Comencé a asistir a la Academia a los 12.
En el Distrito 2 tenían esa política, tu familia podía enviarte para que te prepararas física y mentalmente y luego ofrecerte de voluntario en los Juegos a cambio de que otras familias te dieran parte de su comida y dinero, o bien, elegían no compartir su comida ni riqueza, pero correr el riesgo de que tu nombre aparezca más veces en la urna cada año.
En mi vida, sólo conocí a una familia que optó por la segunda opción. Vivían a unas calles de mi casa, su hija, Nina, había nacido con una extraña enfermedad en el cerebro que no le permitía hablar muy bien ni moverse como los demás.
Sea como fuere, ninguno de los otros padres se atrevió a juzgar su decisión.
Yo, siendo la única hija de un reconocido agente de la paz, no necesitaba comida ni dinero extra, fueron el orgullo y reputación de mi padre las razones por las que hice mis maletas el mismo día de mi cumpleaños y como mi padre estaba ocupado trabajando, mi tía fue la que me llevó orgullosa hasta la entrada del gigantesco campo.
Recuerdo que yo tenía la esperanza de tener una bienvenida como lo hacían cada año en la escuela, pero en vez de eso, me llevaron a mi habitación y me dieron mi horario de clases.
El sistema educativo en la Academia era básicamente el mismo que llevaban en los otros distritos, teníamos las mismas materias y leíamos los mismos libros, la gran diferencia eran las clases extracurriculares:
el primer año nos especializábamos en lucha cuerpo a cuerpo,
el siguiente año nos enseñaban a cazar con arcos y trampas,
durante dos años nos llevaban al límite de nuestras capacidades, no comíamos en mucho tiempo y luego nos arrojaban a profundas piscinas encadenados, también nos hacían correr maratones que duraban días y nos encerraban con perros salvajes hasta que alguno de los dos comenzara a sangrar;
en tus últimos dos años dentro de la Academia, podías elegir alguna especialidad, yo elegí cuchillos porque el arco no se me daba bien y las espadas solían ser más largas que yo.
No llegué a cursar el último año, pero sabía que se trataba de conocer todo tipo de plantas y estrategias de supervivencia.
La primera vez que lo vi fue en un entrenamiento. En la Academia tenían serias normas en donde se prohibía cualquier tipo de relación entre chicos y chicas, fue hasta que cumplí 15 cuando nos permitieron tener clases juntos y nuestras habitaciones ya estaban en el mismo edificio.
Nos llevaron a un centro de entrenamiento mixto el primer día, la mayoría de las chicas estaban emocionadas por ver a los muchachos, pero algunas otras estábamos más bien nerviosas por el hecho de que nos pusieran a combatir contra ellos.
Así fue, luchamos en equipo un par de horas en un circuito que nos dejo agotados. Mis compañeras pensaban que los chicos no se atreverían a lastimarlas.
Pero los muchachos eran unas bestias. No dudaban en sacarnos de su camino con fuertes empujones y patadas.
Para después del descaso obligatorio, cuando la mayoría nos habíamos secado las lágrimas, comenzaron las peleas.
Eran cuerpo a cuerpo,en una zona delimitada. Primero fuimos nosotras, chica contra chica. Yo no era muy buena para asestar golpes, pero tenía cierta agilidad para escabullirme. Gané mi primera pelea por un descuido de la chica, estaba tan cansada de perseguirme que cuando se detuvo para respirar, le propicié una patada de aquellas que te duelen en todo el cuerpo.
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Cato y Clove.
FanfictionTeníamos que vivir. Que sobrevivir. Poder ganar los Juegos para poder estar juntos. Somos los verdaderos amantes trágicos del Distrito 2.