—Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón. Dicen que somos como cúmulos de agua atrapados en una inmensa nube que se puede venir abajo de dos maneras: o muy rápido, o dando tiempo para saberlo. Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón. Dicen que puede caer en todas las estaciones, como las lágrimas pueden surcar el templado paseo de la piel en un día que parecía soleado. Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón. Dicen que un clima sollozante puede ser la felicidad para uno o la derrota para otros. Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón... Dicen que podemos ser un témpano de agua o una gota redondeada, caer en picado o mermar la gravedad en una hoja de un álamo blanco. Dicen que somos como la lluvia.
A la cansada voz de un anciano las palabras reflejaban la vida misma. Eran cantadas a la lluvia que caía sin parar sobre el viejo techo de la pagoda situada en lo alto del pico rocoso que daba vistas a las empapadas cordilleras.
El lector despegó sus ojos cobrizos de las cursivas letras, escalando con ellos las cortinas de seda negra con brocados en hilos de oro. Apreció la tersa melena blanca, lacia y reluciente. Si bien, desde donde se encontraba no podía apreciar el rostro fino de minuciosa nariz, labios delgados y ojos enmarcados en arrugas que surcaban todo el rostro del emperador. Y no le hacía falta verlo para saber que esta vez estaba sonriendo.
De la misma manera él sonrió, prosiguiendo:
—Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón. Dicen que somos como hilos de agua sacudidos por el viento, que pueden ser abatidos en la tempestad errónea. Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón. Dicen que somos flores en mirad del rocío, pero que la misma agua que nos otorga vida en la mañana puede traernos pesares en mitad de la tarde. Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón. Dicen que somos frío para los desarropados y fuente vital para los cansados. Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón. Dicen que somos como las lágrimas del cielo que...
—...cuando lloramos alimentamos la angustia ajena —concluyó la decaída voz de Xue Yuan.
—Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón —leyó concluyendo el segundo párrafo.
Un soplo denso meció las copas de los árboles, retorciendo las ramas y obligando a las gotas que se aposentaban en ellas a caer. La corteza de los árboles se empapaba, la lluvia resbalaba por ella pero se terminaba fundiendo con la misma. El agua lo envolvía todo en su estado más puro, excesivamente bello; y bellamente verdadero.
—Majestad —lo llamó despacio—, pronto el ocaso habrá llegado a su fin. Deberíamos regresar al palacio.
Xue Yuan dejó de admirar la mayor joya de la naturaleza para mirar a la mayor joya de su vida: Ahn.
Los años habían pasado por el nombrado de la misma manera en la que lo habían hecho por él, llevándose su juventud. Su siervo real tenía los cabellos tan blancos como los suyos, y la piel fina se asemejaba a la de una cebolla. Pero allí estaban ambos, acompañándose hasta que el final decidiera devolverlos a las corrientes de amor de la creación.
—No —contestó—. Estoy esperando a que la lluvia cese —informó—. ¿Somos como la lluvia, Ahn?
La misma pregunta de décadas atrás se repitió, y a paso tranquilo Ahn se colocó junto a él.
—Sí —respondió, apreciando el sonido de la lluvia y el dulce aroma de su amor—, Xue Yuan.
El emperador sonrió, y esta vez no había amargura.
Durante más de cuarenta años Ahn lo había acompañado, desde que se vieron por primera vez cuando él comenzaba a ser un emperador viudo. El amor había florecido para no dejar de crecer nunca, ya ahora que ambos sentían el final tan próximo estaban convencidos de que habían vivido el mayor de los sentimientos al máximo.
Ahn tomó con calma la cintura del mayor y lo abrazó por esta, hasta que sus frentes estuvieron unidas.
—Me has regalado la mejor de las vidas —susurró Xue Yuan, quien había sido diagnosticado con infección pulmonar.
—No, has sido tú quien me la ha regalado a mí —murmuró Ahn, rozando los rugosos labios con los suyos.
El emperador cerró los ojos y guardó silencio, disfrutando del suave toque en su boca, del sonido de la lluvia al caer, de la respiración del menor. Y sabiendo que no le quedaba mucho tiempo no podía hacer otra cosa más que disfrutar de lo que más amaba. Ambas cosas a la vez, como si la misma Tierra le estuviese dando la más maravillosa de las despedidas.
—Dicen que somos como la lluvia, inquebrantables a veces pero finos y débiles —comentó contra sus labios.
—Dicen que somos como la lluvia, y de cierta manera tienen razón —concluyó el emperador.
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Somos como la lluvia ©
ContoUna complicada historia de amor entre el emperador Xue Yuan y su romance secreto con su siervo personal Park Ji Ahn, durante su reinado en la Dinastía Xue. La historia está comprendida en un largo de nueve relatos y un epílogo. Género: AU/Romance/D...