Prólogo.

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El olor a humo y carne quemada invadia mis fosas nasales.
Todo era caos y destrucción.

El plan había resultado tal y como lo predijimos. Cada vez las tropas de soldados mewmanos cedían a nuestro control y ya faltaba poco para someter a los reyes a nuestra voluntad por completo y así poder reclamar lo que nos habían robado hace tantísimos años.

Nosotros sólo exigiamos lo que era nuestro. Nuestras tierras y una vida digna y libre de esclavitud.
Y ahí estabamos nosotros, arriesgando nuestra inmortalidad a cambio de eso. Por primera vez en mi vida creí que no saldría vivo de ésta.

Me aterraba pensar que mi cuerpo se perdería entre toda la montaña de cuerpos cercenados que yacía a mis espaldas. Mounstros y Mewmanos por igual.
Ya estabamos bastante agotados y lastimados para que pudieramos regenerarnos en el caso de que algo grave nos pasara.
Pero ya habíamos llegado hasta ahí y eramos los únicos del escuadron que quedaban en pie.

El sonido sordo de los cascos de unos guerricornios que se acercaban me sacó de mi transe.

-Aquí vienen-
Rasticore y yo nos pusimos en posición de ataque al mismo tiempo mirando hacía el horizonte a la espera de nuestro destino.

-Fue un honor luchar contigo hermano-
Dijo Rasticore con una sonrisa melancólica en su rostro.

-Esto no ha acabado-. Murmuré lo suficientente alto para que él me escuchara al momento en que agarraba con fuerza mi hoz y me preparaba para lo que viniera.

-Hasta el final-
-Hasta el final- respondí. Y juntos nos enfrentamos en una lucha en la que sabiamos sería imposible salir con vida.

El sonido de sus espadas golpeaban contra nuestras armas y el sabor a metal en la boca a causa de muestras heridas que sangraban me mareaba.

Un soldado de gran estatura se acercó sigilosamente a Rasticore mientras este estaba distraído atacando a otros soldados. Empuñaba su espada por sobre su cabeza y justo cuando me distraje para avisarle que se cuidara del enemigo en su espalda, algo o alguien me golpeo en la cabeza tan fuerte que provocó que cayera desmayado al suelo de golpe.

Lo último que recuerdo es un dolor insoportable en el pecho. El filo de una pesada espada atravezando mi corazón y el frío infernal de agua a todo mi alrededor inhundando mis pulmones impidiendome respirar.
Todo se volvió obscuridad y yo me abracé a ella permitiendole que se llevara mi dolor y mi cansancio.
-Al menos lo intenté hasta el final-. Murmuré.
Y cerré mis ojos y me dejé llevar por la corriente sin poner resistencia...

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