―Hola, Anabel ―Mateo respondió al segundo timbre. Del otro lado de la línea se escuchaba una melodía suave de cuerdas―. Justo estaba pensando en ti.
¿Estaría en una comida de negocios?, ¿en su habitación?, ¿con Luka? No, a esa hora su hermano estaba en el colegio. Incluso iba a verlo más adelante en la clase de teatro.
―Espero no interrumpir.
―Querida musa, sólo sería interrupción si no fueras lo más importante para mí.
Sentí el calor en mis mejillas y giré en mi lugar para que Clara no me viera sonrojar. Mi amiga no se dio cuenta, ya que estaba muy ocupada pintándose los labios con un labial rosa opaco, como el de una rosa a punto de marchitarse. ¿Siempre sería así? ¿Alguna vez me acostumbraría a esa lengua? Deseé que no, que aunque pasaran meses, años, décadas de relación, nunca me volviera inmune a sus palabras y atenciones. No quería llegar a ser como esas parejas que, después de algún tiempo ni siquiera se inmutan con los gestos románticos uno del otro. Esos que están demasiado acostumbrados como para admitir que ya no hay fuego entre ellos. Fue la primera vez que pensaba a futuro en la relación: fue una sensación agridulce.
Clara carraspeó e hizo un ademán para presionarme: sólo esperaba mi respuesta para regresar a su trabajo de gerente al restaurante. Me prometí hacerle lo mismo la próxima vez que recibiera una llamada de Javier.
Mateo soltó una risilla.
―Déjame adivinar, también te atacó Clavier "el dragón de dos cabezas", ¿No es así?
"¿Clavier? Clavier. Clara más Javier", pensé. Ya en algunos programas de televisión, sobre todo en comedias gringas, había escuchado esa moda de combinar los dos nombres de una pareja para referirse a ellos como un ente indivisible. No sabía que a él le gustaran los juegos de palabras. ¿Entonces nosotros cómo nos llamaríamos? ¿Maabel? ¿Anateo? ¿Maana? "Ojalá sea el primero, porque los otros son francamente horribles".
―Cinco minutos antes de que me llamaras, Javier me mandó un mensaje para invitarnos al cine esta noche―continuó mi novio―. Y supongo que a ti te presiona Clara en persona. Esos dos no juegan limpio.
Se escuchaba contento, relajado. Sin embargo, algo llamó mi atención: yo no le había dicho que estaba con Clara, y estaba segura de tampoco haberle contado mis planes el día anterior. ¿Cómo lo sabría? ¿Cómo...? Miré a un lado, hacia la calle: Edith estaba sentada dentro del coche a pesar de los más de treinta grados de temperatura, esperando para llevarme de regreso a la escuela y después a mi casa. Ella se lo había dicho, sin duda parte de su trabajo consistía en informarle a su jefe en donde estaba yo y con quién en todo momento. Esa parte de él seguía sin gustarme. Suspiré: tenía que trabajar en eso.
―¿Quieres que vayamos al cine con ellos?
―Ahm... ¿Te gustan los Power Rangers?
Mi padre solía decir que cuando alguien responde a una pregunta con otra pregunta, la respuesta siempre es un NO. La verdad era que sí quería salir con Mateo, ya que sólo a su lado podría soportar a Clavier en acción; pero la idea de ver una película de superhéroes no me atraía demasiado. La última que había visto de ese género fue Doctor Strange, con mi exnovio. Torcí los labios. Fue también la última vez que él y yo nos la pasamos bien durante varias horas.
―Un poco, sí. Los veía cuando era pequeño ―casi pude imaginar lo encogiéndose en hombros―. Siempre elegía ser el Rojo cuando jugaba con Luka y otros niños.
Respiré profundo. Tres contra uno: estaba decidido.
―Pero dile a Clara que como ellos escogieron la película, nosotros elegiremos dónde cenar.