Otro día mas perdido en una miserable vida como la mía.
Al fin estoy de camino a mi prisión, que para los extraños suelo decir casa. Viajo parado, como si fuese una res mas al matadero. El mundo afuera no se ve mas prometedor.
—¿Viste la plaza que acabamos de pasar?¿Estaba llena de niños?
Un hombre, con alegría, le pregunta al aire. El estaba al fondo y yo, adelante.
—¡Pero que bella pareja la que va caminando por la vereda!
Nadie presta atención. Sin embargo yo si. Veo las parejas paseando por la vereda, a los chicos jugando a las escondidas y esto me reanima un poco el espíritu.
Ya pasó media hora y aun no puedo ver a aquel hombre. Súbitamente, casi todos los pasajeros del colectivo bajan y solo quedamos unos pocos. Entre ellos el hombre.
Va acompañado de una joven mujer, la cual al parecer le susurra cosas al oído. Hombre entrado en años, con gruesos anteojos negros y un largo y fino bastón de plástico entre sus arrugados dedos.
En un impulso, voy al final y después de darle las gracias, bajo del colectivo.
Mejor será caminar hasta casa. El viento es agradable.