Prólogo.

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Lo veo, y me dan ganas de correr.

¿Por qué me sigue manteniendo aquí? ¿Con qué propósito?
Ya me ha dejado bastante herida, y aún así lo único que disfruta es hacerme sufrir.

Él me observa con extrema cautela, mientras que solo deja el plato de la cena sobre mi pequeña mesita de luz, y luego se aleja para susurrar un: "Espérate por lo que se viene, Dalia."

"Ugh, simplemente repugnante."

Me desagrada todo de él, hasta incluso su presencia. Ya que, él fue quien me arrebató mi felicidad y se la llevó a "quién sabe donde" junto con mi virginidad.

Tanto he tratado por hacer que lo metieran en prisión. Tanto he tratado por hacer que lo internaran en un psiquiátrico.
Tanto he tratado de que se aleje de mi para que no me hiciera daño.

Pero no, él solo hizo de las suyas y aún continúa haciendo lo que se le da la gana.

Ya me he quejado con mi padre, pero él solo dijo que estaba mintiendo. Que Xavier no es capaz de cometer tal atrocidad.
Y es que solo el muy hijo de la gran puta se hace el santo.

Mi madrastra le llenó tanto la cabeza a mi pobre padre, que él luego le terminó creyendo todo lo que le dijo.
¡Ah! ¡Y ni hablar de su hijo! ¡De mi hermanastro! ¡Del maldito Xavier!

El tipo parece la mejor persona del mundo, e incluso yo creí que lo era. Hasta que conocí su verdadera faceta, que fue la cual me llevó a la destrucción definitiva. Me llevó a algo que ya no tiene retorno.

Ignoré mi plato de comida y me acerqué a las ventanas de mi habitación. Ya de por si, es lo único que me permite ver la hermosa luz de la luna por las noches, y la hermosa luz del sol por los días.

Me encontraba viviendo un verdadero infierno. Xavier me tenía secuestrada, no me permitía siquiera bajar al living de la casa.

¿Qué? ¿Qué sucedió con mi familia?

Mi madre falleció apenas nací, y mi padre fue envenenado junto con mi madrastra. Todo gracias a Xavier.

El chico luego de eso, puso rejas en mis ventanas, trabas en todas las puertas, e incluso un sistema de descarga eléctrico en casi todas partes. Él es el único quien puede apagarlas y prenderlas.

Gracias a este sistema de seguridad, no puedo ni pisar el hermoso jardín de la casa desde hace tres años.

Él tiene diecinueve, yo tengo diecisiete. Nosotros no compartimos ningún tipo del lazo de sangre, solo un título el que ha sido dado desde que mi padre se había casado con la madre de Xavier.

Él se quedó con la fortuna de su madre y la de mi padre, yo me quedé atada a una cama en la que no puedo siquiera moverme demasiado.

—¿Qué tanto piensas, Dalia?— preguntó Xavier cerca de mi oído, provocando que se me ericen los bellos de la nuca y de los brazos.

—En nada— respondí tratando de no sonar borde.

—Si es así, entonces acuéstate en la cama, Dalia— dijo él con seriedad.

Sin chistar, me acerqué a mi cama y me senté. Solté un leve suspiro antes de subir mis piernas, y luego quedé justo tal y como él me lo pidió.

—Ni siquiera has comido un bocado— me regañó al ver mi plato de comida—. Sabes que si no comes bien, te pondrás anoréxica. Puedes llegar a morir por no comer.

—Prefiero morir antes que seguir viviendo aquí, en este infierno— solté sin darme cuenta de lo que ganaría por decir aquello.

Una fuerte bofetada me hizo reaccionar acerca de lo que había dicho anteriormente. Xavier tomó mi rostro con su enorme mano que estaba tatuada y apretó con un poco de fuerza.

—¿Acaso tienes idea de la estupidez que acabas de decir?— gruñó completamente molesto—. ¿Cómo te atreves a hacerte la simple idea de abandonarme, Dalia? Sabés muy bien que eres mía, y yo no te permito que te dejes morir.

—Y si lo hago ¿Qué?— pregunté con tono desafiante.

Él hizo presión con su otra mano en la herida que tenía en la pierna. Instintivamente, gemí del dolor ya que la cortadura que tenía en la pierna era de apenas unas horas.

—No la harás, Dalia— masculló entredientes, acercó su rostro al mío—. No dejaré que lo hagas, y sabes muy bien que lo que digo es verdad.

Asentí con la cabeza para que se tranquilizara.

—Quítate la ropa. Quiero estar contigo ahora mismo—. Sabía que como eso era una orden, no podía desobedecer.

Tomé las delgadas tiras de mi vestido, y las bajé lentamente por mis brazos. Me quité el vestido por completo, y luego hice lo mismo con mi ropa interior.

Mi cuerpo quedó descubierto ante él, y Xavier solo me miraba como si estuviera viendo algo de su pertenencia. Como si estuviera viendo algo que es importante solo para él.

Xavier se alejó un poco de mi, desabrochó sus jeans y comenzó a sacárselo junto con sus boxers. Luego se quitó su remera y, finalmente, se colocó a horcajadas sobre mi.

Cerre mis ojos, ya no quería ver. Ya estaba harta de vivir esto cada noche desde hace tres años.
Sentí cuando puso su miembro en mi entrada, y luego de un fuerte empujón entró en mí, sacándome un grito de dolor.

—No puedo creer que después de estar teniendo relaciones durante tres años, aún sigas tan estrecha, Dalia— gruñó él con cierta excitación, traté de cubrir mis oídos para no escuchar las cosas que me decía. Sin embargo, amarró fuertemente mis manos al respaldar de la cama para que ni siquiera tuviera posibilidad de cubrir mi pecho.

Comenzó a moverse fuertemente, con violencia, mientras que yo solo trataba de contener mi dolor y no gritar. Lo único que no podía contener, eran las lágrimas que brotaban de mis ojos.

—Vamos, Dalia. N-no te c-contengas, grítame l-lo que me d-dices siempre— habló con falta de aire por los movimientos bruscos—. Dime c-cuanto m-me odias, Dalia.

Negué con la cabeza, no iba a darle el placer de que reciba mis insultos. Lo único que quería era que eso terminara de una buenas vez.

Él mordió uno de mis pechos, tuve que ahogar un grito de dolor mordiendo mi lengua. Siempre era lo mismo, siempre sucedía esto.

Me embistió una última vez antes de venirse dentro de mi. Apenas terminó, se tiró sobre mi y me utilizó como almohada para poder dormir. Ni siquiera se tomó la molestia de salir de dentro de mí.

(...)

Unos pellizcones en mi zona íntima me despertaron de repente, haciendo que me exaltara de la impresión.
Ahí estaba Xavier con una sonrisa lasciva, miraba sin pudor alguno mi cuerpo aún desnudo.

—¿Puedes desamarrar mis brazos, por favor?— pregunté tratando de sonar amable, mientras movía levemente mis manos.

—No tengo ganas— dijo él sin importancia—. Es que estoy disfrutando de la vista que tengo frente a mi.

—Haré lo que quieras... Pero ya, suéltame— dije en tono cansado.

—Dalia, no sé si aún te has enterado o no que el que decide las cosas aquí soy yo. Si quisiera que hicieras algo, ya lo habrías hecho aunque no tuvieras las manos amarradas al respaldar de la cama.

—Xavier... Al menos dame el lujo de estar suelta en mi habitación— le supliqué—. Te has adueñado de mi libertad, de mi casa, ¡Hasta haces lo que quieres con mi cuerpo! Creo que merezco un pequeño descanso de tanta maltrato.

Él gruñó molesto —Bien, Dalia. Tú ganas.

Acercó sus manos a las mías y las desató, dejándome por fin libre. Aún así, no tomé nada para cubrirme. Solo quería poder descansar bien.

¿De qué me servía cubrirme el cuerpo? Él podría estár haciéndome lo que quisiese aunque tuviera puesta mi ropa.

Antes de quedarme completamente dormida, oí que dijo: "Tú ganas, Dalia. Pero no te quejes esta noche si te trato violentamente. Tú me cuestionas, y recibes lo que mereces. Quédate tranquila, que tú de todos modos me satisfaces siempre."

Como me gustaría poder cortarme las venas y dejar este absurdo mundo.

Me gustaría morir de una vez por todas...

Heridas profundas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora