Philia

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[La verdadera hermandad no requiere lazos de sangre.

José Narosky.]

[...]

Jeon Wonwoo, diez años, un niño pelinegro de ojos oscuros con apariencia femenina, y muy inteligente; algo pequeño para su edad, lo que le hacía ver más como una muñeca de porcelana por su pálida piel, pero de lengua demasiado suelta en donde las palabras hirientes no se hacen esperar y suenan catárticas para cualquiera. Es por esa misma razón que es víctima de abusos en pleno siglo veintiuno, de aquel tan afamado bullyng escolar, donde nadie decía nada. Todos se callaban.

«Ojalá que se mueran.»

Piensa con dolor, con todo el resentimiento que ha acumulado con el pasar del tiempo. Y que no puede exponer por miedo a salir herido, incluso sin querer decírselo a su abuelo.

Su pequeño cuerpo se remueve incómodo en la silla de madera, observando las palabras escritas en lo que alguna vez fue su pulcro pupitre. Apretando su pantalón gris escolar, tensando los labios hasta formar una fina línea que retiene los insultos que tiene por decir, pero que sabe que si los suelta seguramente lo que le esperaría sería una golpiza.

Lo único que le queda es limitarse a leer cada palabra que hay allí.

Eres un asco de persona."

"¿Por qué no te mueres?"

"Tu mamá no debió haberte tenido, nadie quiere a un hijo que ame el rosa."

"Eres una nena."

"Marica."

Quiere llorar, quiere que los brazos de su abuelo rodeen su cuerpo y le dé palabras de aliento mientras le besa su frente, que le diga que todo estará bien, que él lo acepta como es, sin prejuicios ni vergüenza. Sólo quiere un poco de consuelo proveniente de una de las personas que más ama.
Y esa necesidad aumenta al escuchar las risas burlonas que provienen de una de las esquinas del salón.

—Solo mira como tiembla de miedo, se ve ridículo —

—Ey, ¿deberíamos pintar también su mochila? —

Iugh, no quiero tocar esa cosa rosa —

—Cierto, se te puede contagiar lo maricón —

—¡Que asco!, no lo digas ni de broma —

Tensa sus piernas.
Está harto de todo y lo único que quiere es esfumarse aunque sea por unos minutos. Es decir, ¿qué tenían de malo sus gustos? ¿es que acaso era una ley el hecho de que todos los niños debían de usar azul y las niñas rosas? Sí, no le gustaban las niñas, pero ese era un secreto que lo había estado guardando por mucho, uno que sólo sabía su abuelo. Estaba seguro de que no era el único que a esa edad pensaba que las niñas daban asco, ¿entonces puede que tal vez lo molestaban por parecer una? Tendría sentido si a eso le sumaba su favoritismo hacia el rosa.
Sin embargo eso no justificaba los actos vulgares a los que le sometían. Lo habían dejado sin amigos, sin nadie con quien hablar, ¿qué más querían de él? Ya no tenía nada qué ofrecer para ser motivo de burla, ¿por qué simplemente no se les pasaban las ganas de fastidiarle?

Y supo que era porque necesitaban de alguien inferior para aumentar su ego machista, y sin duda él era el blanco perfecto.

Cuando uno de los niños golpeó su pupitre con la palma de su mano, supo que las palabras dibujadas en su mesa y sus libros esparcidos por todo el lugar, eran de las pocas cosas que le esperarían ese día. Y vaya que lo sabía muy bien, llevaba dos años sintiéndolo.
Lo único que puede hacer en casos como ése es estremecerse y guardar silencio, como siempre. Esperando ansiosamente a que suene la campana de clases y el receso termine.

Instintos 「Meanie」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora