NATASHA
A través de la oscuridad comenzó a filtrarse una ligera luz que, poco a poco, empezó a brillar más y más, de manera que tuve que tapar mis ojos con ambas manos. Cuando la luz cegadora disminuyó en intensidad los abrí, vacilante. De nuevo me encontraba en el bosque, en un claro que me resultaba vagamente familiar. Sin saber desde dónde, llegaron ruidos hasta mis oídos, maleza que crujía bajo el peso de alguien o algo que se abría paso hasta el lugar donde yo me encontraba. Rápidamente me escondí tras el árbol que tenía a mi derecha y esperé en en silencio. En pocos segundos, inesperadamente, hizo acto de presencia una niña de unos 6 años de pelo muy claro, casi albino, que corría lo más rápido que podía tratando de huir de algo, o eso parecía. Seguidamente tras sus pasos apareció otra niña pero más pequeña, como de unos 3 años, con el pelo castaño claro. Respiraba entrecortadamente, luchando por aspirar todo el aire posible del ambiente y absorber el oxígeno disponible. Sin darse cuenta tropezó con una roca y cayó de bruces al suelo cuan largo era su pequeño cuerpo. Sin moverse del sitio comenzó a llorar amargamente por las heridas que había sufrido en ambas manos y piernas. Entonces de entre los árboles apareció de nuevo la niña de pelo claro que, sin dudarlo, corrió a socorrer a su compañera.
Primero la ayudó a sentarse y luego, con toda la ternura del mundo y gran delicadeza, le retiró el pelo de la cara. Así pude ver sus ojos amoratados por el copioso llanto, lo cual hizo que mi corazón se constriñera como si yo misma padeciera sus mismas heridas.
Acto seguido, la mayor la abrazó y besó su frente, buscando la manera de calmarla. Poco a poco sus sollozos disminuyeron hasta que la pequeña de pelo castaño cayó profundamente dormida entre sus brazos. Tras ello la mayor hizo acopio de valor y cargó, con sorprendente fuerza, a la pequeña entre sus brazos, comenzando su camino hacia algún lugar. Por unos momentos dudé si debía seguirla o no pero, realmente, me preocupaba el estado de la niña así que fui tras ellas.Tras unos escasos minutos caminando entre los árboles del bosque, llegaron a otro claro en cuyo centro se hallaba una modesta cabaña de aspecto acogedor. De nuevo la sensación de familiaridad atenazó mi estómago pero, esta vez, con mayor intensidad. Momentos antes de que la mayor llegara cargando en sus brazos a la niña de pelo castaño, un hombre joven de pelo moreno salió al exterior con cara de preocupación. Rápidamente cogió a la pequeña entre sus brazos y la llevó al interior de la cabaña, seguida por la niña de pelo claro, cuya ropa ahora estaba teñida por tenues rastros de sangre.
Sin saber cómo, de repente me encontré dentro de la cabaña observando la escena que acontecía desde una distancia prudencial. Lo primero que me llamó la atención fue el olor agradable que se respiraba en el ambiente. Hacía que me sintiera tranquila y relajada. Como si estuviese en casa, en mi hogar.
El joven había llevado a la pequeña hasta una cama y fue, rápidamente, hasta la otra punta de la estancia para coger algunos utensilios y material de primeros auxilios. Tras ello volvió a su lado y comenzó a lavar y a desinfectar sus heridas. Sin embargo, se demoró largo rato en la mano derecha donde parecía tener una herida algo profunda. Cuidadosamente comenzó a cerrarla con algunos puntos de sutura. La pequeña lloraba en silencio tratando de ser fuerte y aguantar el dolor. Al acabar, el hombre aplicó una especie de ungüento sobre la herida, haciendo que la niña saltara de dolor. Justo en ese instante mi mano derecha comenzó a arder y busqué el origen del dolor. La cicatriz que tenía desde siempre y que ocupaba oblicuamente toda la palma de mi mano, se había inflamado y enrojecido. El dolor era tan atroz que me hizo retroceder algunos pasos. Escuché entonces un chasquido sordo, como si de un cristal roto se tratase. Miré al suelo y bajo mi pie izquierdo se hallaba un marco roto con una foto. Retiré el pie y vi la imagen de una pareja joven sosteniendo a una niña pequeña de menos de un año entre sus manos. Ya había visto antes esa imagen, en mi otro sueño. Sin previo aviso, sufrí una fuerte conmoción y las imágenes de mi anterior sueño de mezclaban con las del momento que vivía en el presente. Vi la misma cabaña en la que me encontraba pero ya desvencijada, con muebles rotos, utensilios tirados por el suelo y la misma foto bajo mi pie. Miré hacia donde estaban el chico joven y las niñas, la imagen por momentos desaparecía para revelar una cama vacía y polvorienta. Él era quién aparecía en la foto y la niña pequeña tenía que ser su hija. Por un momento las imágenes dejaron de intercalarse. Aliviada, lancé un suspiro. Miré entonces a la escena que acontecía ante mí y mi corazón se sobrecogió. Ambas niñas miraban en mi dirección y la de pelo castaño me señalaba. La otra de pelo casi albino se acercó a mí con paso decidido. Mi corazón latía desenfrenado. A medida que se acercaba pude distinguir algunos rasgos más de la misma. Su pelo no era albino pero lo parecía porque tenía multitud de pequeñas mechas de color gris plata. Sus ojos eran de un azul hielo infinito y su mirada denotaba seguridad y determinación. Entonces se apostó frente a mí y cogió mi mano dolorida entre la suya. Al instante sentí un gran alivio en la misma y la quemazón desapareció por completo. Sin embargo un dolor agudo atacó mis sienes y me obligó a cerrar los ojos. Rodeé mi cabeza con ambas manos para intentar atajar el dolor pero, justo entonces, una voz de la niña resonó en mi mente:
- Te encontraré allá a donde vayas, por muchos años que pasen. Cuando nuestros caminos vuelvan a cruzarse no me recordarás pero tu otra parte, la bestia, lo hará. El destino nos ha unido en la vida y en la muerte Natasha. Pronto descubrirás quién y qué eres. Encuentra tus raíces y camina a mi lado, mi Luna. -
De nuevo una luz cegadora lo invadió todo pero, esta vez, no para tornarse en oscuridad. Mi consciencia divagó lentamente en su letargo, haciéndome sentir algo más viva, menos inerte. Los párpados me pesaban como si de losas pesadas se tratasen. No sabía dónde estaba pero al menos mi cuerpo reposaba sobre una superficie mullida, lo cual agradecí.
Me percaté entonces del murmullo lejano de una conversación inentiligible que llegó a mis oídos. Por el tono de voz que empleaban parecían estar discutiendo, algo que me comienza a perturbar bastante.Sin darme cuenta, el murmullo había cesado y sentí cerca de mí una presencia. A pesar de mi letargo mi cuerpo respondió ante un olor conocido, una esencia a tierra mojada y pura naturaleza. Los latidos de mi corazón corrían por momentos, la adrenalina recorría mis arterias, mi tenue respiración se aceleraba. Y no logro comprender por qué generaba ese efecto en mí. De repente sentí que la presencia se alejaba de mi lado. No podía permitirlo, la necesitaba. Un acto reflejo hizo que mis ojos se abrieran, tornándose todo en imágenes borrosas, pero no los necesitaba para saber quién estaba conmigo. Por suerte pude coger su brazo bajo un agarre débil. Difícilmente conseguí boquear algunas palabras. Tenía que saber quién era esa tal Luna de la que tanto se habla en mis sueños. Pero el esfuerzo fue fatal y mi cuerpo no dudó en volver rápidamente a su estado letárgico y a la oscuridad. No quería volver a perderla, no podría soportarlo. Porque ahora si te recuerdo, Nadya, mi compañera.
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Mi luna
Hombres LoboNatasha es una chica huérfana de 18 años, criada por sus abuelos maternos, que se desplaza a la ciudad rusa de Samara para comenzar sus estudios universitarios. Lo que para ella consistía en un inofensivo cambio de aires, significó ser un vuelco to...