7. Ahora sé quien eres.

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Muchas personas estuvieron agradecidas de su aporte, una forma de escribir que logra involucrar al lector como nunca antes lo había estado, decían algunos, una persona sumamente ética, carismática y sumamente inteligente.

Mi abuela escribió una gran cantidad de historias y libros y creo que tiene varios más por allí, guardados, que nunca publicó. Desde que falleció nadie ha entrado a su habitación ni ha revisado sus cosas. Lo único de ella que he vuelto a ver son sus libros que tenía en la estantería. Que por cierto, ella era una gran lectora también y tiene muchos libros interesantes que leeré algún día, cuando la flojera no me gane.

—Sólo con ver las estrellas se me sacia el libido— Dijo mi abuela una vez cuando estaba con una amiga suya en nuestro patio, en las mismas rocas y troncos en que suelo ir a sentarme.

Tardé años en entender a qué de refería, y más allá de su significado literal, esa frase que nunca olvidé —No sé la razón— revela lo apasionada que era con lo que le gustaba y con lo que se proponía. Sigo pensando y seguiré pensando en la suerte que tuve de tener una abuela que además de su amor incondicional y de los momentos divertidos que vivimos, me transmitió y me dio un conocimiento tremendo y una visión del mundo que es de lo más interesante.

En forma despectiva miré a la puerta de mi cuarto al ser despertado por unos golpes. Miré mi reloj y eran las 6:30 de la mañana, y lo peor de todo: era lunes.

Bajé las escaleras y vi a mi papá haciendo el desayuno, como siempre, su diario en la mesa junto a su computador. Me miró y sonrió.

—Buenos días, hijo.

En ese momento la canasta de pan que tenía en la mano se le dio vuelta y quedó todo en el suelo. Sentí algo extraño en mi papá, como si estuviese nervioso. Lo ayudé a recoger el pan y no tomé en cuenta lo sucedido, supongo que es normal estar así después de que tu esposa se haya ido de la casa. Por lo menos yo me siento más tranquilo.

—Buenos días, papá.

Debido a que mi mamá ya no vivirá con nosotros y mi hermana tampoco, con mi papá llegamos a un consenso, yo comenzaría a tender las camas y a aspirar la casa, y el se encargaría de lo demás. De cocinar es mejor que ni hablemos.

Llegó la hora de volver a clases. Solo dos cosas me hacen seguir yendo al colegio con ánimo: que podré ver a Chloe y que quedan solo unas semanas para las vacaciones largas.

Me subí al autobús y el conductor me saludó con alegría, cosa muy extraña. Al parecer esta vez le tocó después de tanto tiempo. Aún no olvido su para nada amable saludo en mi vuelta a clases después del incidente de mi abuela.

Luego del viaje, estaba a punto de entrar a la puerta del colegio y en eso mi teléfono comienza a sonar. Era una llamada de mi mamá.

—¿Hola?—Respondí al llamado, con curiosidad.

—¡Hola, hijo mío! —Dijo mi mamá, enfatizando en la palabra 'mío'— Te llamaba por algo importante. Lo siento por la hora, luego no podré llamar. Necesito que vengas a ayudarme a mi y a tu hermana a mover nuestras cosas en nuestro nuevo departamento.

Mi primera reacción fue querer responder que no, algo molesto aún. Pero, al fin y al cabo, después de lo que hizo sigue siendo mi madre.

—¡Claro, voy a las cuatro.

—¡Gracias! Te esperamos.—Cortó la llamada y una sensación recorrió mi estómago como si fueran las tan conocidas mariposas.

A veces me gustaría que nuestro sistema escolar no fuese tan rudimentario, por decirlo así. He visto por televisión cuando paso por el living, reportajes de cómo es en Noruega o Suiza y me dan celos. O por lo menos, quisiera no tener más clases con El Ogro.

Al salir de la monótona jornada de clases, me dirigí a la dirección que me dio mi madre. Fui caminando y pensando todo el tiempo en dos cosas: en Chloe y en mis padres.

—¡No quiero que te sientas mal! Es totalmente normal, pero, verte triste me pondrá triste a mi también—Me dijo Chloe tras hablar del tema de mis padres.

—Tranquila, creo que me siento mejor, y conversando contigo, aún más.

Llegué al departamento.

Entre al ascensor, me puse a observarme en el efecto infinito que había en las paredes por sus espejos.

—¡Hola, hijo! Gracias por venir, tu hermana tuvo que ir a la asamblea de hoy en su colegio y tengo muchas cosas que ordenar—Dijo, al abrirme la puerta, y al pasar yo adentro.

—¿De dónde sacaste este departamento? y, ¿Con qué dinero? —Le dije, observando alrededor.

—Tengo mis ahorros, hijo... Ayúdame a mover esa mesa a la otra habitación—Me respondió.

Ayudé a mi mamá con las cosas de la casa. En cierto momento entró al baño y yo, sin saber que hacer, me puse a mirar a mi alrededor. Vi algo extraño.

Parece muy cliché, pero había ropa interior masculina colgando de una de las maletas. Una maleta que por cierto nunca había visto antes.

Mi mamá salió del baño y le pregunté:

—¿Quién era él?

—¿Ah?

—El hombre con el que te vi ese día.

Su expresión se volvió casi caricaturesca y se quedó un buen rato en silencio, hasta que me dijo:

—Vicente, esas cosas hay que hablarlas con tiempo y calma...

—Pues, tenemos tiempo—La interrumpí.

—Es algo difícil de explicar, n-no es algo que tengas que saber.

—¿No? ¡¿Crees que no merezco saber quién es el que separó a mi familia en dos?!

—¡Vicente!—Me dijo—No hablaremos de esto.

En ese momento, comenzó a sonar el cerrojo de la puerta y escuché el sonido de unas llaves moviéndose. Se abrió la puerta y un hombre, extrañado, me miró a mí y luego a mi mamá.


Silencio sepulcral.


En medio de mi incomodidad, mi enojo con mi madre regresó y en su auge. Mientras, el hombre entró y me extendió la mano.

—Martín.—Dijo.

Lo observé directamente por unos segundos, luego recogí mi mochila y me fui. No podía seguir estando allí sin explotar. Nadie dijo ni una palabra más.

Me dirigí a la parada de buses a esperar que llegue el siguiente para volver a casa.

—¡Vicente!—Dijo la voz que llegó a mí desde atrás.

—¿Chloe? ¿Qué haces aquí?—Vociferé, mientras se me escapaba una sonrisa.

—Acompañé a Karla a comprar e iba a tomar el bus para ir a verte a tu casa. Toma, te traje esto.—Extendió una pequeña cajita de color rojo. La abrí y no supe que decir. Era un hermoso collar plateado que tenía un grabado: 'V&C'

—¡Qué linda!—Dije, por fin. —Mejoraste totalmente mi día—La abracé y en ese instante llegó el bus.



Desde el infinitoWhere stories live. Discover now