La verdad no se dice.

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La rebeldía y la desconfianza se le estaban subiendo a la cabeza a John. No le apetecía obedecer ninguna orden, menos si venía estrictamente de ellos. Ya no quería estar cerca de ellos, que lo vigilaran como un trozo de carroña, como si fueran buitres. Pero eso no iba a ser un problema por mucho tiempo, pues el hombre ya había estado cocinando un plan. Y si todo salía bien, no tendría porque preocuparse por ellos..., por Alaya.

Inevitablemente el rostro afligido de la joven se cruzó por su desdeñosa mente; como la había herido... Meneó la cabeza y se dedicó con ahínco para deshacerse de ella, aunque fuera solo por un minuto.

—Sr. Winchese ¿entonces sí jugaremos esta tarde? —preguntó David.

—¿Eh? —Volvió a la realidad.

—¿No escuchaste nada de lo que te dijo, cierto J? —preguntó Danielle: una joven rubia muy agradable; una de ellos.

—¿Te soy honesto? —preguntó John con hastío.

—No —respondió Danielle con simpleza—. Sé honesto con él.

Cuando Danielle señaló al infante provocó que John mirara en su dirección de soslayo, causando de esta forma que su corazón recibiera un pellizco de culpa.
David era solo un niño y ya era uno de ellos, fuesen lo que fuesen, y eso no le parecía justo. Eso le recordó a la —casi— imposibilidad de elegir religión propia, pues, cuando eres apenas un niño, te realizan un bautismo del cual no eres consiente en un dogma en el cuál no puedes opinar. Al crecer, te adaptan y aprendes amarlo, pero la duda de si hubieses elegido dicho dogma sobre entre los demás, persistiría. Para John, era algo similar el "delicado tema de David", así como le había apodado. Pensaba que no era su culpa ni que él sabía lo que hacía o sucedía.
No dejó que la culpa le siguiera corroyendo más fibras sensibles.

—Lo siento Campeón, no te oí. ¿Podrías decirme de nuevo, por favor? —Miró al infante con un intento de sonrisa tirando de sus labios. Tratando de sepultar por unos minutos su acritud.

—Quería saber si usted podría jugar conmigo esta tarde —explicó el niño. Alzó la pelota de béisbol con la cual parecía estar atado. Nunca la abandonaba, era como si fuera parte de él.

John exhaló con pesadez. Él no quería estar allí para esa tarde.
Sin darse cuenta se hallaba perdido entre largos intervalos de silencio.
Pensar le fue más pesado durante esos días.

—Temo que esta tarde no se podrá, pequeño David —reveló. Se inclinó hacia adelante en el sofá de su sala, tratando de detallar más de cerca el rostro del chico. Probablemente después de esa tarde no lo volvería a ver, o al menos eso se dijo.
David tuvo oportunidad de saborear el desánimo en ese instante, causando un pinchazo de culpa extra—. Oye, eres un buen niño, David, no debes estar triste... Yo...soy tu amigo ¿sabes? siempre lo voy a ser.

Sus propias palabras le dejaron debatiente, preguntándose esporádicamente qué sería de el niño cuando se haya ido, de otros niños como David. Pero luego apaciguó aquellas ideas con el hecho de que, a según, David no la pasaba mal con ellos ni nada; él ya era parte hace mucho, según escuchó.

David asintió con una sonrisa infantil.

—Mm, ¿sabes qué? —prosiguió John, desabrochándose el reloj de su muñeca derecha—. Tómalo, es tuyo. De mí, para ti. —dijo tras darle el reloj.

—¡Oh, gracias Sr. Winchese! Me encanta —vociferó el infante.

—Es solo un viejo reloj —explicó John—. Se detuvo el día que nos conocimos, ¿recuerdas? me ayudaste a esconderme. —David asintió frenéticamente entretenido con su nuevo juguete.

Psicofonía: Habitaciones VacíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora