Felices Juegos del Hambre...

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Abrí los ojos y el trémulo sol de la mañana pareció meter sus dedos en ellos, me volteé de forma brusca, lastimando mi frente contra los ladrillos que representaban el inicio de aquella pared, la pared derecha de lo debería ser el séptimo piso de ese edificio que nunca se terminó, y que ahora era refugio para todo tipo de alimañas, incluyéndonos a Evan y a mí.

Oí una risa detrás de mi y me volteé de nueva cuenta, mirando con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados al dueño del pecho que había usado como almohada la noche anterior.

- ¿Soy muy divertida cuando sangro, no? - me levanté sobre mis codos y le dediqué una mirada molesta, mejor lograda esta vez. Él llevó ambos brazos tras su cabeza y me miró con gesto divertido.

- No estás sangrando - murmuró con voz rasposa.

- ¿Enserio? - me llevé una mano a la frente y luego hasta delante de mis ojos, no estaba precisamente limpia, pero era cierto, no había sangre.

- Buenos días - dijo, haciendo que volviera mis ojos hacia él. Puse los ojos en blanco.

- Preciosa manera de iniciar el día...

- Y se pondrá mejor. ¿Sabes que día es, no? - me miró con gesto sombrío, sus habituales ojeras casi parecieron oscurecerse más.

- Por supuesto que lo sé - doblé mis rodillas y sacudí un poco de mis manos el polvo que cubría todo el piso, luego abracé mis rodillas. Hoy era un día "sobremanera especial" como acostumbraba a decir el presentador del distrito 3, el cual siempre se veía radiante de felicidad cuando le tocaba venir a hacer su show y condenar a muerte a dos pobres diablos. Hoy era la cosecha, la última para Evan, la penúltima para mi, ¿pero que importaban los números? el punto era que ambos seguíamos en peligro de ser enviados a los juegos para intentar (probablemente sin éxito) no morir a manos de esos chicos de los distritos uno y dos, los cuales eran protagonistas de rumores por todo Panem, en el Capitolio decían que esos chicos estaban entrenados, que desde hacía varios años se estaban instaurando escuelas por todo el distrito. Era ilegal entrenar antes de ser elegido para los juegos, pero el Capitolio hacía la vista gorda porque "era mas entrenido cuando hay una insignificante desventaja". Cuantas veces había querido golpear a un habitante del Capitolio en la cara, destrozarle la nariz tan fuerte que ni uno de sus milagrosos cirujanos podría arreglársela. ¿Como se atrevían a divertirse y burlarse por ver a niños morir?...

Mi madre solía contarme como habían sido las cosas durante los Días Oscuros, demasiados habían muerto, demasiados quedaban por morir, habían agentes de la paz y rebeldes en cada esquina, y luego estaban esos pájaros malditos en las ramas de cada árbol. Mi padre trabajaba con los rebeldes, el burlaba la seguridad de la televisión del Capitolio con solo tocar un botón, era el mejor hacker de todo el distrito. Cuando él murió, varios años después de que los rebeldes perdieran estrepitosamente, mi madre pensó que su única opción era tomarme y huir, pero nos cambió el nombre y se las arregló para que ambas pasemos desapercibidas. Hoy Cole Gubler era solo un poco más que un producto de mi imaginación. Nunca lo conocí, y cuando mamá murió se llevó su recuerdo con ella.

- Felices Juegos del Hambre - Evan se sentó y me observó con esos ojos oscuros cubiertos apenas por sus rizos rubios. Mi historia no era precisamente feliz, un padre que luchaba por la libertad y había perdido, una madre muerta por una enfermedad terminal cuya cura existe, pero nunca tuvimos medios de acceder a ella, una vida en la calle desde los 13 años... al menos yo tenía una idea de lo que era un hogar, de cómo se sentía crecer con una madre. Evan Peters solo conocía pinceladas de aquello.

Desde que lo conocí hace ya 4 años solo me habló de su vida una vez, al igual que para mi, su padre es un desconocido, y a diferencia de mi, lo mas cercano que ha tenido a una madre fue su hermana mayor, ambos se vieron forzados a arreglarselas por su cuenta desde mucho antes de que yo aprendiera a caminar, Noelene era apenas dos años mayor que Evan, entre ambos a duras penas sumaban mas de 20 años de edad, e incluso así dominaban las calles frías y grises de este distrito de metal, vapor y máquinas. No se malentienda, está completamente prohibido robar, pero si algo había surgido después de los días oscuros había sido la unidad, los afectados y allegados a rebeldes nos manteníamos como uno solo, nunca se le negaba ayuda a uno, y siempre existía una forma de sobrevivir, al menos en este distrito no tan pobre, no éramos los consentidos del Capitolio como los del 2, pero teníamos lo suficiente de ellos.

Yo conocí a Noelene hace 4 años, era una persona maravillosa, fuerte, independiente, sin miedo a luchar. Cuando fue elegida para los juegos nadie dudó ni por un segundo que fuera a ganar, su puntaje de los jueces fue un magnífico 10 de 12, y tenía una habilidad innata para crear trampas o herramientas, era muy lista e ingeniosa; estábamos convencidos de que ibamos a vivir mejor cuando ella volviera, de que ella nos ayudaría a todos. Llegó hasta los últimos 5.

Nunca me había sentido tan personalmente tocada por los juegos como cuando ví al chico del dos acabar con ella. Lo hizo con un martillo, e increíblemente, verla morir no fue lo peor. Lo más espantoso fue cuando volvió. La enviaron en una simple caja de madera blanca, ninguna inscripción, ninguna muestra de cariño o al menos respeto a su memoria, solo madera fría y blanca, como si ella nunca hubiera estado llena de color, una caja cerrada, no pudimos verla, apenas pudimos despedirla como se merecía. Desde ese día odié al Capitolio con todas mis fuerzas, y aún hoy, cada vez que alguno de mis pretenciosos clientes quiere ayuda con su maldita ducha electrónica o quiere un estúpido programa que borre todas las fotos que guardaba en su computador aquel "imbécil" que ensució su traje favorito. Cada segundo que pasaba en ese asqueroso Capitolio hablando con esa gente hueca, me sentía enferma. Muy enferma.

Evan y yo nos unimos mucho desde que Noelene murió, siempre la veíamos en los juegos y ambos caímos de rodillas cuando murió, pero cuando lo que quedaba de ella volvió al distrito algo cambió, fue como mover un interruptor. Tal vez Evan cayó en la cuenta de que estaba solo, más que nunca, y me buscó sabiendo que yo conocía mejor que nadie ese sentimiento, de cualquier forma, ser amigos resultó provechoso para ambos, hoy me costaba recordar algún momento en que no estuviéramos juntos. No hubiera sobrevivido a la escuela sin él, aunque ahora debía de hacerlo, eso si no íbamos a los juegos, claro está...

- Y que la suerte esté siempre de tu parte - murmuré con los ojos perdidos en algún lugar incierto del suelo cubierto de roña. Ir a los juegos... esa idea me rebotaba siempre en la cabeza, en la de todos lo hacía, supongo; pero el tema se había vuelto muy recurrente desde que Evan cumplió 18. Éste era su último año, no más teselas, no más nombres extra en la urna, podrá respirar tranquilo cada cosecha a partir de esta noche si su nombre no resulta elegido. No podía decir que lo envidiaba por ello, me sentía terriblemente aliviada al saber que nunca volvería a tener oportunidad de ser enviado a la arena.

- ¿Sigues pensando en eso? - levanté los ojos y los fijé en los suyos, tenía los párpados caídos, aburridos de tener siempre la misma conversación, pero era inevitable, si yo no sacaba el tema lo hacía él. A ambos la idea nos carcomía por dentro, nos consumía cada día un poco mas. Cada año en este día ambos teníamos ojeras que nos ocupaban la mayor parte de la cara. Por supuesto que la idea de morir era inmensamente estresante, pero también estaba el hecho de partir, de dejar a la gente maravillosa del distrito, porque sí había gente que valía la pena en este nido de ratas insdustrializado y fríamente sistematizado, había gente aquí que merecía algo mejor, y luego estaba Evan.

- Siempre pienso en eso - respondí simplemente mientras jugaba con mis uñas.

- Si ambos fuéramos este año, tu ganarías - murmuró de repente. Negué con la cabeza.

- No quiero volver - analicé con cuidado sus pupilas oscuras. Parecía haber plena comprensión en ellas.

- Sé a que te refieres... No me importa cargar con sangre en mis manos, lo horrible sería volver para estar solo. Con todo el dinero de Panem, pero solo - dijo en voz alta lo que yo estaba pensando, y a pesar de que no era la primera vez que lo hacía, como siempre, mis ojos se abrieron un palmo más de lo usual cuando lo miré. Él me sonrió sin mostrar los dientes - ¿Por qué siempre te sorprendes cuando indirectamente digo que me gusta estar contigo? - guardé silencio, no sabía la respuesta, no sabía por qué, solo sabía que sentía lo mismo, me gustaba estar con Evan, él era... - eres todo lo que me queda, Siobhan.

Lo miré por unos momentos, luego fruncí el ceño apenas.

- No son las indirectas, lo que me sorprende es que siempre dices lo que estoy pensando.

My perfect tributeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora