I: Andrés

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Acabábamos de finalizar nuestro viaje, que desde Argentina nos había traído aquí. En breve habríamos tomado el auto para que nos llevara a nuestra nueva casa. 
Suspiré                                                                                                                               – ¡Aguantame un cacho! – se quejó Luis de repente  hablando con mamá diciéndole que esperase un rato y estrechando cómicamente los ojos. Luego se dirigió hacia mí.                                                                           
– Ándrius, cuidame la maleta ¿sí? ¡Ya voy! – me pidió sin darme tiempo a responder, dejando tirado su equipaje en medio del suelo.       
Café” pensé soñoliento. Eché un vistazo atrás y vi la cafetería del aeropuerto. Así que cargué como pude la maleta de mi hermano y agarré la mía cargándola sobre la espalda.                                                             
En cuanto llegué a la barra, saludé a la camarera y le hice un pedido: café con leche y chocolate y unas cucharaditas de azúcar. Ya había acabado mi buen matecito habitual y sentía la necesidad de re-emplazarlo con algo, aunque sustituirlo fuera una misión imposible. 

– ¡Gracias! 

Me alejé satisfecho tomando el vaso entre mis manos. Estaba calentito y olía deliciosamente a un aroma desconocido y al mismo tiempo hechizante. La verdad es que me sentía muy cómodo en los aeropuertos, puesto que últimamente los veía como segundos hogares y en fin se parecían todos. Me gustaba sentarme en las rígidas sillas blancas, tan envejecidas que parecían grises por la cantidad de gente que seguramente habría debido de sentarse ahí, para fijarme en los aviones al despegar. Crucé el gran patio enfrente del café e hice el slalom entre las mesas delanteras a la barra.
Había muchísimos turistas, y se distinguían súbitamente por la manera de apretar sus cosas... a mí también mis padres me habían advertido de que debía tener cuidado con mi equipaje, celular y billetera porque “por si no lo sabías” me dijeron ellos “Barcelona es la capital de los carteristas” o como se llamaban los ladrones de calle. 

Hipnotizado y distraído por mi café aromático, sin darme cuenta vacilé y tropecé con una maleta azul. Toda mi bebida aterrizó sobre una joven mujer que de repente se puso de pie delante de las mesas. Iba jadeando, exhibiendo sus imponentes pechos, interrumpida mientras estaba bebiendo a grandes sorbos un té caliente. La mujer me fulminó con una mirada furiosa. 
Además de mancharle la camiseta blanca con encaje azul, de la cara le bajaban goterones de café aromatizado. Sin saber qué hacer, agitaba nerviosamente las manos mientras ella aullaba cosas en un idioma, que supuse, debía de ser inglés. 

– ¡Perdón, lo siento! – insistí juntando las manos, gesticulando para que me entendiera. No obstante, se movió de su sitio apuntando a mi vaso vacío y a su cara empapada y enfadada. Le di unas servilletas e intenté ayudarla a secarse pero aún se enojó más. Si por lo menos me hubiese esforzado más en aprender en clase de inglés, posiblemente ya lo habría solucionado. Pero justo aquella era la asignatura que desde siempre se me resistía. 

Respiré hondo y por fin exclamé – Sorry, sorry Lady – y grité más alto de lo que pretendía. Sabía que iba muy mal porque la señora irritada iba alzando la voz, llamando la atención. Con el rabillo del ojo vi a la dependienta del bar salir de la barra para calmarla, sin éxito. Quisiera desaparecer, cuando de repente se hizo el silencio a mi alrededor. Extrañado levanté la cabeza y descubrí que otra persona había impedido que ella siguiese gritando: una chica, un ángel de pálida piel, no mucho menor que yo, con el pelo largo y castaño con claras mechas coloradas poco común. Aparecía tan frágil en su porte apuesto, que quizá escondía una gran complejidad en su interior. Lo que mayormente me llamó la atención fueron sus ojos de miel imperceptilemente rasgados, de un espectacular color ámbar que lograron dejarme sin aliento durante unos segundos. 
Intenté moverme y hacerme a un lado, todavía sorprendido por esta inesperada intervención. Me fijé en como intercambiaba unas cuantas palabras con la mujer, hablando con un acento perfecto. Tras unos minutos de conversación, sacó algo del bolsillo de su sofisticada chaqueta de cuero, y tirándoselo, no le dio ni el tiempo a reaccionar. Después le sonrió y diciéndole algo más, le mostró su mapa en la pantalla del celular señalándolo, quizá para desviar la mirada de la mujer.
Quién sabe si se conocían y sobre todo qué se estaban diciendo. De repente una voz metálica anunció a través de los altavoces los códigos de los próximos vuelos, primero en catalán luego en inglés, así que la mujer tras haber intercambiado unas señales de entendimiento con la chica, dijo unas palabras que me sonaron como: “ algo...wait for you, algo más…it quick” y se fue tal vez hacia el embarque, dejándonos completamente a solas frente al quilombo que había provocado.    
                                                                      –¿Estás bien? – me preguntó ella con el ceño arrugado de inquietud. 
Dejé el recipiente de mi café totalmente vacío sobre una de las mesas al lado mío y respondí sin indecisión ni tartamudeo – Por supuesto – tomé mi tiempo y luego completé mi frase agregando un “gracias” con sinceridad. Ya notaba que la mala sensación de un nudo en el estó-mago iba desapareciendo. Ahora que estaba cerca pude fijarme más detenidamente en sus rasgos bastante interesantes. 

Y así fue... que nos conocimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora