Casa de muñecas

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Cristiania, Noruega.
Navidad de 1879.
Primera parte
1.
Nora, Helmer
(Nora abrazada sobre Helmer)
Nora: ¡No me retes, Torvald; estaba todo regalado! Le compré un trajecito a Ivar, una trompeta a Bob, y a Emmy una muñeca con cunita… Ah, y unos pañuelos divinos a las empleadas…
Helmer: ¿Y qué quiere para ella, mi nena derrochona?
Nora: Nada.
Helmer: Vamos… Pensá algo que quieras mucho; pero que sea razonable.
Nora: Nada, en serio, aunque… Torvi…
Helmer: ¿Mmh?
Nora: (Jugueteando) Si vos de-verdad-de-verdad querés regalarme algo… pero en serio…
Helmer: Dale, decime.
Nora: (Rápido) Dame plata. Sí, Torvi, sí. Lo que creas que me podés dar; y yo me compro algo.
Helmer: Igualita a tu padre: necesito plata, plata, plata todo el tiempo, y apenas la conseguís se te acaba. Nada te alcanza.
Nora: Ojalá hubiera heredado más las cualidades de papá.
Helmer: ¿Y así que mi chiquita piensa derrochar todo mi dinero?
Nora: Un poquito podemos, ¿no? Un poquito.
Helmer: A partir de año nuevo, Nora. Y no me pagan hasta que termine el primer trimestre.
Nora: Bueno, Torvi; mientras tanto pedimos prestado.
Helmer: Pensamientos típicos de mujer. Te dije mil veces lo que pienso de eso. (La mira un instante) ¿Mi pichoncito se puso triste? ¿Qué es esto? ¿Una trompita? (Saca plata)
Nora: ¡Plata!
Helmer: Uuhh… (Le da algunos billetes) Yo sé cuántas cosas se necesitan en casa para Navidad…
Nora: (Contando) Diez… treinta… cuarenta. Gracias, Torvi, gracias. Con esto tengo para rato.
Helmer: Eso espero. Ahora mirame a los ojos. (Amenazándola con su dedo) ¿Esta nena no hizo ninguna travesura?
Nora: Yo no hago nada que no te guste.
(Timbre: en la puesta, será un sonido especial, diferente para cada personaje al entrar
y/o salir)
Helmer: (Fastidiado) ¡Visitas…! No estoy en casa.
(Helmer entra a su despacho. Nora lo ve irse, saca un paquete de un bolsillo; se come
una golosina y esconde el paquete)
2.
Linde, Nora; a mitad de la escena, entra Rank a la casa por el pasillo interior.
Sra. Linde: (Nerviosa) Buenos días, Nora.
Nora: Buenos días…
Sra. Linde: No me reconocés, ¿verdad?
Nora: (De pronto) Cristina. ¡Cristina! Pero, ¿quién iba a decir...? ¡Qué cambiada que
estás!
Sra. Linde: Bueno, pasaron muchos años…
Nora: Claro. ¿Te mudaste a la ciudad?
Sra. Linde: Sí, llegué esta mañana en barco.
Nora: ¡Justo en Navidad! ¡Cómo nos vamos a divertir! Vení, sacate el abrigo. (La
ayuda) Sentate. ¿Ves? Ya sos la de siempre, Cristina… Pero estás más delgada…
Sra. Linde: Y más vieja.
Nora: No, no; más madura, puede ser… ¡Ay, pero qué atolondrada! Perdoname,
Cristina. Te quedaste viuda, ¿no?
Sra. Linde: Sí. Hace tres años.
Nora: Ya sabía; lo leí en el diario. ¡Cómo habrás sufrido! ¿No te dejó nada para vivir?
Sra. Linde: No.
Nora: ¿Hijos?
Sra. Linde: No.
Nora: ¿Nada?
Sra. Linde: Ni siquiera una pena… Cosas que pasan, Nora.
Nora: ¡Ay, quedarse sola! Debe de ser tan triste. Yo tengo tres hijos preciosos; pero
ahora salieron con la niñera. Dale, contame todo de vos. Pero antes te cuento yo una
cosa: ¿ya te enteraste? ¡A mi marido lo nombraron gerente en el Banco de Acciones! No
te imaginás lo contentos que estamos. Por fin vamos a vivir de otra manera… ¡Ay,
Cristina, qué felicidad; tener plata y estar libres de preocupaciones! No sólo plata;
mucha, mucha plata…
Sra. Linde: (Sonriendo) ¡Ay, Norita! Seguís igual, ¿eh? En el colegio ya te gustaba
derrochar…
Nora: (Sonriendo) Sí, Torvald todavía me dice eso. (Amenazando con el dedo) Pero
“Norita” no es tan tonta como ustedes creen. Y además no hubo mucho que derrochar.
Tuvimos que trabajar los dos.
Sra. Linde: ¿Vos también?
Nora: Sí, yo hice algunas cosas: bordar, tejer… ¡qué sé yo! Tuvimos tantos gastos
después de casarnos… Torvald se llenó de trabajo, de día y de noche, y no lo aguantó.
Se enfermó… estuvo muy grave. Y los médicos dijeron que lo único que lo podía
salvar era un viaje al sur.
Sra. Linde: Sí, me enteré que estuvieron un año en Italia.
Nora: Fue muy difícil. Con Ivar recién nacido… Pero había que ir. Ah, un viaje
precioso, y además le salvó la vida. Pero eso sí, carísimo: cuatro mil
ochocientas coronas.
Sra. Linde: ¡Qué suerte que las tenían!
Nora: No; no las teníamos. Nos dio papá.
Sra. Linde: ¡Ah, tu padre! Falleció en esa época, ¿no?
Nora: Sí, Cristina. ¡Y no pude ir a cuidarlo! Estaba esperando a Ivar, y tenía que
ocuparme de Torvald. ¡Ah, Papá! No lo volví a ver. Es lo más triste que me pasó desde
que me casé.
Sra. Linde: ¿Y tu marido se curó?
Nora: Totalmente. No se enfermó más. Los chicos tampoco; yo tampoco. (Se levanta)
¡Ah, qué placer es vivir y ser feliz! ¡Pero, qué tonta! Hablando todo el tiempo de mis
cosas. No te enojes… ¿Es cierto que no querías a tu esposo? ¿Por qué te casaste?
Sra. Linde: Mi madre estaba inválida, y enferma. Y además, tenía que mantener a mis
hermanos. Bueno… no me pareció oportuno rechazar la oferta.
Nora: Mm… por ahí tenías razón. ¿Era rico?
Sra. Linde: Sí, pero no tenía negocios seguros. Cuándo murió se vinieron abajo y
no quedó nada.
Nora: Ay, ¿y qué hiciste?
Sra. Linde: Me las arreglé, con una tiendita, un colegio… Estos tres años fueron como
un enorme día de trabajo, sin ningún descanso. Pero ya se acabó. Mamá murió; ya no
me necesita. Y los chicos tampoco; tienen trabajo y se mantienen solos.
Nora: Que alivio debés de sentir, ¿no?
Sra. Linde: No, Nora; lo que siento es un vacío inmenso. No tengo a nadie por quien
vivir… No aguanté más en aquel rincón. Acá es más fácil encontrar trabajo y
descansar la mente. Si tuviera la suerte… Mirá: no lo tomes a mal, pero cuando me
contaste lo de ustedes, me alegré más por mí que por vos.
Nora: ¿Cómo? Ah, sí, claro. Pensás que por ahí Torvald te puede conseguir algo.
Bueno: dejalo en mis manos. Solamente tengo que pensar alguna cosita para que acepte;
algo que lo ponga contento… ¡Ay, Cristina; me encanta poder ayudarte!
Sra. Linde: Sos muy buena. Y más todavía porque no conocés las amarguras de la
vida.
Nora: ¿Por qué decís eso? ¿Yo no las conozco?
Sra. Linde: (Sonriendo) Bueno, vamos… Sos una nena todavía.
Nora: Yo no lo diría con ese tono de superioridad. Pero pensás como todos los demás:
que no sirvo para nada serio…
Sra. Linde: Bueno, ¡no es para tanto, Nora!
Nora: …y que nunca tuve problemas en la vida.
Sra. Linde: Pero, Norita, acabás de contarme tus grandes problemas…
Nora: ¡Bah! Eso no es nada. No conté lo principal.
Sra. Linde: ¿Qué cosa?
Nora: Vos me creés demasiado insignificante, Cristina, pero estás equivocada. Te
sentís tan orgullosa de haber trabajado por tu madre…
Sra. Linde: Yo no creo insignificante a nadie. Pero sí estoy orgullosa, y feliz de haber
conseguido que viviera tranquila sus últimos días.
Nora: Y también estás orgullosa de lo que hiciste por tus hermanos.
Sra. Linde: Creo que tengo derecho…
Nora: Sí, claro. Pero te digo una cosa. Yo también tengo de qué sentirme orgullosa y
feliz.
Sra. Linde: Nadie dice que no. ¿Pero qué es?
Nora: Hablá más bajo; no se tiene que enterar Torvald, ni nadie más que vos. Vení,
acercate. Fui yo la que le salvó la vida a Torvald.
Sra. Linde: ¿Le salvaste la vida? ¿Cómo?
Nora: Con el viaje a Italia. Torvald no estaría vivo si no hubiéramos ido…
Sra. Linde: Sí, ya sé, pero tu papá te dio…
Nora: Papá no nos dio nada. La plata la conseguí yo.
Sra. Linde: ¿Vos? ¿Una suma tan grande?
Nora: Cuatro mil ochocientas coronas. ¿Qué tal?
Sra. Linde: ¿Te ganaste la lotería?
Nora: ¡La lotería! ¿Qué mérito tendría eso?
Sra. Linde: ¿De dónde sacaste la plata entonces?
Nora: (Canturrea y sonríe) ¡Ah! ¡Lalalá… lalalá!
Sra. Linde: No creo que la hayas pedido prestada.
Nora: ¿No? ¿Y por qué no?
Sra. Linde: Porque una mujer casada no puede pedir préstamos sin el consentimiento de
su marido.
Nora: (Orgullosa) ¡Ah! Pero cuando una mujer casada tiene sentido de los negocios, y
se sabe manejar...
Sra. Linde: Nora, basta de jueguitos; ¿cómo hiciste para que te prestaran…?
Nora: No hace falta que sepas todo. Y además… ¿quién dijo que pedí prestado? Hay
muchas maneras de conseguir dinero. Una nunca sabe; lo podría haber recibido de algún
admirador. Pude haber usado mis encantos… Te estás muriendo de curiosidad.
Sra. Linde: Nora, escúchame. No habrás hecho una tontería, ¿verdad?
Nora: ¿Es una tontería salvar la vida de tu marido?
Sra. Linde: No; es una tontería hacerlo sin que él lo sepa.
Nora: Pero si lo importante era eso, ¿no entendés? No tenía que enterarse de lo grave
que estaba. Los médicos me dijeron a mí que él se podía morir, y que teníamos que ir al
sur. ¡Y no te creas que no fui diplomática al principio! Lo cargoseé con que quería
viajar, que sería hermoso, que tantas otras mujeres ya habían viajado; le lloriqueé para
que me tuviera en cuenta… Bueno; hasta que al final le insinué que pidiera un
préstamo. Ah, sólo de oír la palabra casi se vuelve loco. Me dijo que era un disparate y
que su deber de esposo era no someterse a mis caprichos… Y yo pensé: “Está bien; de
todos modos hay que salvarte”; y busqué otra salida…
Sra. Linde: ¿Pero tu padre no le dijo que la plata no era suya?
Nora: No. Papá murió en esos días. Le iba a pedir que no le cuente, pero por desgracia
no hizo falta.
Sra. Linde: ¿Y después? ¿Nunca se lo contaste a Helmer?
Nora: No, por Dios; ¡qué idea!
Sra. Linde: ¿No pensás decírselo nunca?
Nora: (Pensativa, sonriente) Alguna vez... Dentro de muchos años, cuando ya no sea
tan linda. ¡No te rías! Cuando ya no le guste tanto, y no se divierta más conmigo…
Entonces, bueno, no estaría mal tener una carta en la manga… ¡Pero qué importa! Ese
día no va a llegar nunca. ¿Y, Cristina, qué opinás de mi gran secreto? ¿No pensás
ahora que yo también sirvo para algo? Porque te digo que no es tan fácil cumplir con
los pagos. Tuve que ahorrar mucho, un poco de acá y un poco de allá…
Sra. Linde:   Sí, claro. No la habrás pasado muy bien…
Nora: No te creas: después descubrí otras maneras de ganar plata. La Navidad pasada
me conseguí un montón de trabajo para copiar. Me encerraba todas las noches y me
quedaba escribiendo hasta muy tarde. Era cansador, claro, pero también era divertido
trabajar y que me paguen. Era casi como ser un hombre.
(Timbre)
3.
Krogstad, Nora, Linde
Krogstad: (En la puerta) Buenos días, Sra. Helmer.
(La Sra. Linde lo ve; intenta darse vuelta para no ser vista)
Nora: ¿Qué hace acá? ¿Quiere ver a mi marido? ¿Por qué?
Krogstad: Cosas del banco. Tengo entendido que va a ser nuestro nuevo gerente.
Nora: Entonces usted…
Krogstad: Vine por rutina de negocios, Sra. Helmer. Es todo.
Nora: Bueno; haga el favor de entrar por la otra puerta. (Krogstad sale)
Sra. Linde: ¿Quién era?
Nora: Un abogado, un tal Krogstad.
Sra. Linde: Ah; era él…
Nora: ¿Lo conocés?
Sra. Linde: Lo conocí hace años. Trabajaba en un despacho del pueblo. Está cambiado.
Nora: Tuvo un matrimonio infeliz.
Sra. Linde: Se quedó viudo, ¿no?
Nora: Y con un montón de críos.
4.
Nora, Rank, Linde, luego Helmer
(Sale el Dr. Rank del despacho)
Nora: ¡Dr. Rank! Ella es la señora Linde…
Rank: Ah, un nombre que he escuchado bastante en esta casa. ¿Vino a pasar Navidad?
Sra. Linde: No, doctor. Vine a buscar trabajo…
Rank: Mmh, claro…
Sra. Linde: Bueno; hay que vivir.
Rank: Parece ser la opinión general.
Nora: Dr. Rank, si usted quiere vivir la vida tanto como cualquier otro.
Rank: Por supuesto, cuando peor me siento más quiero que el dolor se alargue y se
alargue. Igual que mis pacientes. Y que los enfermos morales. Justamente uno de
esos está hablando con Helmer.
Nora: ¿Quién?
Rank: No creo que lo conozca; se llama Krogstad, abogado, y corrupto hasta la médula.
Pero incluso él empezó decir, como si hiciera una revelación fundamental, que tenía que
vivir.
Nora: ¿Y por qué quería verlo a Torvald?
Rank: Algo del banco. Ahora que Helmer va a ser gerente, él pasa a ser su
subordinado.
Nora: ¿Ah sí? Qué bueno. (Ríe pícaramente) Doctor, ¿quiere un dulce?
Rank: ¿Dulces? Pensé que eran ilegales en esta casa.
Nora: (Esconde el paquete) ¡Shh! (Helmer sale del despacho con el sombrero en la
mano y el abrigo colgando del brazo. Nora va hacia él) ¿Te lo sacaste de encima,
Torvald?
Helmer: Sí, ya se fue.
Nora: Ella es Cristina, que recién llegó a la ciudad.
Helmer: ¿Cristina? Eh…
Nora: La Sra. Linde, mi amor… Cristina Linde. Hizo todo el viaje para hablar con vos.
Helmer: ¿Ah sí?
Sra. Linde: Bueno, ese no es realmente…
Nora: (a Helmer) Cristina es muy, muy eficiente en trabajos de oficina, y ahora quiere
trabajar para alguien destacado, así puede aprender más.
Helmer: Muy razonable, Sra. Linde.
Nora: Y cuando se enteró que te habían nombrado gerente… Bueno, alguien le contó en
un telegrama. Vino lo antes que pudo y… ¿Podrías hacer algo por ella…? ¿Y por mí?
¿Mm?
Helmer: Puede ser. ¿Tiene experiencia, Sra. Linde?
Sra. Linde: Sí, bastante.
Helmer: Bien; supongo que le podré encontrar un puesto.
Nora: Sí. (Aplaudiendo) ¿Viste?
Sra. Linde: Oh, ¿cómo podría agradecerle…?
Helmer: Ni lo piense. (Se pone el sobretodo) Bueno, discúlpenme ahora…
Rank: Un minuto, me voy con vos.
Sra. Linde: Yo también me retiro. Chau, Nora, querida, y gracias por todo.
(Salen. Nora permanece, complacida)
5.
Krogstad, Nora
Krogstad: Disculpe, Sra. Helmer.
Nora: (Acallando un grito) ¡Ah!
Krogstad: Perdón…
Nora: ¿A qué viene ahora?
Krogstad: A hablar dos palabras con usted.
Nora: ¿Conmigo? (Tensa) ¿Quiere hablar… conmigo?
Krogstad: Sí.
Nora: ¿Y por qué hoy? Todavía no es primero de mes.
Krogstad: Ya sé; es Nochebuena… Y depende de usted que mañana sea una
Feliz Navidad.
Nora: ¿Pero qué quiere? No puedo conseguirla para hoy.
Krogstad: Por ahora no nos preocupemos por eso. Es otra cosa. ¿Tiene un minuto?
Nora: Eh, sí; aunque en realidad…
Krogstad: Bien. Mire; recién vi salir a su marido con una señora…
Nora: ¿Y qué?
Krogstad: Le pregunto: ¿esa señora no se llama Linde?
Nora: Sí.
Krogstad: ¿Y llegó recién a la ciudad?
Nora: Sí; hoy.
Krogstad: ¿Es amiga suya?
Nora: Sí, pero no veo qué relación…
Krogstad: Yo también la conocía.
Nora: Ya lo sé.
Krogstad: Ah, ella le contó todo, ¿no? Es lo que pensé. Entonces le voy a hacer una
pregunta directa, y espero una respuesta directa: ¿le dieron a la Sra. Linde un puesto en
el banco?
Nora: No sé cómo puede tener la caradurez de interrogarme así, Krogstad. Usted es un
subordinado de mi marido. Pero ya que pregunta, le contesto. Sí; consiguió trabajo en el
banco porque yo se lo pedí a Helmer. Ahora ya lo sabe.

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