Las piernas amenazaron con fallarle a Antheón al escuchar el nombre de su señora en boca del aeronauta. No estaba del todo seguro de que fuese verdad, pero, por el Olmo Oscuro, que su señora estuviese tras su paradero era lo único lógico en todo lo que ocurría.
Que los hubiese encontrado era increíble, clara y sencillamente increíble.
Y aún así aquí estaba éste aeronauta hablando de ella, ayudándoles a escapar. Era como esas historias que tantas veces escuchó en tabernas y en las fogatas.
Aquellas en dónde la justicia se aplicaba en el momento más inesperado.
—¿La Dama Liea se encuentra bien? —escuchó a Urkel preguntar a su rescatador.
Antheón parpadeó sorprendido; a él nunca le hubiera pasado por la mente la posibilidad de que a la Dama le hubiese pasase algo malo. El Olmo Oscuro, la favorecía. Pensar que su vida corría peligro, era una posibilidad que no encajaba en el panorama.
Ella era intocable por más de una razón.
—Sí...un momento...¡la tengo! —dijo el aeronauta calzando la llave en la cerradura.
El sonido del candado cayendo al suelo fue igual al del estruendo de una pared para los esclavos. De haber podido hacerlo sin sentir vértigo, Antheón hubiera dado un salto de puro júbilo. Y por como se movía, con una energía nerviosa, Urkel también lo habría hecho.
El aeronauta entró con paso sereno al encuentro de ambos, de inmediato fue rodeado por los otros seis esclavos que se encontraban encerrados con ellos. Aceptó con amabilidad sus agradecimientos, luego los miró a ellos y asintió una vez.
—Muchas gracias —le dijo Antheón recargando su mano en el hombro de éste—. Mi deuda contigo es inmensa.
—Nuestra deuda es inmensa —corrigió Urkel—. Perdone, aeronauta, ¿nos diría su nombre?
—Me llamo Nimbaerus —contestó el muchacho con el saludo que hacen todos los suyos; se llevó el dorso de la mano derecha con el dedo índice apuntando al cielo para luego bajarla hasta dejarla perpendicular a su cuerpo con la palma hacia arriba—. Gusto de conocerlos, Antheón y Urkel.
—El gusto es nuestro, Nimbaerus —replicó el último—, que bueno que llegaste, me confundí un poco cuando trajiste la carta a ese cerdo —agregó ceñudo.
El aeronauta hizo algo que pocas veces verían expresar con sinceridad los demás en su rostro: desagrado.
—Sí, sobre eso...tenía que fingir —dijo frotando su nuca con incomodidad—. No aceptamos trabajos de la Nación de Shoban, ni siquiera volamos cerca de sus fronteras. No tratamos con los que tratan la esclavitud.
»Porque el viento es libre de ir a dónde le plazca.
Antheón estaba perplejo por lo que oía. Estaba bastante seguro de que los aeronautas no discriminaban los trabajos de ninguna nación por ninguna razón. Todo el mundo sabía que los Aeronautas habían sido clave para acabar con reinos. Si esto que escuchó es verdad, entonces...
¡Pero no seas estúpido!, se reprochó, se lo está inventando. Si se lo ordenan los Aeronáuticos tendrán que trabajar para esclavistas.
—¿Pero como es que Dankroid no vió la mentira en la carta supuestamente enviada por el Segundo Cónsul de Shoban? —quiso saber, sin embargo.
El rostro moreno del aeronauta se iluminó con una sonrisa, parecía estar contento al recordar una gran anécdota.
—Una vez supimos a quién habían sido vendidos y de dónde eran ellos, le pedimos ayuda...
—¿A quién? —interrumpió Urkel.
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Aeronauta, Domador Del Aire.
FantasyNimbaerus y Kialandei pertenecen a una casta antigua tan poderosa y mágica que en el mundo en el que viven son tanto venerados como odiados. Ellos son aeronautas, domadores del aire, hechiceros de los cielos. Pero en su humildad, todos los que posee...