Hoy he rebuscado entre los cajones del desván. Llevaba años cerrado bajo llave y esa llave solo la tenía mi madre. Ella decía que era su lugar especial y que todos deberíamos tener uno. Pero rollos espirituales de mi madre aparte, hoy me ha cedido la llave. "Creo que hay algunas cosas de cuando eras pequeña. Ve a buscarlas si quieres", había dicho. Así que fui.
Me topé con muchos dibujos e intentos de novelas fallidas de cuando tenía entre cinco y trece años. Se conoce que después de esa época no volví a escribir debido a mi frustración constante. Hasta ahora.
También descubrí algún que otro diario. Estaban escritos muy irregularmente y las cosas que allí plasmaba me hacían gracia ahora, a pesar de que antes eran dramas para mí.
Pero hubo algo que me interesó más que mis apuntes y escritos: unas carpetas de papel que mi madre guardaba allí. Eran de color amarillo seguramente acentuado por el paso del tiempo. También, y eso fue lo que llamó mi atención, fue que mi nombre estaba escrito en ellas con la caligrafía cursiva de mi madre que años después yo adopté como mía también.
No las abrí. Me parecía una invasión de la privacidad de mi madre aunque mi nombre estuviese plasmado en la portada de las carpetas.
Aun así, me picó la curiosidad más de lo necesario.
Una idea descabellada me cruzó por la mente: certificados de adopción. La propia invención me hizo soltar una carcajada. De no ser por el visible parecido con mi madre, podría ser verdad. Pero exceptuando mis mechas azules, mi tatuaje en la muñeca y sus leves arrugas, somos como dos gotas de agua, idénticas.
Volví a guardar las carpetas en su sitio. Ya le preguntaría más tarde a mi madre si me sentía con fuerzas.
Abandoné el desván dejándolo pasar. No estaba bien cotillear las cosas de los demás.
Pero esa norma ética no reprimía mis ganas de descubrir cosas sobre mí, aunque fuesen unas míseras fotos.
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