Capítulo 1 | No tiene Corazón.

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Ana palideció de pronto y el color de su piel se asemejó al de la muerte; su pecho quemaba, puesto que había olvidado continuar respirando; no lograba enfocar la visión, y sus oídos zumbaban. Sentía como si estuviera mirándose por dentro, hasta que de golpe todo se tornó negro y empezó a sentir que caía dentro de un embudo.

Realmente habría que haber estado muerta para no reaccionar ante su presencia.

La bandeja repiqueteó en el suelo y las tapas se desparramaron por doquier; todo había caído de la mano de Ana, al tiempo que ella rebotaba, con su cuerpo laxo, contra el pavimento. Christian, que estaba tan atónito como ella, reaccionó de inmediato: pegó un salto por encima de la mesa baja que osaba interponerse en su camino, y se posicionó a su lado. Metió las manos bajo la nuca y por debajo de las corvas y la levantó sin esfuerzo, depositándola con sumo cuidado sobre uno de los sillones.

-Agnes, date prisa, trae mi maletín, que ha quedado en el coche de Carrick -indicó con apremio su madre.

-Yo voy -se ofreció Carrick y salió a la carrera.

-Ana, tesoro, hija... Esta chica no se está alimentando bien, la he notado muy delgada cuando he llegado -acotó mientras le tomaba las pulsaciones.

-Pues ojalá que, ahora que usted está aquí, la haga comer, porque realmente lo hace como un pajarito -expresó Agnes muy asustada. Christian estaba desesperado; no la perdía de vista. Había tenido que hacerse a un lado cuando lo único que ansiaba era sostener su mano.

Maisha se dio cuenta de su desesperanza y, apiadándose de él, se acercó y lo cogió por la cintura; le enterró los dedos en la carne para hacerle saber que ella estaba junto a él, y éste le besó el pelo. Buscó también la mirada de su abuelo, quien le devolvió una bajada de cabeza mientras se sentaba, agobiado; sus piernas ya no lo sostenían más. Carla se colocó el estetoscopio para auscultarla y puso las piernas de Ana en alto; todo indicaba que era una repentina bajada de la presión sanguínea, una lipotimia. La joven, poco a poco, comenzó a recobrar el sentido, aunque todo a su alrededor continuaba dando vueltas.

-¿Te sientes mejor?

-Sí, mamá; lo siento, creo que me ha bajado la tensión arterial -contestó con un hilo de voz, mientras se masajeaba la frente y se conectaba nuevamente con la realidad.

-Estoy segura de que no te estás alimentando bien.

-Mamá, por favor.

-Betsy, tráele agua con azúcar.

Christian se pasaba la mano por el pelo y por la nuca mientras respiraba agobiado; se sentía angustiado, impotente, y durante un instante creyó que estaba desvariando, pues la situación parecía dantesca.

En su tarea por apaciguarlo, Maisha le acariciaba la espalda, hasta que se dio cuenta de que él tenía la camisa manchada.

-¡Está lastimada! -anunció a bocajarro-. Christian, hijo, tienes sangre en tu camisa -le hizo ver.

Importándole muy poco lo que los demás pensaran, Grey se abalanzó sobre ella y la incorporó para ver de dónde le manaba. Al levantarla, comprobó que su castaño pelo estaba empapado y teñido de rojo en la parte trasera de la cabeza.

-¡Está sangrando por la parte posterior del cráneo! -manifestó asustado y, de pronto, comenzó a temblar de forma incontrolable. No quería caer en un ataque de pánico, pero ver sangre siempre obraba de esa forma en él; el terror se apoderaba de toda su fortaleza y no había forma de aquietarlo.

-Tranquilízate, Christian -le dijo su padre, mirándolo con firmeza a los ojos-. Vamos, respira, hijo; haz tus ejercicios respiratorios, detén tus pensamientos negativos y salgamos fuera, a ver si te calmas.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora