Hijo del mar

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Caminaba solo, sin rumbo. Sentía las piedras crujir bajo mis zapatos, y el cálido aire agitar los mechones cobrizos que caían por mi frente. La luna aún se podía distinguir, adornando el cielo grisáceo que aún no había amanecido. No podía sentir las olas del mar, ya que lo único que escuchaban mis oídos era la música reproducida por mi móvil y conducida hasta ellos a través de mis auriculares. Me gustaba eso, andar por la playa sin un objetivo fijo, y la más temprana de las mañanas era la mejor hora. No había ni rastro del sol que me quemaba la lechosa y débil piel que me cubría, ni demasiada gente que pudiera romper la armonía. Tan solo estábamos la luna, el mar y yo.

Normalmente tomaba el camino contrario al que había seguido aquella vez, pero ése se veía interrumpido por un muro formado por rocas, y me veía obligado a dar media vuelta. Podría seguir caminando, es cierto, pero es bastante difícil pasar por en frente del camino que lleva a casa e ignorarlo. A pesar de ello, ese día decidí explorar más allá de ese camino.

No era muy distinto. Era el mismo mar, la misma luna y la misma cálida brisa, que ahora acariciaba mi nuca. Poco a poco, la playa se fue haciendo más y más estrecha, hasta que al final caminaba por la misma distancia de la costa y el agua. Nunca había visto eso, ni de lejos, así que di media vuelta para comprobar la distancia que me separaba del camino. Me sorprendí al ver que tal era la distancia, que ni tan siquiera podía verlo desde donde estaba. Pensé que tal vez era hora de volver, pero me paré a pensar un segundo más. Quería seguir. Sin tener demasiado claro el motivo, pero quería. Nadie que me importara en especial me esperaba en casa, así que no veía motivo alguno para no seguir mis instintos.

Continué, allá donde había tan poca playa que ni un pescador probaba suerte con esos peces, ni un coche se escuchaba y la calma más absoluta se respiraba, mezclada con el olor de la sal. Tan solo una cosa me llamó la atención. A lo lejos, a unos diez minutos andando, se podía ver una cueva frente al mar, en una parte en la que ya no había playa por la que caminar, y no sabía si el agua frente a ella era lo suficientemente poco profunda para poder andar. Creí que sería entretenido comprobar si había algo de mi interés, así que fijé mi objetivo en ella.

Terminé por quitarme las bambas y los calcetines, ya que el agua empezaba a filtrarse por éstos, pero no dudé en continuar. A medida que me acercaba, un aire cada vez más frío me agitaba levemente la ropa. No podía quitar mi vista, y tampoco quería. El frío del agua en mis pies subió por todo mi cuerpo, hasta obligarme a cruzarme de brazos y encogerme aún con las bambas en las manos. No lo entendía, ya que llevaba bastante andando y el ambiente no era para nada fresco. No quise pensar en ello, por miedo a echarme atrás, y avancé hasta la cueva.

Para mi suerte, el agua frente a ella no me llegaba si quiera a las rodillas, y el sitio estaba resguardado de las olas, así que tuve la oportunidad de mirarla de frente. Estaba completamente oscura, y algo elevada, pero una especie de escalera de rocas, tal vez natural, permitía la entrada a ésta. Me quité los auriculares -solo por si acaso-, encendí la linterna de mi móvil y me dispuse a proseguir con mi exploración.

Subí los rocosos peldaños con cuidado, ayudado por las paredes naturales, mirando con cuidado a mi alrededor. Una vez arriba, un sentimiento extraño se alojó en mi interior, como un nudo, que me aceleró el pulso, incluso sentí mi cara arder. Me puse una mano en el pecho y expiré profundamente. Miré a mi alrededor, con ayuda de la iluminación artificial. Estaba seguro ahora, alguien había estado en ese lugar recientemente.

Había una caña de pescar que parecía ser bastante vieja, cenizas -tal vez a causa de una posible reciente hoguera-, rocas afiladas, y una montaña de arena que parecía servir como una especie de cama. A decir verdad, me dio una mala sensación. De repente tuve la necesidad de salir de ahí. Aquello que me atrajo irremediablemente hacia allí, desapareció de golpe. Tragué saliva y me dispuse a marcharme, pero una figura apareció frente a mí en cuanto me di la vuelta. El móvil, junto a los auriculares, se cayeron al suelo de la impresión. Ahogué un grito, pero la figura dejó escuchar su voz antes de que lo hiciera realidad, y me sentí demasiado paralizado para proseguir.

Hijo del mar (One-shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora