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—¡Ese salvaje me embistió como con un ariete! —terminó de explicar Adeline casi sin resuello. 

Esa mañana el café de Mackleton's estaba abarrotado de escandalosa clientela. Por todas partes había jovencitos atolondrados montando algarabía y grupos de ancianas de perfumes penetrantes tomando el café como todas las mañanas. 

—¿Y por qué diablos no me dijiste que pensabas ir? ¡Te dije que era mejor esperar! Igual ahora está enfadado con nosotras. 

Adeline se encogió de hombros en un claro gesto de indignación. 

—No le vi muy enfadado cuando se me corría encima, la verdad. 

—¡Adeline! 

—¡Oh, vamos! Déjate de mojigaterías. Me parece que ya es un poco tarde para andarse con recatos. Además, ¿es que no te lo pasaste bien cuando estuviste con él? 

—Pues sí, pero... 

—Pero ¿qué? 

—Pienso que quizá deberíamos olvidarnos de él, ¿sabes? Esto no está bien. No es ético. Si Henry se enterase... 

—Henry no se va a enterar nunca. Si yo voy a decírselo, tú tampoco deberías. Si quieres olvidarte de Willard, adelante. No te lo impediré. Pero no nos impidas a las demás disfrutar de «sus servicios.» 

—¿Las demás? 

—Tenemos que decírselo a Lilian. 

—¿A Lilian? —Karen puso ojos como platos—. ¿Es que has perdido la poca cabeza que te quedaba? 

—¡Venga! Tiene que conocerle, Karen. No puede ser siempre la niña tímida de todos los grupos de amigas. Reconócelo: está muy verde. Willard podría enseñarle lo que es el sexo. 

—Ya, y contaría como una obra de caridad. —Su tono indicaba mofa—. No me hagas reír, Adeline. Ella no es un caso perdido como nosotras. Es joven y no está tan baqueteada. 

—Y por el coño no la debe caber ni una aguja. 

—¡Adeline, por favor! Tienes que prometerme que no le dirás nada a Lilian acerca de Willard.

—Hablas de él como si fuese un criminal.

—No lo es, pero no creo que sea bueno para ella que le conozca. Podría sufrir mucho.

Adeline refunfuñó una queja incomprensible, arrugando el entrecejo y meneando con más ímpetu la cucharilla en su taza.

—No tendría por qué enamorarse forzosamente de él para poder follársele —murmuró, encogiéndose de hombros.

—Ya lo sé, pero ella es muy joven. No creo que pueda evitar hacerlo, y menos de un hombre como Willard. —Hizo una pausa reflexiva—. Es bastante encantador cuando se lo propone.

—¿Encantador? ¿Dónde tienes los ojos? ¡Es irresistible, Karen! Con esos ricitos y esa manera obscena de decir lo que todo el mundo ha pensado alguna vez, ¿quién se le puede resistir?

Karen bajó la mirada tanto que casi se tocó el pecho con el mentón. Adeline chasqueó la lengua, fastidiada.

—¡No me puedo creer que no seas capaz de admitirlo en voz alta! Karen, no somos crías. ¿Por qué no puedes admitir que estás deseando pasar otra noche con él?

—¡Porque no es decoroso, Adeline, por el amor de Dios! Me encuentro fatal por haberle puesto los cuernos a Henry. ¡Me siento como una fulana!

—¿Y qué? —repuso Adeline con naturalidad—. Henry no se siente mal cuando deja de atenderte. Para él lo más normal del mundo es no tenerte ningún cariño.

—No creo que eso sea cierto del todo —convino Karen—. Sé que me quiere. Me sigue queriendo.

—Sí, pero como fregona y cocinera. Hace tiempo que la pasión ha desaparecido entre vosotros, Karen.

Aquellas palabras sonaron demasiado crueles. Cuando Karen levantó los ojos, Adeline descubrió que los tenía enrojecidos.

—Lo siento —musitó, acercándose a ella y acariciándole una mejilla—. Me he pasado. Perdóname.

—No, no te has pasado. Tienes toda la razón. Es solo que la verdad duele demasiado en ocasiones.

—Necesitábamos a Willard, ¿lo entiendes? Cada una de nosotras lo necesita por una razón diferente. Y Lilian lo necesita también.

—Lilian… —No pudo continuar. Pensaba en esgrimir las mismas defensas, los mismos argumentos en contra, pero la conciencia de aquella terrible necesidad fue lo que la hizo morderse la lengua.

—Tenemos que decirle que vaya a verle —zanjó Adeline con determinación—. O tal vez podríamos hablarle de ella. 

Peligro de muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora