05:34 horas
Voy a morir dentro de veinticuatro horas. No es mi intención contar las razones. De cualquier manera, el mal que me aqueja seguirá ahí desde este aliento hasta el último. Escribo de prisa. No tengo alternativa. Hoy desperté con las mismas ganas de siempre, el mismo ánimo y las mismas fuerzas de cada día. No acostumbro tomar café por las mañanas; es un hábito común pero terrible, tanto como fumar. René diría que soy un pésimo intelectual porque no me hice de buenos vicios. "¿Para qué quieres vivir entonces?", preguntaría mientras su mano entra en la bolsa derecha de su camisa blanca. Una cajetilla emergería de pronto. Le daría dos golpes en las asentaderas de cartón para que el tabaco amarrara bien —así sabe mucho mejor. Son costumbres que siempre perdurarán en los Delicados—. Mi problema no es contigo, René. Estás demasiado ebrio, y yo estoy viendo fantasmas. Yo siempre he visto fantasmas. Cuéntame, oriéntame. No estoy seguro de saber el modo de iniciar un relato que debo terminar dentro de un día. "Elige tu tema", diría, y yo, por supuesto, ignoraría cada uno de sus consejos. No tendré tiempo de corregir, de darle lecturas al editor, de "pulir" mi trabajo, y es que ésta es mi primera vez ante un texto. No pensé que fuera tan difícil comenzar.
La maldición de la hoja en blanco, diría el profesor Cluttier, es como un niño que llora pidiendo algo, pero nunca sabes qué es. Deberás conocer muy bien a tu futuro hijo. Deberás saber lo que quiere o acostumbrarlo a que crea que quiere lo que puedes darle. ¡Ah, Cluttier! Ese gringo descabellado de la secundaria: "Debes leer el Quijote ahora o nunca lo harás". Yo sentía que era demasiado pequeño. Nadie en su sano juicio piensa que un niño de catorce años debe enfrentarse a la cumbre de Cervantes; pero Cluttier sí. No pasaba en Cristo Azul. Nadie leía ahí. El viejo decía que el español era un idioma que envidiaba, pero ¡él tenía a Shakespeare! ¿En qué cabeza cabe? Ese obseso con los gallegos venía a decirnos lo poco que valorábamos algo que ni siquiera era nuestro. Jodido gringo. Me ayudó demasiado. Bueno, no era tan gringo. Era más bien un gringo que se sentía inglés y después español, pero que vivía como mexicano. Presten pues atención al contraste panorámico del eclecticismo, pero estamos hablando de idiomas y del Quijote, enormes apologías. "Es una novela juvenil. Los niños de ahora no tienen fuck aidia. Te pierdes de la aventura más grande que puedes llegar a leer: la maldición de un hombre que vivió loco y murió cuerdo. No todo son tus game consouls litel bai." No puedo olvidar esa pronunciación que en realidad vacilaba entre los límites de lo natural y lo ridículo. A veces, incluso, se olvidaba de pronunciar las palabras en inglés, y el acento se le perdía del todo. Un buen día dejó de batallar con su memoria y cesó de hablar de esa manera. La verdad es que no era gringo. Ésta es una confesión que a nadie le interesa, pero es importante para mí: era un mexicano oxigenado. No me pregunten si se pintaba o no el cabello porque nunca llegué tan lejos en mi radio de análisis fotométrico, al menos no en aquella época. Lo cierto es que teníamos la fuerte sospecha de que había nacido en Cristo Azul y aprendido inglés a muy temprana edad. Decían que había sido un niño huérfano y, entrado en su pubertad, había tenido que fingir su nacionalidad para tener mayores oportunidades.
Fue un 23 de diciembre cuando lo sorprendí discutiendo con una mujer, justo en el parque Vicente Suárez, que más que un parque parecía un páramo más desolado que el de cualquier relato postapocalíptico. Tenía viejos juegos infantiles hechos con fierro oxidado. Apenas podían percibirse los rastros de que alguna vez tuvieron color. Hacía años que nadie pasaba por ahí. Estaba a quince minutos de la casa donde viví de niño.
¿Cluttier? Su acento era totalmente diferente. "Mi mujer me ha dejado", me contó después de dos minutos de terminada la discusión. Bueno, lo digo por decir, porque cuando una mujer se levanta y deja al hombre con la palabra y el corazón chorreando por la boca no estoy seguro de que una discusión acabe; más bien queda atrapada en puntos suspensivos que se clavan como tres puñales en la testa. Lo cierto es que el pobre profesor no paraba de llorar y no me quedó otra alternativa que acercarme a él. Pasé tres años observándolo como a un profesor de literatura al que nadie ponía atención jamás, pero que encerraba demasiados misterios en su andar y la forma en que dejaba quieta la mirada, fija en el horizonte, pero lejos de nosotros, como si algún ángel de pronto lo llamara y le dijera cosas hermosas. Nadie sabía qué ni de dónde; pero ahí estaba, escuchándolo y apartándose de todo. Después, su mirada se iluminaba como si hubiera visto una colección de fotos imaginarias. El ángel seguramente lo abandonaba y regresaba con nosotros; pero con una misteriosa sonrisa, esa magia que traen los recuerdos y nos permiten vivir de nuevo. Esa tarde no era igual. El viejo lloraba muy discretamente, y no hubo ningún ángel que motivara sus ánimos. Siempre fui un niño bastante cabrón, pero tenía emociones y cierta sensibilidad a flor de piel, y más cuando veía llorar a un viejo. Nunca he podido mirar cómo llora un viejo. Me parece mucho más triste que un niño indefenso. No lo abracé. Siempre me costó trabajo abrazar a los mayores, y mi madre lo sabía muy bien. Yo había terminado la secundaria, y mi hermano... ya les contaré de mi hermano. La idea es que pude verlo como un hombre desolado y no como un simple profesor. Sólo supe por su verdadero acento que siempre estuvo fingiendo. No pude darle amor ni el cariño que tanto le gusta a los ancianos recibir de los infantes, pero, como gesto de nobleza, le ofrecí no revelar jamás su secreto. Ahora está jubilado, posiblemente muerto, y, supongo que mañana, cuando lo alcance en el más allá, tendré tiempo de explicarle por qué he contado esto... aunque, si me lo preguntara dos veces, no podría responder. A Cluttier no le importará. Su muerte es la más extraña y posiblemente será la más subjetiva de todo este relato.
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De Prisa
Mystery / ThrillerEn tan sólo 24 horas, un destacado conductor de televisión deberá escribir su primera y última novela; al intentar elegir el tema, decide que la mejor opción es contar una autobiografía que narre una bella historia de amor y de éxito; pero la cantid...