agradecido.

Pues ya sabrás quien soy, el Rey Enrique Alcañiz -hizo una breve pausa mientras el joven hacía una reverencia-. Eres muy joven muchacho, me lo dice el brillo de tus ojos. ¿Miento?

-No, señor.

-¿Cuál es tu edad?

-Tengo veinticinco años -respondió seriamente.

ESMERALDAWhere stories live. Discover now