Capítulo 7 | Me voy.

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Había pasado una semana y Ana continuaba sin cogerle el teléfono, aún no había vuelto al trabajo y parecía imposible dar con ella; incluso se había plantado a hacer guardia frente a la casa de Kate, aunque estaba convencido de que con ella no estaba. También había regresado a casa de Mía, pero ésta se negaba constantemente a decirle dónde podía encontrarla. De igual forma, le había rogado a su padre para que le dijera dónde hallarla, pero éste insistía en no saber de su paradero.

—Christian, hijo, te aseguro que no sé dónde anda; con Carla hemos preferido separar sus cosas de las nuestras, porque terminaremos con nuestra relación si continuamos mezclándolo todo.

—Lo siento, papá; sé que tienes razón y que no es justo que te involucre en mis problemas, pero necesito localizarla, necesito hablar con ella.

—Lo único que sé es que está hospedada en un hotel.

—Gracias por ese dato, papá, te aseguro que es de gran ayuda.

Desesperado por encontrarla, y habiendo ya agotando todos los otros medios, en un intento angustioso por dar con ella, le indicó a Welch que averiguarse el movimiento de las tarjetas de crédito de Ana para descubrir su paradero.

La ansiedad casi lo consume por completo mientras esperaba alguna novedad; finalmente, cuando estaba anocheciendo, recibió la llamada de su eficiente investigador.

Con el dato preciso, Grey salió eufórico de su apartamento hacia el Belleclaire. El hotel se encontraba a muy pocas manzanas de su casa, era casi increíble lo cerca que ella había estado todo el tiempo; bien podría haber ido caminando, pero, ansioso, se montó en su SP FFX y partió hacia allí. Al parecer, la suerte ese día estaba de su lado, puesto que, al llegar a la esquina de Broadway y la calle 77

Oeste, divisó a Ana saliendo del hotel y caminar rumbo a Central Park y en dirección hacia él. Estacionó su coche, alejado, y, cuando la tuvo lo suficientemente cerca, y sin darle oportunidad para que pudiera esquivarlo, se bajó para interceptarla.

—¡¡Aaaaah!! —exclamó Ana al toparse con Christian; él había salido de la nada, sorprendiéndola por completo.

—Vamos. —Grey la agarró por el brazo, guiándola hacia su automóvil, y sin dejarla pensar.

—Déjame, pero ¿quién te crees que eres? No voy a ningún lado contigo —le espetó de pronto, oponiendo resistencia.

—Sí que vienes, por supuesto que vienes; tú y yo hablaremos.

—¿Qué nueva mentira me dirás?

—Ana, no te comportes como una chiquilla. Omitir datos no es mentir, a veces hay que saber callar.

—Omitir es otra forma de mentira, disfrazada, sobre todo cuando es en boca de un hábil abogado. Déjame en paz, Christian; no quiero saber nada más de ti, eres un charlatán y un mentiroso. Creo que debo dar gracias a Dios de que, al menos, no te hayas revolcado con mi madre, porque creo que ya nadie se ha salvado de ti.

—Tienes razón, a tu madre la atiende mi padre, un Grey más experimentado para ella.

—Idiota. —Forcejearon, pero Christian la sostenía con firmeza.

—Como quiera que sea, vas a escucharme, luego te dejaré en paz. ¡Sube al coche! —le ordenó sin un ápice de paciencia, pero ella no estaba dispuesta a ceder.

—¡Te he dicho que no voy a ninguna parte contigo!

—Si no vienes por las buenas, será por las malas. Tú eliges.

Se quedaron mirando persistentemente y sin alterarse. Ana estaba decidida a no aceptar, aunque su proximidad le produjera un maremágnum hormonal difícil de controlar. Christian cerró la puerta del acompañante y, tironeándola del brazo, bordeó el automóvil llevándola consigo, abrió con impulso la puerta del conductor, la empujó para que entrase y la hizo pasar de asiento; luego se acomodó a su lado.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora