Parte 1

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Y aprende que el amor no sólo significa acostarse con alguien y que una compañía no significa seguridad, y así mismo uno comienza aprender...

Jorge Luis Borges 


Un cuerpo entra en combustión en cuanto la puerta de aquella habitación de hotel se cierra tras su espalda, la ropa es un impedimento para los dedos contrarios, la urgencia de tocar es apabullante. Los labios chocan sin consideración alguna, el calor aumenta. La ropa ha dejado de cubrir la mitad de un cuerpo, mientras el otro aún porta toda. La cama les recibe con un reclamo ante su ruda acciona.

Las piernas son abiertas, el sexo se muestra, el corazón late en frenesí por el descaro presenciado. Se muerde los labios, aquello es excitante, su miembro palpita por libertad, sus manos ignoran su llamada, alargaría lo mejor que pudiera aquel encuentro. Meses sin aquella danza no era sano para alguien que solía llevar una vida sexual activa. Sus manos amasan aquel par de senos coronados con un par de pezones ya levantados, sus labios siguen jugando con los contrarios.

Los jadeos comienza a brotar de su acompañante, sin embargo, algo te hace titubear, como una constante espina clavada en tus yemas. Doloroso, pero soportable, tu cinturón ha sido desabrochado igual que el botón, la cremallera realiza su característico sonido. Tu pene aúlla de éxtasis por el poco espacio dado. Tus labios no abandonan su cuello o los belfos contrarios. Ese algo no te permite ir más abajo.

¿Por qué? ¿Por qué tu cuerpo no te responde como debería?

Desea tanto perderse en la lujuria, en la bruma del éxtasis y el delirio del orgasmo. Entonces, ¿por qué no puede dejar que aquellas manos bajen su ropa interior?

Los besos son geniales, los jadeos un estímulo y los constantes roces un preludio para la danza.

Su respiración se altera ante los masajes que recibe su miembro. Se aleja un poco para tomar aquel gramo de valor y quitarse, por fin, la ropa, empero algo le detiene. Le obliga a subir la mirada para encontrarse con una totalmente desconocida. Ese no es el iris que él conoce, esa no es la mirada deseada.

Esos no son el color correcto.

Se levanta como si estuviera bajo las brasas del núcleo de la Tierra, le examina de pies a cabeza, como si nunca hubiera visto un cuerpo femenino en toda su vida, como si nunca hubiera tenido relaciones con una mujer de compañera.

La chica está apunto de hablar, más no le prestas atención, pues buscas tus cosas. Aquello no estaba bien, aquello no se sentía correcto, no se sentía como... él.

Te subes el cierre mientras esperas el elevador, te abotonas el pantalón y te ajusta el cinturón, el saco ya ni te lo colocas y mucho menos te acomodas la camisa. A lo lejos, distorsionada, escuchas los gritos de la chica.

La ignoras, porque tu mente se centra en otra cosa. Tus manos tiemblan mientras intentas meter la llave en la cerradura del auto, te golpeas tantas veces como te lo permiten los semáforos. ¿Cómo fuiste capaz? Te sientes sucio y hasta cierto punto violado, pero hay algo, ese jodido algo que te lleva molestando desde hace tiempo. No puedes encontrar el centro, el eje de ese algo que te lleva a pensar y realizar actos que antes, ni siquiera te molestarías en imaginar.

Entonces, te vuelves a preguntar, ¿por qué?

¿Por qué tu mente hace algo, pero tu cuerpo te detiene y a la vez te motiva a seguir?

Desvías tu mirada al retrovisor, una parte de ese algo se muestra. Un pequeño peluche de un pulpo que ellos llaman conejo. Mueves la palanca de las velocidades a la P, estiras la mano y lo tomas, lo sostienes mientras le analizas. No puedes evitar sonreír ante el cúmulo de recuerdos que ese recorte de tela llenado con algodón y poliéster han pasado juntos. Los gritos, las peleas, los llantos, las risas, todo moviéndose en un espléndido ciclo. En una danza que no te cansarías de ser espectador.

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