Mi destino

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Felicidades Linda, espero que te guste tu pequeño regalo.

Las cartas nunca se equivocan, el reloj siempre sabe la verdad, todo en perfecta sincronía, ningún error era permitido. Entonces ¿Por qué sus reyes eran todo menos perfecto?

Desde que Alfred F. Jones y Arthur Kirkland habían sido elegidos Rey y Reina respectivamente, nadie conocía lo que era la paz y el silencio en el castillo, todo a causa de los gobernantes más ruidosos, orgullosos e intolerables que el mundo de las cartas pudo tener.

Siempre discutiendo, golpeándose, gritándose ofensas de odio, gastándose bromas pesadas y molestando a los demás con sus absurdas peleas. Así era la relación de dos monarcas que supuestamente debían de amarse con locura y salvar unidos a su pueblo, pero ¿qué era lo que provocaba el odio del uno hacia él otro? Respuesta simple: el orgullo.

Arthur Kirkland, dotado de una magia e inteligencia excepcional, criado con lo mejor de lo mejor en etiqueta, clase, economía, relaciones, historia y literatura, ciencias sociales y más, una pieza clave para la supervivencia del reino. Pero Arthur no era feliz considerándose una simple herramienta diseñada para obedecer un sistema, estaba más que dispuesto a luchar en contra del destino, no permitiría que el reloj le robara la decisión de a quien entregar su corazón.

Pero el maldito destino le jugó chueco, ese desgraciado ente fue un maldito bastardo que lo lanzó a los brazos de aquella maldita trampa llamada amor.

La primera vez que lo vio fue sin planearlo, una coincidencia, él fue una serendipia para su ser. Un encuentro furtivo que les llevó a otro y otro, miles de encuentros a escondidas de los demás, un clase alta y un joven clase media, ojos verdes y ojos azules, serenidad y alegría, mundos distintos pero unidos por un sentimiento. Sentimiento que le cayó como agua fría cuando descubrió que aquel chico del que se enamoró, fue marcado como el Rey de picas.

Gritó, odió y renegó del maldito destino, quiso matar a la deidad del amor, negar todos aquellos latidos que cubrían su pecho, se dedicó a odiarlo a cada instante, se comportó indiferente, trató con todas sus fuerza de ignorar como desaparecía el brillo de los ojos azules, se forzaba a apartar la mirada del rostro triste del más joven y su pecho quemó con un infierno cuando aquel chico que le susurraba amor, ahora le gritaba palabras de odio.

Se había dedicado a perderlo y ahora lo había logrado... o eso creía, porque nunca podría ignorar el escalofrió que los recorría a ambos cuando tomaban sus manos en los discursos reales, no podía negar el sentimiento que los cubría ante los besos para transportar energía, todo era una mentira o eso era lo que su terco corazón quería creer.

Alfred lo amaba y él también lo amaba, era demasiado orgulloso para admitirlo, pero su mente se deshizo de duda ante la imagen frente a sus ojos, su amor imposible besaba la mano de una chica rubia de ojos violetas y lentes carmín.

Una exhalación demasiado fuerte salió de su boca, la tapó rápidamente pero fue demasiado tarde, la chica y Alfred lo vieron, avergonzado emprendió la huida, pero se sorprendió al escuchar unos potentes pasos tras él, decidió usar su magia pero su rey era más hábil en el control del tiempo, un descuido y se encontraba arrinconado por el chico de ojos azules.

—¡Mírame!.-El monarca levantó su mentón, luchó para evitarlo pero cedió al escuchar el tono de desesperación de Al, se quedó quieto cuando la frente ajena se apoyó en la propia. —Date cuenta que estoy loco por ti.

—Déjame.- Intentó luchar de nueva cuenta, ¿amarlo a él?, ¿y qué pasaba con esa chica de ahora?—Vete con esa chica.

—Arthur... ¿quién diría que te vería celoso? —Alfred lo obligó a mirarlo a los ojos y se perdió un momento en el azul cielo de cada uno—Mis ojos sólo brillan por ti, mis palabras de odio siempre han sido mentiras al aire, dime, ¿crees que mi ojos brillan por esa chica?

Silencio, Kirkland calló, dándole la razón a las palabras de su esposo, había un brillo en sus ojos pero no era el mismo con el que ambos se miraban cada vez, esa mirada intensa que intentaban ocultar con el odio.

—Confia...- Antes de que terminara su frase unos labios lo apresaron y las manos se zafaron de su agarre para colocarse firmemente en los hombros del rey. —¡Hey!, ¡mi discurso!

—Cállate y bésame, maldita sea.- Era momento de mandar a la mierda su orgullo, le daría el punto al destino y dejaría a la deidad del amor hacer de las suyas, no podía más con el peso de su sentir, dejaría a su corazón gritar de amor hasta que desfalleciera. —No me dejes ir.

—Nunca.- El dulzor de una nueva promesa, aún más suave que los primeros susurros de amor, éste era un sello eterno que no permitirían que se derrumbaran, esto eran las almas que el reloj había juntado pero que dos personas aceptaron unirlas en sincronía eterna.

Las cartas nunca se equivocan USUK CardverseWhere stories live. Discover now